Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | Social | Vejez
Además de cuestiones relacionadas con la salud y con el riesgo de pobreza, se tiene que abordar la soledad para que los mayores puedan cumplir su deseo de envejecer en sus hogares. Por eso ganan terrenos los programas de convivencia intergeneracional al estilo Homeshare

Vivir la vejez en casa

|

Cerca de un 90% de las personas mayores de 65 años afirman que les gustaría vivir en sus hogares hasta el momento en que se produzca su último suspiro. Esto se desprende de la última encuesta de mayores que realizó el IMSERSO en España.

Se desdibuja así cierta idea que prevalece en el imaginario colectivo sobre “ancianitos” felices en residencias, asilos o ancianatos que debilitan los vínculos de estas personas con eso a lo que llamamos “vida”: relaciones, familia, recuerdos y vivencias que asociamos a cosas materiales para ganarle terreno al olvido. Da igual si se trata de una residencia parecida a un resort de playa o a una donde, sólo al entrar, produce ya un vuelco en el estómago por el abandono que se respira.

Pero el envejecimiento golpea no sólo a quienes lo protagonizan, sino también a sus familiares, con crecientes responsabilidades laborales y familiares, con cada vez menos tiempo y recursos que darle a sus mayores para una vida digna. Aquí surge un conflicto inevitable que muchas veces se desata en silencio, con miradas de soslayo, con murmullos en las comidas familiares, en las comuniones y en los funerales.

“¿Qué hacemos con mamá? No podemos meterla en casa, ¿te imaginas?” Empieza la labor de desgaste psicológico: “vas a estar mejor en una residencia, no te va a faltar de nada y vas a poder relacionarte con otros personas como tú; además, si te pasa algo… no estás sola”.

Algunos mayores “se rebelan”: “¿ir yo a ese sitio de viejitos? Ni loca, yo estoy de maravilla en mi casa con mis cosas”. Pero muchos sucumben ante lo “inevitable”. Lo aceptan con una tristeza que tratan de ocultar tras una sonrisa, con un no te preocupes que en realidad no funciona, porque, con frecuencia, la decisión acarrea sentimientos de culpa que los familiares van a arrastrar durante muchos años.

Estas situaciones aumentan al ritmo del envejecimiento de la población. En casi todo el mundo, los avances médicos han conseguido añadir años a la vida. Pero, aunque suene ya a tópico, queda pendiente darle vida a los años, sobre todo en aquellos en que tantas personas dejan de hablar “y todo el tiempo parecen mirar a lo lejos, cuando en realidad miran hacia adentro, hacia lo más profundo de su memoria”, como decía Ernesto Sabato en La resistencia.

Más de 8 millones de personas superan los 65 años de edad en España, de las cuales 1,5 millones viven solas y una tercera parte son mayores de 80 años. Se estima que para 2050 la cifra de personas mayores se habrá duplicado, y casi la mitad de esa población habrá superado los 80 años. Ocurre algo similar en los demás países del llamado “mundo desarrollado” y cada vez más en países “en desarrollo”, donde las próximas generaciones de jóvenes pueden enfrentarse a una población envejecida mucho más amplia incluso que en los países ricos, y quizá con menos recursos.

Los gobiernos tienen el desafío de garantizar la investigación médica para tratamientos de las dolencias que incapacitan más a las personas mayores: Alzheimer, Parkinson, demencia senil, dolencias físicas como la osteoporosis, diabetes crónica y tantas otras. Un mayor énfasis en la prevención evitará el colapso de los sistemas sanitarios y de hospitales, y reducirá el gasto público y privado en cuidadores y servicios de atención básica.

Trascendidas estas cuestiones, junto con las relacionadas al riesgo de pobreza y exclusión, se tiene que abordar la soledad que limita la vida activa de ancianos que viven solos y no reciben visitas. Pero a veces no hace falta vivir solo o no tener visitas para padecer una soledad que a veces se aborda a veces con visitas de voluntarios.

También se han convertido en un auténtico movimiento mundial ciertos programas de convivencia intergeneracional estilo Homeshare: personas mayores que comparten su hogar con una persona joven, muchas veces universitarios. No se pagan nada pero comparten gastos y se hacen compañía. Para los estudiantes supone una experiencia de aprendizaje y una alternativa a los elevados costes de vivienda y, para los mayores, una forma de sentirse activos, reconocidos y acompañados. Se crea así un vínculo fuerte contra la soledad que sentiremos en nuestra piel alguna vez en nuestras vidas.

Vivir la vejez en casa

Además de cuestiones relacionadas con la salud y con el riesgo de pobreza, se tiene que abordar la soledad para que los mayores puedan cumplir su deseo de envejecer en sus hogares. Por eso ganan terrenos los programas de convivencia intergeneracional al estilo Homeshare
Carlos Miguélez Monroy
miércoles, 9 de noviembre de 2016, 00:25 h (CET)
Cerca de un 90% de las personas mayores de 65 años afirman que les gustaría vivir en sus hogares hasta el momento en que se produzca su último suspiro. Esto se desprende de la última encuesta de mayores que realizó el IMSERSO en España.

