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Ahora Kafka somos la gente

Su obra no es una desgracia que nos paraliza. Es un dolor que nos impulsa a hacer, a rebelarnos
Eduardo Madroñal Pedraza
viernes, 22 de noviembre de 2024, 10:06 h (CET)

“Una jaula salió a cazar un pájaro”. Kafka.


Necesitamos a Kafka, porque Kafka desnuda a un poder que nos impone una pesadilla cotidiana, una barbarie a escala industrial. Esa es la razón por la que su obra sigue sacudiendo saludablemente nuestras conciencias hoy con igual o más vigor que hace un siglo. La imprescindible furia revolucionaria que impregna la obra de Kafka, su afán por señalar a un poder castrador para poder demolerlo, es hoy más urgente.


Porque para Kafka “un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que llevamos adentro”, y anticipándose al mayo del 68, Kafka nos dijo que para liberarnos “hay que matar al policía que llevamos dentro”.


Hoy nosotros necesitamos a Kafka. Necesitamos libros que nos duelan, que desvelen la horrenda verdad escondida tras bellas y falsas palabras, que nos sacudan para liberarnos de la narcotización de nuestras conciencias, y que nos rebosen de indignación para conminarnos a actuar.


Kafka está aquí y ahora


El diccionario de la Real Academia de la Lengua define “kafkiano” como “una situación absurda y angustiosa”. Pocos escritores han obligado a acuñar una palabra, que se ha popularizado, para definir su particular mirada. Kafka lo ha conseguido.


Todos entendemos al momento cuando alguien dice haber vivido una situación “kafkiana”. Nos vemos arrastrados por algo que no entendemos, ahogados por un poder que nos ignora y aplasta. Y nos sentimos como Gregorio Samsa, cuando al despertar se ha transformado en un inmundo insecto.


La concepción de la literatura de Kafka afirma: “Necesitamos libros que surtan sobre nosotros el efecto de una desgracia muy dolorosa”.


Porque lo nuestro es kafkiano


“Alguien debía de haber calumniado a Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana”. Así comienza “El proceso”, un asfixiante retrato de como el Estado destroza al individuo para devorarlo.


Policías, jueces y abogados, aquellos que deberían “protegernos”, son aparatos cuya sustancia es dominarnos. Y nos vemos sometidos a un demencial callejón sin salida donde somos culpables por decreto.


Se repite que “El proceso” denuncia la arbitrariedad que caracteriza a los totalitarismos. Es una tranquilizadora explicación. Que Kafka pulveriza en las primeras líneas de la novela, al especificar que “K. vivía bien en un Estado de derecho, la paz reinaba en todas partes, todas las leyes estaban en vigor, ¿quién se atrevía pues a asaltarle en su casa?”.


La pesadilla del Estado dominante


La pesadilla de “El proceso” no sucede en una dictadura. No se trata de ningún estado de excepción. Es la normalidad que sufrimos bajo los actuales Estados burgueses. No es la “máquina del fango de la ultraderecha”, es la criminal actuación de los Estados más “avanzados” y “democráticos”. Kafka tritura la fantasía, que narcotiza nuestras conciencias, de “la igualdad ante la ley”, “la separación de poderes” y “el Estado como protector de los más débiles”.


La odisea de Joseph K. en “El Proceso” es la más alta expresión del carácter aniquilador de los modernos Estados burgueses, que Kafka vio desarrollarse, y que hoy han multiplicado su capacidad de intervención en nuestras vidas. Joseph K. somos cada uno de nosotros en muchas situaciones de nuestra vida cotidiana. Y de la misma manera, el terror en Kafka nos inquieta profundamente porque sabemos que también es el nuestro.


Imperialismo o liberación


Kafka desarrolla una aguda sensibilidad contra toda forma de opresión, frente a toda manifestación del dominio que se nos impone sobre nuestras vidas. En cada cosa, en las más cotidianas, ve la fuerza aplastante del poder, pero también la torrencial rebelión que engendra.


Kafka asistió al nacimiento del imperialismo, la hiperconcentración de poder económico y político. Frente a las poderosas burguesías monopolistas, armadas de unos mastodónticos Estados, el individuo se ha convertido en poco más que un insecto, cuya vida no vale nada, que puede ser aplastado sin compasión.


Pero la obra de Kafka no es una desgracia que nos paraliza. Es un dolor que nos impulsa a hacer, a rebelarnos. Él mismo nos dijo: “yo, que muy a menudo he carecido de independencia, tengo una sed infinita de autonomía, de independencia, de libertad en todas direcciones”. Y ese impulso revolucionario es la esencia de Kafka, de nosotros.

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