La ignorancia nos lleva a menudo a no interesarnos por lo que tenemos cerca, a dar por hecho que siempre estará allí, y a creer que tendremos ocasión de poder visitarlo más delante. Vivimos en un territorio inmensamente rico, atravesado y esculpido por la Historia, pero parece no importarnos. En cambio, cuando viajamos sí valoramos lo que ven nuestros ojos, lo que tocan nuestras manos, lo que escuchan nuestros oídos, y además, nos ha costado tiempo y dinero llegar hasta allí. Si pudiéramos ver lo propio con la mirada que posamos en lo ajeno, quizá seríamos prescriptores de lo que tenemos, convencidos de que cada uno de nuestros pueblos tuvo y tiene su lugar en la Historia.
Solemos preocuparnos de los servicios, del trabajo, y son sin duda cuestiones primordiales... ¿pero qué hay de nuestro patrimonio, de la cultura y las tradiciones que cada vez resuenan más y más lejos?
Considero que obviar los orígenes propios es una forma de no hacer visible el trabajo silencioso de muchas personas, y también de aquellas que a día de hoy contribuyen a mantener vivos nuestros pueblos de origen o los de nuestra familia. Decir de dónde somos nos contextualiza, pero es que decirlo con pasión tiene además otros efectos, ya que la pasión no se compra, no se vende, pero se puede intentar cultivar... ¿Por qué?... Sin duda, es extremadamente poderosa.
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