Lejos de las reflexiones sobre el tema educativo vertidas en anteriores artículos, una obra especialmente relacionada con el tema educativo, de manera más profunda, es la novela Historia de una maestra, de Josefina Aldecoa. Esta narración, desde un punto de vista realista y testimonial, aporta una imagen de la educación desde el punto del maestro o, en este caso, de la maestra, protagonista de la historia. En ella, una mujer independiente, llena de ilusiones por alcanzar metas y objetivos difíciles de conseguir para una mujer en su época, nos muestra la pasión por la enseñanza, a pesar de las dificultades, de la incomunicación y del atraso de los años treinta del siglo pasado. Contiene esta novela dos elementos que atraen la atención de todo aquel interesado en el mundo educativo. Por un lado, la obra constituye un compendio de aspectos educativos sobre los que cabe reflexionar. Por otro, se constata la dificultad del ser humano para que pueda adquirir unos valores y unos conocimientos que le hagan independiente y libre en una sociedad atrasada, llena de prejuicios y desigualdades como en la que se desarrolla esta historia, en las puertas de la Guerra Civil. La protagonista, Gabriela López Pardo, transmite su entusiasmo desde las primeras páginas de la historia que narra. La juventud de la protagonista se mezcla con una ilusión que viene determinada por el carácter vocacional de esta profesión, que sin duda Gabriela posee. No debemos olvidar las duras condiciones en que, en muchas ocasiones, han vivido los docentes (recordemos el famoso dicho aquel de “pasar más hambre que un maestro de escuela”) y, en concreto, durante aquella época. Las penurias que sufrían los maestros se describen a lo largo de toda la novela, transitando por pueblos perdidos de la geografía española y albergándose en precarias viviendas sin las más mínimas condiciones para vivir. Ese sentido de entrega y de amor a la profesión (“Amaba mi profesión y me entregaba a ella con afán”), perdido hoy día en muchos casos, se traduce en las numerosas acciones que la protagonista lleva a cabo a través de los años que se narran y que, en muchos casos, nos demuestra que muchas de las teorías o prácticas pedagógicas ya estaban inventadas, si bien no se formalizaban con la sistematicidad y los medios que existen hoy día. Pero tampoco con la resistencia y queja con que se llevan a cabo por parte de algunos docentes en la actualidad.
Si, por un lado, cuando, en un sentido general, se teoriza sobre la educación, no hay docente que no se considere un ejemplo de abnegación y un ardiente defensor del trabajo bien hecho y de la atención a todo el alumnado como se merece, luego, en la práctica, hasta el más tolerante y comprensivo de estos educadores, ataca y reniega de las leyes de educación, que introducen en el campo educativo conceptos tales como los de igualdad, diversidad o el enfoque comprensivo, en sustitución de la concepción selectiva de la educación en otros tiempos, etcétera. La culpa es siempre de las leyes que hacen a todos iguales, que prestan más atención por los alumnos menos interesados, que hacen perder autoridad al maestro o al profesor. Si bien, asimismo, parte de esos lamentos pueden ser ciertos, no es menos verdad también que la sociedad cambia y, por ello, el papel del maestro ha de adaptarse, asimismo, a los nuevos tiempos.
Nuestra sociedad, hoy más que nunca, es plural. La componen diferentes culturas, tradiciones, lenguas y sensibilidades. Y, además, hemos de contemplar el carácter plurilingüe de nuestro país, en relación con lo anterior. Pero, por otra parte, y entrando en el terreno de la modernidad, hemos de reconocer que nos encontramos, asimismo, en una sociedad cambiante, en la que las costumbres, la cultura, los hábitos, los usos y los modelos a los que imitar se transforman con acelerada rapidez.
