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Ötzi, el hombre de hielo que resucitó la Edad del Cobre

​En septiembre de 1991, un hallazgo fortuito en los Alpes cambió la historia de la arqueología europea
María del Carmen Calderón Berrocal
jueves, 31 de julio de 2025, 08:50 h (CET)

En septiembre de 1991, un hallazgo fortuito en los Alpes cambió la historia de la arqueología europea. Dos excursionistas alemanes, que caminaban por el glaciar de Similaun, en la frontera entre Italia y Austria, toparon con lo que inicialmente pensaron que era el cuerpo reciente de un montañero. No sabían que estaban frente a uno de los descubrimientos más extraordinarios del siglo XX: el cuerpo de un hombre que había permanecido congelado durante más de cinco milenios.


Unnamed


Apodado Ötzi, por la zona montañosa de Ötztal donde fue hallado, este individuo falleció hacia el año 3.300 a. C., en plena Edad del Cobre. Las bajas temperaturas del glaciar preservaron su cuerpo y pertenencias con una fidelidad asombrosa, convirtiéndolo en la momia natural más antigua jamás encontrada en Europa. Desde entonces, su estudio ha revolucionado lo que sabemos sobre la vida, la salud y la cultura de los pueblos prehistóricos del continente.


Un retrato científico, no mitológico


Durante años, las reconstrucciones artísticas de Ötzi lo mostraban como un cazador caucásico, de piel clara y cabello oscuro. Sin embargo, análisis genéticos más recientes han desmontado este retrato. Los investigadores han determinado que Ötzi tenía la piel más oscura de lo que se pensaba, ojos marrones y apenas cabello, lo que indica una posible calvicie prematura. Su ADN también revela que gran parte de su herencia genética provenía de agricultores neolíticos de Anatolia, lo que sugiere que las migraciones agrícolas influyeron profundamente en las poblaciones del sur de Europa hace milenios.


Cómo vivía y qué comía un hombre de hace 5.300 años


Ötzi medía unos 1,60 metros y pesaba alrededor de 50 kilos. A pesar de su complexión menuda, su cuerpo muestra señales de desgaste: artritis, parásitos intestinales y varios tatuajes realizados con técnicas primitivas, que algunos investigadores creen que podrían haber tenido un propósito terapéutico.


Su última comida consistió en carne de cabra montés, ciervo rojo y granos de cereales, consumidos poco antes de su muerte. Además, se han detectado altas concentraciones de cobre y arsénico en su cabello, lo que plantea la hipótesis de que participaba en actividades metalúrgicas, como la fundición de cobre, lo cual lo vincula directamente con las tecnologías emergentes de su época.


Una muerte violenta entre los hielos


Lejos de una muerte natural o accidental, la evidencia indica que Ötzi fue asesinado. Una flecha penetró en su hombro izquierdo, probablemente dañando una arteria y se han hallado heridas defensivas en sus manos. Los motivos de su asesinato siguen siendo un enigma: ¿conflicto territorial, venganza personal, ritual tribal? A más de tres décadas de su descubrimiento, la escena del crimen prehistórica aún no se ha resuelto.


El legado de un cuerpo congelado


Los objetos encontrados junto a Ötzi son igualmente reveladores: un hacha de cobre con mango de madera, una daga de sílex, un carcaj con flechas, restos de ropa de piel e hierba, incluso una mochila rudimentaria. Cada uno de estos elementos ha servido para reconstruir la vida cotidiana y la tecnología disponible en la Europa del Calcolítico.


Hoy, Ötzi descansa en una cámara refrigerada del Museo de Arqueología del Tirol del Sur, en Bolzano (Italia), donde es posible observarlo a través de una ventana especial. A su alrededor, un equipo multidisciplinario de científicos continúa extrayendo información: bioquímicos, genetistas, antropólogos y forenses trabajan para responder preguntas que, hace apenas unas décadas, nadie imaginaba formular.


Un puente hacia nuestros orígenes


Más allá del asombro arqueológico, Ötzi ha abierto un portal hacia el pasado más remoto del continente. Su cuerpo congelado nos habla de una época en la que el ser humano ya dominaba el fuego, el metal y la agricultura, pero aún dependía del entorno de forma absoluta. En una era donde cada descubrimiento parece volverse digital en cuestión de segundos, el Hombre de Hielo nos recuerda el valor del tiempo, la paciencia y la ciencia en la búsqueda de nuestros orígenes.

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En septiembre de 1991, un hallazgo fortuito en los Alpes cambió la historia de la arqueología europea. Dos excursionistas alemanes, que caminaban por el glaciar de Similaun, en la frontera entre Italia y Austria, toparon con lo que inicialmente pensaron que era el cuerpo reciente de un montañero. No sabían que estaban frente a uno de los descubrimientos más extraordinarios del siglo XX: el cuerpo de un hombre que había permanecido congelado durante más de cinco milenios.

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