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Etiquetas | Donald Trump | Universidad | Harvard | Libertad de expresión

Trump contra Harvard: No pensar, no protestar

Lo que hay detrás de lo que hace contra las universidades es el miedo atroz de todo los dictadores a la libertad de pensamiento y expresión
Juan Torres López
lunes, 26 de mayo de 2025, 10:16 h (CET)

«Primero fascinan a los tontos. Luego, amordazan a los inteligentes», (Bertand Russell).


Para cualquier persona relacionada o interesada con el mundo universitario, Harvard es como una especie de diosa del Olimpo. Es la universidad más antigua de Estados Unidos y está habitualmente entre las cinco mejores del mundo y la primera en algunos ranking. Con diferencia, es la más rica. En 2024, su presupuesto fue de 6.500 millones de dólares (5.700 millones de euros), más o menos el de comunidades autónomas españolas como Asturias (6.284 millones) que tiene un millón de habitantes. Por sí solo, equivale prácticamente a la mitad de la financiación que reciben todas las universidades españolas. Su patrimonio financiero depositado como fondo de inversión es de 53.000 millones de dólares y el intelectual es incalculable: no hay otra universidad en el planeta donde se concentren más galardonados con premios Nobel egresados o contratados allí.


A pesar de ello, desde hace años está en el punto de mira de la derecha por ser considerada un campus escorado a la izquierda. Así lo parece, según las encuestas. Una de 2023 realizada por un periódico estudiantil señalaba que la mayoría de su profesorado se considera progresista (45,3 %) o muy progresista (31,8 %) y la mayoría de las que se realizan a estudiantes también muestran su posición más favorable hacia posiciones de centro izquierda (aunque siempre se ha dicho que sus estudiantes son políticamente progresistas y conservadores en materia económica).


También está señalada por la abundancia de las protestas que se llevan a cabo en su campus y por sus formas, razón por la cual un conocido ranking sobre libertad de expresión en las universidades de la Fundación para los Derechos Individuales y la Expresión (FIRE) la colocaba este año como la peor, en la que menos se respeta. Y, por si eso fuese poco, el Tribunal Supremo sentenció en 2023 que sus medidas de discriminación positiva por raza en la selección de estudiantes eran contrarias a la Constitución.


En las publicaciones y medios de derecha es habitual encontrar cada vez más críticas por todo ello. En Libertad Digital se leía hace año y medio: «Hoy día tener un diploma por Harvard está contaminado por la sospecha de que su obtención no tiene nada que ver con méritos personales sino con la adscripción a un sexo, una raza o una ideología radica». El autor del artículo decía que Harvard se negaba a mí «comprometerse contra incitaciones al exterminio de los judíos».


Lo que viene sucediendo, en realidad, es que en esa universidad se han producido, como en otras muchas, un buen número de actos de protesta y denuncia contra Israel no por incitar, sino por llevar a cabo el genocidio y exterminio del pueblo palestino. Lo que ahora ha provocado un ataque sin contemplaciones y por varios frentes de Donald Trump.


Su administración le ha congelado 2.200 millones de dólares de asignación, la ha amenazado con quitarle la exención fiscal, y le ha prohibido matricular a alumnos extranjeros. Además, le ha pedido que entregue las grabaciones de todas las protestas que se hayan llevado a cabo en los últimos cinco años. Y aún más: la Secretaría de Justicia le ha reclamado todos los mensajes de texto, correos electrónicos, chats de Signal y demás correspondencia de empleados actuales o anteriores que discutieran las órdenes ejecutivas de Trump a principios de este año que revocaron las políticas de apoyo a las minorías y pusieron fin al apoyo del gobierno a los programas de diversidad, equidad e inclusión.


La violación de la libertad académica es tan flagrante que hasta la Fundación para los Derechos Individuales y la Expresión que mencioné antes la ha condenado sin contemplaciones. En un comunicado de su director legal se dice:


«La carta de la secretaria Noem advierte que la administración Trump busca erradicar los males del antiamericanismo y el antisemitismo en la sociedad y los campus universitarios. Pero pocas cosas son más antiamericanas que un burócrata federal que exige a una universidad privada que demuestre su lealtad ideológica al gobierno bajo pena de castigo (…) La exigencia de la administración de un estado de vigilancia en Harvard es un anatema para la libertad estadounidense (…) Ningún estadounidense debería aceptar que el gobierno federal castigue a sus oponentes políticos exigiendo conformidad ideológica, vigilando y tomando represalias contra la libertad de expresión y violando la Primera Enmienda».


No es sólo Havard la universidad que está amenazada. Hay otras sesenta instituciones universitarias sujetas a investigaciones federales, suspensiones de financiación o escrutinio por diversas razones. El objetivo que Trump afirma perseguir con todo ello es combatir el antisemitismo, restaurar el rigor intelectual y erradicar lo que sus burócratas llaman la «captura ideológica» en la que han caído. Hace unas horas profundizó en ello con una nueva orden ejecutiva orientada a restaurar «la ciencia de referencia», entre otras razones, para no «inventar datos o resultados y registrarlos o informarlos». Lo dice y ordena Donald Trump, de quien The Washington Post contabilizó 30.573 afirmaciones falsas o engañosas en su primer mandato como presidente de Estados Unidos (unas 21 diarias de media).


Sus justificaciones son demagógicas y sin fundamento. Es Trump quien miente y manipula. Lo que hay detrás de lo que hace contra las universidades es el miedo atroz de todo los dictadores a la libertad de pensamiento y expresión, a la inteligencia y, por supuesto, a la protesta y la rebeldía. Por eso no es de extrañar lo que está sucediendo en Estados: su presidente Donald Trump actúa como un dictador y está convirtiendo a su país en una oligarquía totalitaria, en una auténtica dictadura.

Está muy oída la frase de Edmund Burke, pero no conviene olvidarla: «Para que el mal triunfe solo se necesita que no hagan nada los hombre buenos » (y las mujeres, por supuesto, añado yo un par de siglos después).

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