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La educación en la literatura (8): ‘Antes del futuro imperfecto’ o el recuerdo de un tiempo educativo pasado

Libro de Medardo Fraile (1925-2013), escritor que, con el relato corto, participa del realismo social de la novela de los años 50 del siglo XX
​Felipe Díaz Pardo
viernes, 6 de junio de 2025, 10:35 h (CET)

Hay textos narrativos del siglo XX que dan cuenta también de la dinámica educativa, haciendo una radiografía, un tanto cómica y costumbrista del ambiente escolar de aquellos años. Tal es el caso, por ejemplo, de los cuentos que aparecen en la primera parte del libro Antes del futuro imperfecto, de Medardo Fraile (1925-2013), escritor que, con el relato corto, participa del realismo social de la novela de los años 50 del siglo XX, al igual que el referido Delibes en el artículo anterior.


Es esa época anterior a la sucesión de leyes de educación que comenzó en 1970, con la Ley General de Educación, que nos lleva a recordar la figura del maestro nacional y el instituto de provincias. Cuando, como comenta el autor en una breve nota al comienzo del volumen, se impartían Latín, Lengua Española, Ciencias Naturales, Religión, Elementos de Filosofía, Geografía e Historia y otras asignaturas en las que, nadie sabe por qué, no ocurrió nada que mereciera contarse.


Los catorce cuentos que se incluyen en la primera parte de esta colección recorren la producción cuentística del escritor desde 1964 hasta los primeros años del siglo XXI y muestran esa imagen del mundo escolar, a veces idílica, a veces inocente, que hoy ya no conocemos. Es de destacar en ellos su capacidad de evocación, su aptitud para sugerir mucho más de lo que estos breves relatos pueden expresar. El maestro es uno de esos personajes que Medardo Fraile elige a la hora de referirse a la clase media modesta de las ciudades, a la que prefiere, pero no con intención de denuncia antiburguesa, sino de dar testimonio de la realidad circundante, exenta de consignas ideológicas.


La mayoría de estos cuentos se limita a recoger una escena, un tipo, un gesto, un tic de un personaje. Con frecuencia, los rasgos físicos de estos se diluyen en beneficio de los gestos, movimientos, actos, etc. La puntualidad ejemplar del profesor, sus palabras justas, su distanciamiento afable, su tono de voz y la irrevocabilidad de cuanto hacía en clase constituyen su singularidad física y moral, singularidad que Medardo Fraile es capaz de plasmar con unos breves trazos. Otras veces, en pocas líneas, se hace una etopeya del maestro sin datos que aludan, de manera, a su físico.


Muchos de los argumentos de estas historias apenas tienen argumento ni tema. Así, por ejemplo, en el que abre el volumen, titulado “Ida y vuelta”, contemplamos a un niño, de extracción social elevada, justo durante el tiempo que dura el trayecto del autobús que lo lleva a la escuela, acompañado por una criada. Durante el tiempo del viaje no ocurre nada trascendente: el niño mira a la muchacha mientras ella se esfuerza en descifrar el contenido de lectura de aquel, bosteza, se aburre, bajan al final del trayecto y eso es todo. No obstante, esos breves instantes, sumamente condensados en la pluma del escritor, son representativos de toda una vida. Cuando se acaba el cuento, aunque no se dice, podemos deducir que ese niño débil, enfermizo y decadente se malogrará, nunca llegará a nada.


El concepto de autoridad moral del maestro o del profesor de la época se complementa con otros aspectos propios también del momento, como el de la disciplina, que observamos en otros relatos. Los aspectos pedagógicos también son objeto del argumento de cuentos como “Al-Ándalus”, donde el profesor explica la lección sobre la Reconquista, imitando el trote de los caballos, mientras el narrador ironiza al respecto: “Tras los almohades; las clases de Senén Pérez iban perdiendo interés y se desmoronaban poco a poco, como los reinos de Taifas”.