Y ese vertiginoso cambio va unido al avance tecnológico, así como a otro fenómeno, hasta hace poco escasamente visto: la recepción de inmigrantes. Todo ello nos lleva a pensar en que, hoy día, nos movemos en una sociedad compleja y competitiva. Pues bien, todo esto que acabamos de decir se nos olvida a veces a la hora de entender que, en primer lugar, la educación ha de responder a la sociedad en que uno se encuentra inmerso y, en segundo lugar, que para ello hay que contar con grandes dosis de voluntarismo y vocación, por lo que la profesión docente no se puede convertir en el reducto al que acude en busca de trabajo todo aquel que no encuentra su sitio en la profesión que, en un principio, había elegido. Y nos referimos a abogados, arquitectos, ingenieros y demás profesionales que, en un primero momento, como decimos, no buscaban el pan en la docencia. Por eso, y concretando un poco nuestra exposición, no cabe alarmarse ante la incorporación a la tarea docente de nuevas estrategias, como la de la atención a la diversidad, cuando tal práctica ya existía en tiempos pasados, como nos lo aclara la novela a la llegada de la maestra a una de sus primeras plazas, aún como interina. Allí se encontraba con una realidad más dura, si cabe, que la que hoy se presenta en nuestras aulas. Y esa realidad obligaba a la maestra a diseñar planes con los que atender a todos sus alumnos, sin que para ello tuviera más ayuda que su propio trabajo. Por aquel entonces no existían equipos de orientación, ni profesores de pedagogía terapéutica, ni logopedas, ni dictámenes de escolarización, ni evaluaciones psicopedagógicas, ni test para determinar el grado de minusvalía de un alumno que ayudaran a enredar la maraña hasta que el alumno fuera atendido. Como vemos, la propia maestra organizaba la clase según su humilde entender y los únicos informes que existían eran sus prácticas anotaciones al acabar el día. Esa atención a la diversidad se concreta y hace patente en las páginas de la novela de Aldecoa cuando se describe el trabajo realizado por Ezequiel, maestro también y marido de la protagonista, con Mateo, un alumno “que sufría una disminución considerable de sus facultades”, lo que hoy llamaríamos un alumno con “necesidades educativas especiales”. La novela, a pesar de su escaso número de páginas, presenta otros aspectos del mundo educativo que cabe tener en cuenta o sobre los que podemos reflexionar. Y aquello que más resalta, que más llega al lector, es esa esperanza por encontrar en la educación el modo de alcanzar la libertad y el progreso de un pueblo sumido en la incultura, como era el pueblo español de las primeras décadas del siglo XX. Y la educación, el motor del progreso. En definitiva, la educación supone para aquellas gentes un compendio de conceptos o ideas que hoy consideramos alcanzados y que, quizás, por tal motivo, no valoramos lo suficiente. Y todo ese anhelo, cifrado en ideales como el de la convivencia, la justicia, la igualdad, a través de la educación, sería el que la República quiso trasladar a través de las escuelas. Ese era el motivo de que los maestros se unieran a una causa que más que impulsada por motivos políticos, pudiera ser que estuviera alentada por la propia esencia de su profesión: enseñar. Se dignificaba así, también, la profesión docente («La dignificación de la figura del maestro será el primer paso de esta reforma», se dice en algún momento de la novela), al parecer, controlada por las fuerzas vivas del pueblo. En ese empeño por divulgar la cultura, por aquella época las Misiones Pedagógicas constituyeron el primer intento por acercar la educación a un pueblo inculto que, al principio, se resistía ante la llegada de unos convoyes que, durante unas jornadas pretendían ilustrar a las gentes por toda la geografía española. Las Misiones Pedagógicas fueron creadas, según Decreto de 29 de mayo de 1931 en apoyo de las escuelas rurales, y también con fines de extensión cultural y de educación ciudadana en aldeas y villas. Los misioneros llevaban a los pueblos más apartados de la geografía española teatro, música, conferenciantes, bibliotecas, exposiciones. Esta iniciativa fue la forma de contrarrestar, en la medida de lo posible, otro tipo de educación y otros métodos pedagógicos imperantes en la época, a los que estaban acostumbradas otras clases sociales, económicamente más pudientes. Y era también la manera de intentar arrebatar a la Iglesia el monopolio de instruir o catequizar a un pueblo al que le cuesta desembarazarse de las ataduras que la religión les había impuesto en materia educativa. Como hemos visto en este breve análisis, la gama de asuntos y temas educativos, muchos de plena actualidad aún en nuestros días también, que desfilan por entre las páginas de esta tierna novelita de Josefina Aldecoa, se puede ver complementada o contrastada con otra obra, en este caso teatral, que se desarrolla en el mismo momento histórico, anterior a la Guerra Civil, como es Nuestra Natacha, de Alejandro Casona, y que analizamos en la siguiente entrega.
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