Es posible que, a algunos, nos apetezca evadirnos, aunque sólo fuere por un día, de este turbio clima nacional, que nos envuelve a todos los ciudadanos con la bruma impenetrable de un mal sueño, algo que quisiéramos poder borrar de nuestro pensamiento, pero que se reproduce cada vez que abrimos los ojos a un nuevo día, con la estridencia machacona del irritante timbre del despertador.
Por casualidad, cayó en mis manos un artículo sobre los mismísimos comienzos del Islam que, curiosamente, tiene mucha relación con los acontecimientos que, recientemente, estamos viviendo con alarma aunque, de momento, sólo tengan lugar en Oriente Medio, aunque todos intuimos que, fatalmente, todo lo que sucede por aquellos lares acaba repercutiendo en la vieja Europa, todavía no acostumbrada a los sobresaltos que nos producen ciertos individuos terroristas que consideran el hecho de matar a sus semejantes como un servicio a su dios Ala, al que se empeñan en complacer cada vez que pueden.
Es posible que, la intensidad de los acontecimientos políticos que nos acompañan en España, nos hayan hecho olvidar lo que está sucediendo en países, como Irak o Siria, y los enfrentamientos que se vienen produciendo entre el régimen oficial de Basar Al Asad, sus rivales que pretenden derribarlo del poder y los guerreros del EI, que pretenden establecer el Califato sunni en toda aquella vasta región. Pero ¿se han preguntado ustedes de dónde vienen estas rivalidades entre los sunníes y los chiíes?, que vienen arrastrando sus enfrentamientos desde el siglo VII d.C. y que siguen perdurando hasta nuestros días.
Lo cierto es que, a la muerte de Mahoma (632), que falleció sin especificar quién debía sucederle ni la forma en la que debía ser elegido su sucesor, ocurrió, tal y como suele suceder cuando se trata de trasmitirse el poder, que el yerno del profeta, Ali-ibn-ab-Talibi, se creyó ser el mejor cualificado para sucederle, algo que no compartieron sus rivales sunníes, que consiguieron, no obstante la oposición chií, entronizar como califa a Abu Bakr as-Siddiq de la etnia sunní y uno de los suegros y colaboradores de Mahoma. Y, con este califa, empieza lo que para los sunníes se denominó “el califato bien guiado” o Rashidun como la tradición musulmana designa a los cuatro primeros califas que sucedieron a Mahoma, desde el 632 al 661. Hay que decir que, en muchas lenguas europeas, se los denominó como “califas ortodoxos”. Durante este califato el Islam se extendió por toda Arabia. Se sospecha que murió envenenado, una maldición que parece que también se extendió a sus tres sucesores que terminaron su vida en manos de asesinos.
Le sucedió otro de los suegros del profeta, Umar Ibn al-Jattab (634-644), en cuyo reinado tuvo lugar una guerra con el Imperio de Bizancio y Persia, consiguiendo apoderarse de Siria, Palestina, Egipto y Mesopotamia. Fue asesinado por un esclavo suyo. A Umar le sucedió en el califato Uthman Ibn Affan (644-656) que, según la tradición musulmana, fue el primer habitante de la Meca en convertirse al Islam. Confiscó todos los tesoros que provenían de las regiones conquistadas y tomó la polémica decisión de quemar todos los ejemplares del Corán editados con anterioridad a su reinado y se acercó a la familia de los Omeya. Fue asesinado por el hermano de la tercera esposa de Mahoma. Por fin le llegó el turno de acceder al califato al primo y yerno de Mahoma, Alí Ibn Abi Talib Con él el califato ortodoxo terminó su mandato en el 661 d.C. cuando entro a gobernar Muawiyya de la familia Omeya y gobernador de Siria, que decidió que el derecho al califato le correspondía a él. Alí, no obstante, siguió en Mesopotamia hasta que, como el resto, acabó siendo asesinado.
En este punto conviene recordar que la familia de los Omeyas, la Dinastía Omeya. que reinó en todo el mundo musulmán en la época del Califato de Damasco (661-750), posteriormente lo hizo en la España musulmana durante el Emirato y el Califato de Córdoba (756-1031). Eran los descendientes de Omeya, un árabe musulmán del clan de los Joraichitas (el clan de Mahoma). Nunca los españoles deberíamos olvidar que, lo que, para el mundo árabe es conocido como Al Ándalus, es ni más ni menos que todo el territorio nacional; como se han encargado de recordarnos, cada vez que les ha parecido, estos asesinos del EI, añadiendo que, para ellos, la reconquista de España se encuentra entre sus aspiraciones principales.
En otros tiempos lo que sucedía más allá de nuestras fronteras tardaba meses y, en ocasiones ni nos enterábamos. El progreso, no obstante, nos ha traído, entre las novedades de los últimos 50 años, aparte de avances espectaculares en el mundo científico y en la medicina, que nos alargan la vida y nos ayudan a vivirla con mayor comodidad, la facultad de que, cada ciudadano, sin salir de su propia casa, tenga la posibilidad de enterarse en pocos segundos, a través de las televisiones, de Internet o de los teléfonos digitales y demás artilugios que cada día nos sorprenden invadiendo los mercados, de lo que está sucediendo en cualquier parte del mundo, sin que las distancias impidan esterarse de lo que, por nimio que fuere, tenga lugar en la isla de Luzón o en el mismo polo Antártico.
Europa ha padecido, en más de una de las naciones civilizadas y dotadas de todos los adelantos en cualquier de las materias, incluso en cuanto a los medios de defensa para enfrentarse a cualquier amenaza exterior; el zarpazo, prácticamente inevitable, de los terroristas, verdaderos asesinos solitarios, dispuestos a inmolarse en nombre del Islam, para aterrorizar a centenares o millares de personas, con sus ataques kamikaces. Los mejores ejércitos, los dotados de los más sofisticados armamentos y de las técnicas de defensa más disuasorias y espeluznantes; se encuentran, ante este tipo de guerra del terror, que supera a la de guerrillas, tan frecuente en las guerras del Vietnam, completamente inane. La única forma de impedir que un suicida islamista, que no se distingue de ninguna persona normal, salvo en la locura que esconde en su cerebro, es una labor ingente de las policías, los servicios de Inteligencia y la colaboración ciudadana que, en estos casos se puede decir que es fundamental para el descubrimiento, la neutralización y la captura de esta clase de delincuentes, los más peligrosos, precisamente por actuar individualmente y, en muchas ocasiones, viviendo largo tiempo como personas normales entre los ciudadanos, que no se dan cuenta del peligro que suponen para su vida y la del resto de personas honradas, la presencia de semejantes asesinos.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, hemos querido hacer un pequeño viaje al mundo árabe, para indagar en los orígenes del Islam lo que, en estos momentos, se ha convertido en una de las mayores preocupaciones para el mundo civilizado que, en pleno Siglo XXI, se ve amenazado por un grupo de personas fanatizadas que han conseguido atraer hacia su causa a muchos jóvenes y desengañados de la sociedad moderna, para afiliarse en sus filas de asesinos, prometiéndoles buenas retribuciones, mujeres que actúan de esclavas en contra de su voluntad, una vida de aventura y la posibilidad de dejar aflorar todo lo que de salvaje e irracional es capaz de acumular cierto sector de la raza humana. O así es como lo entiendo.
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