La descripción de la actividad lúdica llevada a cabo por los pupilos durante los recreos es motivo de otro de los textos, titulado “¿A qué juegan?”, que, a pesar de ser incluido en el volumen, no responde al carácter ficcional de los demás cuentos. Se trata, como el mismo autor señala en la nota introductoria, de un fragmento del reportaje “¿A qué juegan los niños españoles?”, publicado por el diario Ya, el domingo, 8 de mayo d 1960. El relato comienza con la definición de este espacio de asueto diario, intercalado entre las clases. A continuación, se describen de forma literaria varios juegos, guardados ya en lo más recóndito de la memoria de quienes todavía pudimos vivir algunas de esas diversiones, como el rescate, el salto al dola, el escondite o la “Tula” (“Tú la llevas”), entretenimientos que en la actualidad ninguno de nuestros alumnos o alumnas conocen y, menos aún, practican, absorbidos actualmente por la pantalla del móvil.


El tono cómico se puede combinar perfectamente con la clase de lengua, en el cuento “José I”, cuando, al explicar Gramática, el profesor pregunta a Romero López, uno de los alumnos, varias veces, y este siempre mete a las ranas en sus respuestas: cuando se le pide un ejemplo de oración con predicado verbal (“La rana croa”); un ejemplo de oración con complemento directo (“Melquiades coge una rana”); o un ejemplo de oración desiderativa (“¡Quién fuera rana!”), lo que provoca cierto malestar en el profesor (“Pero ¿a ti que te pasa con las ranas?”).


Sirva también este relato para reflexionar sobre la ratio en las aulas, asunto siempre polémico y debatido, y utilizado como arma arrojadiza o dato a la hora de hablar de la calidad educativa: “Cuarenta y tres niños en la clase, si es día de lectura, no es nada. Si es la víspera de una fiesta o hay que explicar Gramática, ya es otra cosa: son muchos, simplemente, o pueden ser un infierno”.

            

Eran otros tiempos, en los que el docente tan solo hacía uso de lo que sabía hacer, al margen de programas educativos y demás teorías y herramientas pedagógicas (explicar, insistir, repasar, corregir, revisar), y al margen también de número y ratios de alumnos. Aún podemos recordar los primeros cursos de nuestra experiencia escolar, cercanos a los años a los que se refiere Medardo Fraile, cuando en el aula convivíamos tres niveles diferentes y, al final de la tarde, la “señorita” dividía el encerado en tres partes con la tiza y nos ponía problemas de diferente dificultad a cada curso. Allí no se aplicaban sesudas ni complicadas técnicas didácticas y todos aprendíamos, más o menos, lo que no tocaba aprender.

            

Frente a la inocencia y la gracia del alumno de los primeros cursos, nos encontramos al universitario en “No sé lo que tú piensas”, el último de los cuentos de la primera parte del volumen, y publicado, por la editorial Páginas de Espuma, en los Cuentos completos del autor, en 2004. Su protagonista nos recuerda al simpático Lalo de Nuestra Natacha, que ya conocemos, cuando recibe las notas al final del curso de forma tan poéticamente descrita como esta: “Terminó el curso y me dieron las papeletas en blanco, como azucenas, como si fueran margaritas, como para echarlas río abajo en una tarde de verano. Ahora, a casa de mi tío Alberto me llevarían a tiros, y no he vuelto más a la Universidad.”

            

Y junto a lo encontrado en estos cuentos, llenos de realidad, evocación y sugerencia, en donde el escritor-narrador se oculta en favor de sus personajes, nos encontramos también momentos en que esos seres reflexionan. Unas veces sobre las trabas que sus alumnos pueden encontrarse en el futuro. En otras ocasiones, haciendo uso del recuerdo y la melancolía, con tintes machadianos, el pensamiento se desboca al hacer un dictado en clase (“Se puso en pie. Miró al ventanal un momento y, con voz pausada, clara, sonora, dictó el párrafo siguiente”).

            

Cerremos esta nostálgica recreación de un pasado, aludiendo otra vez a la preocupación social de Medardo Fraile. Los cuentos aquí reseñados son testimonio de la realidad que él vivió y la de unos seres que, para nuestro propósito, están enmarcados dentro del universo de la educación, que es lo que a nosotros nos interesa.

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