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​Divertimientos granollerenses

Usted mismo, amigo lector, puede escribir las líneas que faltan a este escrito. Seguro que coincidiríamos
Gabriel Muñoz Cascos
viernes, 30 de agosto de 2024, 12:39 h (CET)

Cada día que pasa me siento más contento de ser andaluz y de haber nacido en uno de sus pueblos serranos en los que a los niños de ambos sexos les gusta jugar todavía a los mismos juegos que jugaron sus antepasados, como saltar a piola, a la comba, a las carreras de sacos, al juego del pañuelo y un largo etcétera que les hace felices durante sus tiempos de recreo o festividades veraniegas. Lo mismo viene ocurriendo en los pueblos de la campiña y en los de las costas andaluzas. Dicho lo cual, debo aclarar que igualmente se van adoptando los nuevos entretenimientos que tienen su base en la informática. Pero lo que más me conforta es que nuestros jovencitos no son instruidos como los que viven en Granollers, un pueblo catalán en la que uno de sus juegos -al parecer patrocinado o consentido por las autoridades- consiste en hacer prácticas de guerrilla urbana contra unos muñecos con uniformes de policías para lanzarles cócteles Molotov y construyendo barricadas. Usted mismo, amigo lector, puede escribir las líneas que faltan a este escrito. Seguro que coincidiríamos.

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Hay noticias que rayan el insulto y el desprecio hacia quienes se dirigen. Que son asumidas como una verdad irrefutable y que en ese globo sonda enviado no tiene la menor respuesta indignada de quienes las reciben. El problema, por tanto, no es la noticia en sí, sino la palpable realidad de que han convertido al ciudadano en un tipo pusilánime. En un mendigo de migajas a quien los grandes poderes han decidido convertirle, toda su vida, en un esclavo del trabajo.

La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.

Frente a las amenazas del poder, siempre funcionaron los contrapesos. Hacen posible la libertad individual, que es la única real, aunque veces no seamos conscientes de la misma, pues se trata de una condición, como la salud, que solo se valora cuando se pierde. Los tiranos, o aspirantes a serlo, persiguen siempre el objetivo de concentrar todos los poderes. Para evitar que lo logren, están los contrapesos.

 
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