La fiesta de la Ascensión se presenta, este año, precedida de una racha de lluvias y tormentas en la mayr parte de España, después de un tiempo de calor sofocante. Estas lluvias pueden ser figura de la multitud de gracias que no cesa de enviar, Jesucristo, desde el Cielo. Los truenos pueden hacernos imaginar una alegría estentórea de las almas que estaban en el Limbo de los Justos, cuando vieron aparecer al Salvador, Nuestro Señor Jesucristo.
Fue a los cuarenta días de su Resurrección, cuando Jesús se marchó al Cielo. Bien contado, cae en jueves; pero, cosas de arreglos políticos- religiosos, se ha trasladado, sin sentido, al Domingo siguiente, salvo en Toledo y poco más.
A partir del siglo VI, la Ascensión del Señor se ha reflejado en el Arte y de ella se ha hecho eco la Literatura: “ ¡Y dejas, Pastor Santo, / tu grey en este valle hondo, oscuro,/ con soledad y llanto,/ y tú rompiendo el puro/ aire, te vas al inmortal seguro!...” (Fray Luis de León).
Nos parecen dichosos los que pudieron contemplar y oír al Señor en la Tierra; pero, lo cierto, es que se marchó al Cielo sin dejarnos: se quedó con nosotros en la Eucaristía, y ahí podemos acompañarle, recibir su consuelo y hasta abrazarle en la Sagrada Comunión.
La Ascensión del Señor a los Cielos nos llena de esperanza, pues sabemos que, un día, con nuestro cuerpo resucitado y glorioso, podremos participar en su alegría eterna, si en esta vida hemos sabido anteponer la voluntad de Dios a la nuestra, cumpliendo los Mandamientos y teniendo misericordia con el prójimo necesitado.
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