El turista llegó a la ciudad histórica. Y enseguida se vió vapuleado con las ordas de viajeros que vienen y van. Los niños con helados. Los mayores también. Hablando muy alto y viendo los todos escaparates como si en ello les fuese la vida. Cantando, con barrigas repletas y licor de la casa. El turista se vió violentado por todos los guías que ofrecían rutas hasta la piedra más perdida y llena de musgo saludable. Todos llevaban trajes horteras de época muy raídos. Los coches antiguos llevaban a los turistas de una esquina a otra sin parar. Los carruajes de caballos daban una y otra vuelta al casco histórico. Los autobuses turísticos subían y viajaban la colina del castillo. Allí todos parecían personajes importantes de época que querían vender algo a todo aquel que llegaba a la ciudad. Pero a nuestro turista en cuestión, no le convenció todo este despliegue de teatro. Todo aquello parecía un decorado. Incluso las personas del lugar. Era todo un atrezzo. Los personajes históricos se habían ido hace tiempo. No había nada real en la ciudad. La gente asalariada no vivía allí. Y por eso puso una reclamación en la agencia de viajes. Pero la agencia no se hizo responsable de que la ciudad histórica fuese un decorado. Entonces envió la reclamación al ayuntamiento de la ciudad. Que tampoco era responsable. Lo último que hizo el turista fue enviar la reclamación a Bruselas. Porque había sido estafado. Y seguirá esperando.
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