El caso ruso, sobrela caída de la natalidad, es un caso dramático: el desplome de la natalidad viene de lejos, pero se ha acelerado con el COVID y la guerra en Ucrania. El Kremlin ha intensificado su política de rearme ideológico y lucha contra la disidencia. Lo previsible es que las medidas resulten contraproducentes, al hacer más irrespirable el clima social y político. La estrategia no difiere mucho de la utilizada por uno de los principales aliados de Rusia, Irán, también atónito por su declive demográfico. La pregunta es: ¿qué tienen en común todas estas situaciones? La respuesta hay que buscarla entre los jóvenes. Y un problema básico que comparten los jóvenes de Rusia, China, Irán o Europa occidental es que les cuesta mirar hacia el futuro con esperanza. Por eso no traen más niños al mundo. Cierto que el problema es complejo y multicausal. Lo que es seguro es que insistir en el enfoque estrictamente económico o en el burdamente nacionalista no va a mejorar nada.
|