Por supuesto que se trata de un nexo traído un tanto por los pelos, el trascendente voto iberoamericano, peruano, español, para la elección del Santo Padre, como lo sería para la de Francisco, pero el tema de fondo, la comunidad actuante iberoamericana, bien merece que se le impulse como sea.
Entre las cuestiones pendientes de nuestra política exterior y amén de los contenciosos diplomáticos -donde me he aburrido y he lateado, americanismo para entrar en materia, a lectores y oyentes en escritos y conferencias, de recordar que mi especial competencia alcanza niveles tricontinentales, ante la abulia, la displicencia o la cerrazón de Moncloa y Santa Cruz, a quienes hasta les han escrito desde más de una instancia - figura, con rango muy superior claro, la consecución de un lobby iberoamericano cuyas potencialidades parecen inconmensurables y permitirían a España volver a ocupar el puesto que le corresponde a la que fue primera potencia planetaria y cofundadora del derecho internacional al más noble de los títulos, la introducción del humanismo en el derecho de gentes, al tiempo de cooperar a vertebrar al mundo iberoamericano desde coordenadas adecuadas e impostergables, conformando un espacio de acción común.
“La paz sea con vosotros”, “la paz sea en el mundo”, resuenan solemnes, en la grandiosa plaza vaticana, bajo un cielo de mayo inhabitualmete plomizo, las palabras del pontífice en un español, tras el latín y el italiano, que llega con su fuerza de idioma de seiscientos millones a latinoamericanos, a peruanos, a españoles. Y con el idioma, la cultura y en buena parte la religión. Ahí está, contribuyendo a abarrotar el recinto, la comunidad iberoamericana, que podría, debería constituir la sólida base para su lobby político, esto es, para configurar un bloque operativo ante entes supranacionales, impulsando la defensa y el fomento de intereses comunes. Se dice bien, un lobby.
Una elemental objetividad impediría ir más allá, hacia la consecución de una zona inalcanzable de un interés total, coordinando valores tan disímiles como países bolivarianos con naciones liberales, con economías e ideologías no ya distintas sino enfrentadas, ALBA frente a la Alianza del Pacífico, con una carga histórica derivada de la conquista hispánica asimilada desde ángulos diferentes. Porque, además y sobre todo, por atávico, se trata de un continente mágico con el indigenismo donde lo ordinario y lo feérico se superponen en ese punto intangible que bordea la lógica inmediata y que nadie encuentra de forma deliberada, ni en el mundo árabe donde elixir es al-iksir, nada menos que la piedra filosofal, ni en el asiático, con tantos mosaicos coloristas que la magia como la filosofía es polícroma, Y que en la América mágica, gira cromáticamente en torno a dos colores nucleadores del arco iris, el verde en la exuberancia natural que cubre el continente, símbolo de vida para los olmecas y los mayas, con las joyas y las máscaras de verde jade en las tumbas de sus soberanos, los dioses verdes de los aztecas, el continente más verde desde la Amazonia, el verde esmeralda que es la propia piedra preciosa. Y el azul, celeste y cobalto y turquí, del cielo y del mar interminable por donde llegaron los dioses blancos.
Queda, pues, claro que aquí no se postulan metas ilusorias, irrealizables como instituir un todo homogéneo en su naturaleza y su proyección con elementos tan diversos, pero sí el establecer un factible lobby cuyas potencialidades en el mundo supranacional, comenzando por Naciones Unidas y su familia de organismos, se antojan tan evidentes que eximen de ulteriores argumentaciones.
En España, obligada por tanto conceptos, el franquismo había establecido en Hispanoamérica, los Institutos de Cultura Hispánica, que le facultaron para su único atisbo de política exterior autónoma y casi pare usted de contar. Pero las singulares relaciones entre España e Iberoamérica, las más profundas resultantes de la época colonial en toda su historia por la impulsión vital del mestizaje, que van entrando por primera vez desde la independencia hace dos siglos, en un período donde las realidades superan a la retórica y hacen del subcontinente uno de los principales activos reales de la acción exterior española, al tiempo que la creación y en su caso, consolidación del nuevo espacio iberoamericano significa objetivo de primer nivel de la diplomacia de Madrid, por lo que va de sí que se requería mayor profundidad que la exigua del esquema franquista. Y así, en julio del 91 se inauguraron en la Guadalajara mexicana las cumbres iberoamericanas ideadas al parecer en tiempos de la UCD, olvidadas luego durante una década y por fin puestas en marcha por el mismo PSOE que las había tenido arrinconadas. La administración socialista mutó la cultura hispánica en cooperación iberoamericana, y ahí, las cumbres con dosis desiguales de voluntarismo, tecnicismo y perspectivas. Con algunas servidumbres, a citar quizá el desequilibrio financiero que recae sobre España, han servido para recordar y reactualizar la existencia de una comunidad estructurada sobre el magnífico cuádruple eje de la historia, la lengua, la cultura y la religión, y sobre todo, para reactivar esa formidable entidad semi durmiente, dentro de los niveles realistas que corresponden.