Se desdibuja así cierta idea que prevalece en el imaginario colectivo sobre “ancianitos” felices en residencias, asilos o ancianatos que debilitan los vínculos de estas personas con eso a lo que llamamos “vida”: relaciones, familia, recuerdos y vivencias que asociamos a cosas materiales para ganarle terreno al olvido. Da igual si se trata de una residencia parecida a un resort de playa o a una donde, sólo al entrar, produce ya un vuelco en el estómago por el abandono que se respira.

Pero el envejecimiento golpea no sólo a quienes lo protagonizan, sino también a sus familiares, con crecientes responsabilidades laborales y familiares, con cada vez menos tiempo y recursos que darle a sus mayores para una vida digna. Aquí surge un conflicto inevitable que muchas veces se desata en silencio, con miradas de soslayo, con murmullos en las comidas familiares, en las comuniones y en los funerales.

“¿Qué hacemos con mamá? No podemos meterla en casa, ¿te imaginas?” Empieza la labor de desgaste psicológico: “vas a estar mejor en una residencia, no te va a faltar de nada y vas a poder relacionarte con otros personas como tú; además, si te pasa algo… no estás sola”.

Algunos mayores “se rebelan”: “¿ir yo a ese sitio de viejitos? Ni loca, yo estoy de maravilla en mi casa con mis cosas”. Pero muchos sucumben ante lo “inevitable”. Lo aceptan con una tristeza que tratan de ocultar tras una sonrisa, con un no te preocupes que en realidad no funciona, porque, con frecuencia, la decisión acarrea sentimientos de culpa que los familiares van a arrastrar durante muchos años.

Estas situaciones aumentan al ritmo del envejecimiento de la población. En casi todo el mundo, los avances médicos han conseguido añadir años a la vida. Pero, aunque suene ya a tópico, queda pendiente darle vida a los años, sobre todo en aquellos en que tantas personas dejan de hablar “y todo el tiempo parecen mirar a lo lejos, cuando en realidad miran hacia adentro, hacia lo más profundo de su memoria”, como decía Ernesto Sabato en La resistencia.

Más de 8 millones de personas superan los 65 años de edad en España, de las cuales 1,5 millones viven solas y una tercera parte son mayores de 80 años. Se estima que para 2050 la cifra de personas mayores se habrá duplicado, y casi la mitad de esa población habrá superado los 80 años. Ocurre algo similar en los demás países del llamado “mundo desarrollado” y cada vez más en países “en desarrollo”, donde las próximas generaciones de jóvenes pueden enfrentarse a una población envejecida mucho más amplia incluso que en los países ricos, y quizá con menos recursos.

Los gobiernos tienen el desafío de garantizar la investigación médica para tratamientos de las dolencias que incapacitan más a las personas mayores: Alzheimer, Parkinson, demencia senil, dolencias físicas como la osteoporosis, diabetes crónica y tantas otras. Un mayor énfasis en la prevención evitará el colapso de los sistemas sanitarios y de hospitales, y reducirá el gasto público y privado en cuidadores y servicios de atención básica.

Trascendidas estas cuestiones, junto con las relacionadas al riesgo de pobreza y exclusión, se tiene que abordar la soledad que limita la vida activa de ancianos que viven solos y no reciben visitas. Pero a veces no hace falta vivir solo o no tener visitas para padecer una soledad que a veces se aborda a veces con visitas de voluntarios.

También se han convertido en un auténtico movimiento mundial ciertos programas de convivencia intergeneracional estilo Homeshare: personas mayores que comparten su hogar con una persona joven, muchas veces universitarios. No se pagan nada pero comparten gastos y se hacen compañía. Para los estudiantes supone una experiencia de aprendizaje y una alternativa a los elevados costes de vivienda y, para los mayores, una forma de sentirse activos, reconocidos y acompañados. Se crea así un vínculo fuerte contra la soledad que sentiremos en nuestra piel alguna vez en nuestras vidas.

Noticias relacionadas

En “La isla de los pingüinos” Anatole France (Premio Nobel, 1921) aborda con ironía el asunto del formalismo. Después de que el personaje inicial, Mael, por su vejez y casi ceguera, bautice a unos pingüinos creyendo que son hombres, se abre en el cielo una diatriba para establecer si ese bautismo es válido. No se puede ir contra las formas. El problema se resuelve finalmente aceptando la propuesta de que los pingüinos se transformen en humanos (unos pingüinos bautizados terminarían en las llamas eternas, en cuanto no cumplirían con la ley de Dios).

Últimamente, la cuestión de una hipotética fusión bancaria entre el BBVA y el Banco Sabadell, ocupa las portadas de noticias de televisiones y radios y también de los periódicos en España. Es lógico que suceda, porque supone una vuelta de tuerca más, en un intento de intensificar la concentración bancaria en nuestro país.

Reproduzco la carta de los padres de Vera al presidente del Gobierno que hicieron pública durante el periodo de "reflexión" de Pedro Sánchez, pues a pesar del tiempo transcurrido en el que el vuelco del castillo hinchable de Mislata provocó el fallecimiento de dos niñas por múltiples irregularidades en enero de 2022, poco se ha hecho en los tribunales y en las administraciones nada que sepamos.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto