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Suecia ha sido históricamente un ejemplo de bienestar social con una red de protección estatal admirada globalmente. Esta solidez ha contribuido a niveles de vida envidiables, y a una confianza ciudadana notable en sus instituciones. Sin embargo, en los últimos años, esta misma estructura ha empezado a mostrar fisuras.
Vivimos un tiempo en el que la inteligencia artificial (IA) avanza a un ritmo vertiginoso. Cada nueva versión sorprende por su capacidad de procesar datos, imitar el lenguaje e incluso acercarse a formas de expresión que parecían, hasta hace poco, exclusivamente humanas. Sin embargo, la cuestión de fondo no es tanto preguntarnos hasta dónde llegará la IA, sino dónde quedamos nosotros como seres humanos.
La mente guarda algunos recuerdos como si fueran heridas sin cicatrizar. A veces vuelven, una y otra vez, con la fuerza de lo que creemos no haber resuelto: la culpa, el dolor, los reproches. Y sentimos que seguimos viviendo ese momento, y nos quedamos anclados en un pasado que ya no existe. Pero un recuerdo no es más que eso: un pensamiento que aparece en la mente. No es realidad, porque no está ocurriendo aquí y ahora.
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