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Villa Tila: preparados para Selectividad

Me encantaría que en el extranjero se nos reconociera por lo mucho que vale nuestra gente, por los jóvenes extremadamente inteligentes y válidos que preparamos
María Beatriz Muñoz Ruiz
martes, 3 de junio de 2025, 08:51 h (CET)

Ansiaba que mis mellizos terminaran el bachillerato, pero ahora llega algo peor: la temida Selectividad. Los nervios de jugarse todo su futuro en tres días... Eso, sumado a que la nota para Medicina está imposible —y, en general, todo lo relacionado con las carreras sanitarias es una pesadilla—. Imaginaos la situación en mi casa estos días.


En estos momentos, mi casa es Villa Tila. Hasta hace dos días, mi hijo estaba tranquilo, pero ayer, después de sugerirle que pasease al perro conmigo para despejarse, comenzó a desquiciarse delante de mí, mientras yo no podía evitar reírme. Sí, soy una mala madre, pero es que, después de decirme que no podía acompañarme a sacar al perro porque tenía que estudiar, empezó a decir que necesitaba que todo acabase, que solo quería terminar ya con todo, que le daba igual la nota que sacase, pero que necesitaba terminar ya.


Desde fuera puede parecer una tontería, pero cuando alguien tiene vocación por el ámbito sanitario y, a pesar de llevar buenas notas en el bachillerato, eso no es suficiente… es normal que pases de Mr. Hyde a Jekyll en dos segundos, y te desquicie el hecho de estar jugándote tus sueños a un examen.


Mi amiga, que el año pasado pasó por lo mismo con su hijo, me ha mandado esta mañana un enlace a una noticia en la que se decía que la Junta de Andalucía veía incomprensible que se necesitase un 13,5 sobre 14 para entrar en Medicina. Pero a estas alturas, lo que digan los políticos me la trae al pairo: menos hablar y más actuar.


La única solución para que la nota baje es sacar más plazas en las universidades de Medicina. Pero claro, eso conlleva hacer más universidades o ampliar las aulas, y eso implica dineros que no quieren gastarse. Y ya que se intenta que haya más plazas de Medicina, deberían prever que esa gente que ha estado estudiando seis años o más consiga trabajar en España y no tenga que irse al extranjero para ejercer en lo que ama. Pero claro, estaríamos hablando de más inversión en el sector que está al pie del cañón cada vez que hay una crisis. Sí, esos sanitarios que saben cuándo entran pero no cuándo salen; los olvidados, los sacrificados en una pandemia; esos que nos mantienen vivos.


Pero qué estupideces digo... ¿Cómo vamos a invertir en sanidad cuando tenemos un festival de Eurovisión ingrato que nos deja en antepenúltimo lugar y en el que debemos invertir millones para el postureo?


Pues sí, sigamos siendo esa España de paletos que no invierte en investigación, la que va a la cola de los demás países en cuestión de derechos laborales, esa España con gente válida e inteligente que tiene que irse a otro país para tener un futuro acorde con sus estudios.


Sigamos siendo el hazmerreír de Europa, el país al que se le conoce por la fiesta.


Es triste, pero me encantaría que en el extranjero se nos reconociera por lo mucho que vale nuestra gente, por los jóvenes extremadamente inteligentes y válidos que preparamos. Porque España es mucho más que fiesta: España es cultura, arte, innovación de aquellos que, incluso sin apenas recursos, le echan ganas. España es un país que se equivoca a la hora de priorizar.


Los gladiadores eran puro espectáculo para distraer a un pueblo y que no protestase. Ahora se llaman futbolistas, pero la historia no ha cambiado demasiado.

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La que sigue es una reflexión que bien merece una respuesta. Una cuestión de desesperación y perplejidad, elevada al cubo, y que me asedia cada vez que, en una fase electoral o de negociaciones en la Unión Europea (UE), aparecen los famosos «anti-Bruselas».

No descarten la caída de Sánchez a corto o medio plazo. Y de eso van a tener buena parte de la culpa algunos de sus ministros y ministras, desde Óscar López, pasando por Pilar «Juergas» y acabando por la «charo» Chiqui Montero, sin descartar a sus imputados familiares que todos conocemos. No por casualidad ya ha contratado el Gobierno a la empresa encargada de tener preparado todo lo relativo a papeletas, sobres, modelos de actas y cartelería en general.

Si hay algo que no soporto, aparte de la máscara que supone opinar en internet porque cualquiera puede ser un anónimo y cualquiera puede insultar gratuitamente, es el acto de prejuzgar. Prejuzgar es peligroso: ¿por qué alguien puede ser tan estúpido como para juzgar a una persona que no conoce?

 
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