Estaba previsto que la primera cumbre tuviera lugar en Madrid, coincidiendo con el V Centenario. Sin embargo, México se opuso invocando justamente la misma circunstancia pero en sentido contrario, por lo que se llegó a una solución de compromiso. México sería el anfitrión de la cumbre inicial que se anticipaba al 91 de manera tal que la del 92 en Madrid, coincidiendo con el V Centenario, sería considerada como una continuación. Si en épocas pasadas la hipersensibilidad mexicana pudo tener fundamento, en algunos momentos más y en otros menos, en las postrimerías del segundo milenio, totalmente extinto todo vestigio de la dictadura franquista, la invocación al exterminio azteca no parecía precisamente la mejor manera de alumbrar un futuro común. La diplomacia española que con la inevitable improvisación derivada de la acumulación de objetivos, no había contemplado tan marcada posibilidad, todavía más acentuada por la ofensiva general indigenista con motivo del V Centenario, no tuvo otro remedio que claudicar y tras algún episodio esperpéntico pidiendo perdón por la hazaña hispánica, se llegó a la única salida factible, porque la retirada de un país tan calificado como México antes que una ausencia hubiera supuesto un bloqueo de muy difícil enmienda.
Tras unos inicios desiguales, aquel organismo necesario y grandioso que englobaba a España, Portugal e Iberoamérica, cuando el sistema comenzó a encallar dada su rusticidad con unos responsables no demasiado duchos en tamaños menesteres, se ha ido perfeccionando en aspectos básicos creándose en Madrid, en el 2000 la secretaría permanente, organismo tan imprescindible en cualquier organización supranacional que lo sorprendente ha sido su inexistencia durante toda una década, además de corregir otros aspectos mejorables pasándose de la anualidad en su celebración a cada dos años.
En efecto, la cuestión de la periodicidad a la vista del escaso contenido de las cumbres a fin de que no se banalicen, aconsejaba, exigía transformarlas en bienales, como se hecho. “¿Para qué vamos a leer un texto que ya todos conocemos?; aprovechemos el tiempo para otra cosa y regresemos a los hoteles”. La propuesta de mi viejo conocido Calos Menem, interrumpiendo al presidente brasileiro cunado en Bahía se disponía a leer con la debida solemnidad el documento final de la cumbre fue secundada inmediatamente por la mayoría y aprobada sin la menor oposición por encima del usual formalismo. En definitiva, el socarrón comentario del presidente argentino, más allá de su espontaneidad, reflejaba otro dato de fondo y más que posiblemente, una opinión generalizada, el parvo, exiguo contenido práctico de las cumbres y el conjunto de obviedades que a guisa de conclusiones recogen algunas de las declaraciones, tan llenas de vaguedades y tópicos, que hasta Fidel Castro no tenía el menor empacho en firmar lo que le pusieran por delante, incluido por supuesto el respeto a los derecho humanos.
O la desubicación técnico-diplomática, terminología creciente y pertinentemente aplicable por estas latitudes, que ha llevado a un aspecto calificable de adjetivo y por ello más susceptible de rápida enmienda, la doble representación con que cuentan España y Portugal por no coincidir en ellos las jefaturas de estado y de gobierno. Salvo en casos excepcionales o en el de ser sedes, como este año será Madrid, la representación ha de ser unipersonal y en congruencia formal con sus pares. En este capítulo, podrían mencionarse los premios Princesa de Asturias, sobre los que ya hace lustros escribí que no parecía acertado pretender emular a baja escala, comenzando por los medios, a los Nobel, al atribuirlos a escala planetaria en lugar de limitarlos al mundo iberoamericano, donde encajarían con mayor señorío, funcionalidad y prestigio.
La comunidad iberoamericana, cuya existencia viene legitimada por consideraciones lógicamente inmediatas pero también metatemporales, no es ni tiene que ser una institución del tipo de la Organización de Estados Americanos ni, salvo en lo bienal, de la Cumbres de las Américas, que se mueven con motivaciones, requerimientos y directivas diferentes. Como tampoco puede quedarse en un mero foro declarativo. El pasado año, en Ecuador, el número de mandatarios asistentes cayó a sólo cuatro presidentes, simbolizando de manera también gráfica, su excesivo carácter declarativo y los escasos frutos cosechados. Resulta, pues, evidente hacia donde debe de tender y obvio lo que su desarrollo permite realizar.
Ahora, este año y entramos en el lobby diplomático, Madrid será la sede, su quinta vez. Hay que esperar y desear el correspondiente éxito de un formidable aparato - que engloba a España, Portugal, las repúblicas iberoamericanas, Andorra, más una serie de observadores y aspirantes a integrarse, lo que debería materializarse en Madrid, comenzando por los siete países lusófonos que todavía no son parte, miembros de la Comunidad de Pueblos de Lengua Portuguesa, creada en 1996- que puede y debe constituir un poderoso lobby diplomático cuyos logros e influencia parecen fácilmente previsibles.
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