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Lev Tolstói: 'La muerte de Iván Ilich' y el despertar ante el sinsentido

​La literatura no solo refleja la condición humana, sino que a menudo la disecciona con una lucidez que duele
Llucià Pou Sabaté
miércoles, 28 de mayo de 2025, 10:03 h (CET)

La literatura no solo refleja la condición humana, sino que a menudo la disecciona con una lucidez que duele. En las obras de Virginia Woolf, Lev Tolstói y C.S. Lewis, la depresión y la angustia existencial no son meros temas, sino fuerzas que moldean personajes, estilos y preguntas sin respuesta. Estos autores no escribieron sobre el dolor: lo habitaron, lo transformaron en lenguaje, y en el proceso, dejaron mapas para navegar territorios oscuros. Vamos a detenernos ahora en Tolstói, y seguiré con los otros autores en los siguientes artículos.


La mentira vital: una enfermedad silenciosa


Antes del cáncer físico, Iván Ilich padece otro mal: la enfermedad de la inautenticidad. Su vida es una acumulación de gestos vacíos —matrimonio por conveniencia, ambición profesional calculada, amistades utilitarias—, pero es solo frente a la muerte cuando esa falsedad se vuelve insoportable. Tolstói, él mismo atormentado por crisis existenciales, no juzga a su personaje: lo expone. La narración, fría y casi clínica, replica la mirada de quienes rodean a Iván: médicos que balbucean diagnósticos, colegas que calculan cómo su puesto quedará libre, una esposa que finge luto antes del funeral.


La depresión aquí no es solo tristeza, sino el colapso de un sistema de mentiras. Iván Ilich no sufre por morir, sino por darse cuenta de que no ha vivido. En un pasaje clave, descubre que su famoso "éxito" —un ascenso judicial— fue, en realidad, "lo más aburrido e insignificante" de su existencia. La revelación es física: el dolor en su costado crece al compás de su desesperación metafísica.


El dolor como maestro


Tolstói rechazaba el suicidio (aunque lo consideró en sus Confesiones) porque creía en el sufrimiento como vía de conocimiento. Iván Ilich no se redime hasta que el dolor lo despoja de todo: de su orgullo, de sus racionalizaciones, incluso de su miedo. En sus últimas horas, ya incapaz de engañarse, encuentra una paradoja: al aceptar que su vida fue falsa, descubre una verdad. La famosa frase final —"No hay muerte. Solo luz"— no es consuelo religioso, sino la constatación de que la muerte, al destruir su yo artificial, le ha regalado un instante de pureza.


Actualidad de una angustia: Tolstói hoy


En una era de burnout y vidas curriculares impecables pero vacías, La muerte de Iván Ilich es más que un clásico: es un espejo incómodo. La depresión contemporánea, con su correlato de aislamiento y vacío, encuentra aquí un antecedente escalofriante. Iván no está loco: está despierto. Y eso lo vuelve peligroso para un mundo que premia la desconexión.


Tolstói no ofrece soluciones fáciles, pero sí una advertencia: la negación del sufrimiento es otra forma de morir antes de tiempo.

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