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Mujeres en la Historia: Mildred Agnes Martínez, el corazón detrás de León XIV

Si hoy el cardenal Robert Francis Prevost Martínez ha alcanzado el trono de San Pedro, es en gran medida gracias al ejemplo cotidiano de entrega, oración y servicio de esta mujer
María del Carmen Calderón Berrocal
viernes, 23 de mayo de 2025, 09:16 h (CET)

La fe suele tener raíces profundas, pero en el caso del papa León XIV esas raíces fueron cuidadosamente cultivadas por una mujer incansable: Mildred Martínez, su madre, hija de inmigrantes con ascendencia española.


Si hoy el cardenal Robert Francis Prevost Martínez ha alcanzado el trono de San Pedro, es en gran medida gracias al ejemplo cotidiano de entrega, oración y servicio de esta mujer.


Una vida entre libros, aulas y altares


Mildred fue mucho más que una madre devota. Estudió Biblioteconomía en la Universidad DePaul de Chicago, dirigida por los padres paúles, donde se graduó en 1947. Más tarde, obtuvo una maestría en Educación. Combinaba la bibliotecología con el coro de la Iglesia. A lo largo de su vida profesional, trabajó en el Mendel College Prep, un instituto católico donde también colaboró su hijo. Pero su auténtica vocación no estaba solo en la docencia, sino en su firme compromiso con la vida parroquial.


De Nueva Orleans a Chicago: las raíces diversas de Mildred Martínez, madre del Papa León XIV


La historia de Mildred Agnes Martínez, comienza mucho antes de su papel como figura clave en la vida espiritual de su hijo. Su nacimiento, el 30 de diciembre de 1911 en Chicago, marcó el inicio de una vida forjada en la diversidad cultural y religiosa de una ciudad que recibía olas de migrantes con brazos abiertos.


Sus padres, Joseph Martínez y Louise Baquié, llegaron a la ciudad con un fuerte legado a cuestas. Según The New York Times, Joseph era tabaquero, oriundo de la República Dominicana; y Louise nació en Nueva Orleans, en una comunidad criolla profundamente católica, muy representativa del sur de Estados Unidos. Fue precisamente esa mezcla de culturas —caribeña, francesa y estadounidense— la que impregnó la vida familiar de los Martínez.


Establecidos en el Séptimo Distrito de Chicago, un barrio conocido por su rica variedad étnica y religiosa, los Martínez encontraron un lugar donde la fe católica seguía siendo el núcleo de la vida cotidiana. En ese entorno creció Mildred, rodeada por tradiciones, acentos e identidades diversas, pero todas unidas por la devoción y la vida comunitaria.


Fue ese entorno multicultural y profundamente creyente el que, años más tarde, contribuiría a forjar la vocación religiosa de su hijo, Robert Francis Prevost, hoy Papa León XIV.


Mildred "Millie" Martínez la bibliotecaria


A contracorriente de las expectativas de su época y su entorno, Millie Martínez tomó un rumbo poco habitual para una mujer de su contexto. Con 34 años decidió matricularse en la Universidad DePaul, la institución católica más grande de Estados Unidos. Allí estudió Biblioteconomía, carrera que marcaría profundamente su trayectoria profesional. Se graduó en 1947 y poco después completó una maestría en Educación, comenzando una larga etapa como bibliotecaria en diversas escuelas y parroquias de Chicago.


El amor por los libros acompañó a Millie toda su vida. Al morir, el Chicago Sun-Times la recordó como una mujer entregada a su vocación, destacando su papel en la creación de la biblioteca parroquial de St. Mary, que fundó en el sótano del antiguo colegio, así como su trabajo en las bibliotecas de la Catedral del Santo Nombre, la secundaria Von Steuben, y el instituto Mendel, donde trabajó entre 1969 y 1975.


La biblioteca de St. Mary no la levantó sola. Fue un proyecto compartido con su esposo, Louis Marius Prevost, hijo de inmigrantes franceses, veterano de la Segunda Guerra Mundial y catequista.


Después de formar una familia en Dolton, un suburbio al sur de Chicago, Millie y Louis criaron a sus tres hijos: Louis Martin, John Joseph y el más pequeño, Robert Francis.


La religiosidad formaba parte del día a día en ese hogar. Mientras sus hermanos jugaban con arcos o espadas de juguete, Robert tenía claro a qué quería jugar: a ser sacerdote. Su hermano Louis Martin, que hoy vive en Florida, recuerda con claridad aquellas escenas. “Le decía: ‘¡Qué aburrido, Rob! Vamos a hacer otra cosa’. Pero él respondía muy serio: ‘No… ¿te puedo dar la comunión?’”.


El padre, además de catequista, fue superintendente escolar en el distrito y una figura de autoridad marcada por su paso por la Marina de EE.UU., donde sirvió durante la guerra. Falleció en 1997, pero dejó una fuerte huella en la educación y la fe familiar que acompañaría a su hijo hasta el trono de Pedro.


Fe sin fisuras


Durante años, fue parte activa de la parroquia Santa María de la Asunción, en Dolton (Illinois), a las afueras de Chicago. Allí, Mildred era una figura habitual, ella cantaba en el coro, asistía a misa a diario, limpiaba altares y colaboraba en todas las tareas posibles, desde la sacristía hasta los eventos para recaudar fondos. Era la típica feligresa que sostenía la vida cotidiana de una comunidad católica desde la discreción y la entrega absoluta.


Una excompañera de clase del nuevo Papa, Marianne Angarola, la recuerda con cariño: “Ella lo hacía todo. No había misa sin Mildred. Era parte de los cimientos de esa iglesia”, relató al Chicago Sun-Times.


El ambiente que forja una vocación


El hogar de los Prevost en los años 60 era un ir y venir constante de curas y religiosos. Los platos caseros de Mildred, auténtica cocina del alma, atraían a sacerdotes de toda la zona, según publicó el portal The Pillar.


Su casa era un pequeño santuario familiar, donde la religión se vivía con naturalidad. No era extraño, pues, que su hijo, Robert, se sintiera llamado al sacerdocio desde muy joven.


Mientras sus hermanos optaban por el instituto agustino Mendel, él, con apenas 14 años, eligió el seminario, convencido de que ese era su camino. Muchos de sus compañeros ya decían entonces que tenía “ese aire de elegido”.


Una huella imborrable


Mildred falleció en 1990, pero su legado espiritual permanece vivo, especialmente en la parroquia que tanto quiso. En los muros de Santa María de la Asunción aún se conserva una fotografía de aquel monaguillo que una vez saludó a Juan Pablo II y que ahora, más de cuatro décadas después, ha sido elegido como obispo de Roma.


No fue una madre famosa, ni una teóloga, ni una misionera, tuvo una misión callada y significativa tal como los colegas de biblioteconomía, de archivística, de museología, una misión callada, discreta, quizás por eso se apartó de la docencia. Fue la inspiración que toda vocación necesita, una cocinera fantástica para todo cura que a su casa se acercó y que, sin pretenderlo, ayudó a formar al nuevo papa.

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