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​Parando el reloj de la vida

José Medina Pedregosa, Córdoba
Lectores
sábado, 28 de septiembre de 2024, 07:53 h (CET)

Conforme va pasando el tiempo y los años van llegando a una velocidad vertiginosa nos vamos dado cuanta que, algunas veces, nos miramos los piercings en el ombligo, en las orejas, labios, a veces en la nariz, y los tatuajes que nos invade parte de nuestro cuerpo. Nos miramos todos y volvemos a contemplar el núcleo del ombligo también con marcas.   


Llevamos una vida muy ajetreada, atosigada, ocupada muchas veces en asuntos banales. Miramos con mucha frecuencia el reloj de nuestra vida. Vemos como pasa el tiempo y no hacemos aquello que nos gustaría haber hecho anteriormente. Nos quedamos sentados, mirando el reloj de nuestra vida.

 

Me jubilé a los sesenta y siete años y como he dicho antes, desde entonces no miro el reloj de la vida. Lo pasado, pasado está, no hay que darle vueltas a ese reloj. La cuerda del tiempo se va rompiendo, no tiene compostura, no hay relojero que lo arregle.


Lo pasado, pasado está. No se trata de jubilados, el reloj de nuestra vida, no tiene hora. El reloj lleva tiempo sin manecillas. Ahora tenemos el llamado correo electrónico. Un medio que le tenemos un cariño envidiable, adoración con mucho afecto y devoción. Estoy pensando quitarme el reloj de mi muñeca para no ver las horas que van pasando. Mis horas las paso también leyendo libros, ahora estoy leyendo Almanzor. Paseo de vez cuando con un intimo amigo de la infancia. Me gusta trazar líneas contando mis gustos, apetencias y valores que me educaron en el instituto y mis mayores. Cosa que ahora no se hace. Veo mucho fútbol y corridas de toros. Ahora estoy escribiendo mis memorias, a punto de terminarla, además de una novela. De vez en cuando, chateo con amigos y amigas que. de todo hay. Los días de fiesta, sábados y domingos hago la comida. Y, si, fuese poco, tengo una cenáculo de amigos, una vez en el mes, donde cada uno programado expone la tertulia del día.


Los jueves estoy dando clases de pintura al óleo. Un día y otro no, me doy una caminata. oliendo a jara, mastrantos y romero por mi sierra cordobesa. Unas veces camino 10 km y otros 20. Estos días, después de la caminata me encuentro a la vuelta con mi amigo de la infancia, él, se toma un refresco y yo una buena cerveza, fresquita y de una buena marca, la cual la degusto despacio y sin mirar el reloj, puesto que ya me lo quité de encima.  Y si, aún hay alguien que, no lo crea, tengo tiempo para charlar con mi mujer.


No importa la edad para dejar de mirar el reloj. Después viene el tito paco con las rebajas y, zas.  No hay relojero que tenga piezas para volver a ver el reloj de nuestra vida. Ramón Gómez de la Serna, tiene una linda frase que dice: El reloj no existe en las horas felices. Una frase que tiene una verdad como un templo, así de grande. (Extendiendo mis brazos) Mi reloj lo he dejado metido en una caja entre algodones. Y, si, por casualidad vuelvo a verlo, le quité la pila tirándola lejos de mi alcance.  

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