Con motivo del VII Encuentro Internacional de Poesía Sabersinfin, he tenido días intensos de actividades: de lidiar con las limitaciones propias, de no interrumpir la disciplina adquirida en los tiempos de calma, de confrontar mi ego y el de los demás; pero también, de ratificar que la poesía —la verdadera poesía— cura y sana, y que todos los días son propicios para enfrentarlos desde la vena creativa que todos llevamos dentro.
Pasado el vendaval de compromisos, la calma me recuerda que hay que mirar hacia el interior de uno mismo para no quedar cegado ante la información que deambula por doquier.
Desde la mirada que se observa a sí misma, quiero agradecer a todos los amigos, lectores, seguidores, participantes y funcionarios que hicieron posible que, del 21 al 23 de mayo, estuviéramos al cien por ciento inmersos en poesía.
Como una forma de agradecer desde dentro de mí a todos, les comparto dos de mis poemas:
Gratitud plena
Dije gracias mil veces, luego miles, más veces, muchas veces, hasta que, —como mantra—, se convirtió en una vibración.
La gratitud vive en mí y yo en ella. Somos uno.
¡Gracias, vida! ¡Gracias por todo! ¡Gracias!
APR. 28/XI/2019
Senda y claridad
Salí de la tristeza, parto forzado, igual a quien deja una casa vacía, con las paredes marcadas por el tiempo, sin más equipaje que los recuerdos y la esperanza de encontrar algo más allá. Me adentré en caminos que no hablaban de promesas, solo de un silencio lleno de bruma que, paso a paso, fue dejando ver la luz. La lluvia, rostro divino para la vida, lavó las huellas del ayer, y cuando el agua cesó, entendí que lo que seguía aún podía ser vivido.
Cada paso creó la senda, cada palabra, hilo invisible, tejió el aire y la piel que unió mi pasado con lo que soy. Descubrí que la magia no está en los sueños que se persiguen, sino en las promesas cumplidas, en las cicatrices que se transforman en marcas de camino. Usé de fulcro el borde del acantilado, empecé a entender los murmullos de las corrientes invisibles.
Las avenidas de viento y agua fluían desde lo más profundo de mí. Era como si el tiempo y la naturaleza hubieran trazado un mapa en mi dermis, marcando cada giro, cada curva que antes no veía. Miré lo cercano con otros ojos, descubrí el detalle olvidado del referente que siempre ha estado ahí.
El eco de los días vividos se repite, mantra en cada rincón de mi ser, recordándome que el verdadero viaje no es el de los pasos, sino el que hago al virar hacia mí.
Ahora sé que el ojo que todo lo ve, no es más que el mío reflejándose en un espejo que nunca supe que existía. Es la vida misma, una y otra vez, mostrándome el camino a través de las palabras, los silencios y las corrientes invisibles que me guían siempre al mismo lugar: a mí mismo.
Entendí que lo de afuera solo es un reflejo, una excusa del destino para mostrarme el adentro.
APR. 4/X/2024
|