Es cierto que hoy se llama arte a cualquier cosa. La pérdida de sensibilidad, los dictados ideológicos y la mercadotecnia han disuelto el concepto. Un tipo hace una estupidez en la calle y lo llaman performance; los intelectuales de turno establecen no sé qué cánones en determinados círculos y se obedecen al dictado; alguien garabatea en un lienzo, reproduce la composición en distintos formatos y la vende al por mayor. No obstante, uno ve estas actuaciones, acude a dichas exposiciones o adquiere una pieza prefabricada y no sabe qué pensar, qué sentir… acaba fingiendo. Estos límites difusos de lo que es el arte aturden, confunden y nos hacen manipulables.
El desnudo artístico no tiene nada que ver con las imágenes que se mueven en las redes sociales, tanto por su representación como, sobre todo, por su finalidad. Genuinamente, el desnudo en el arte ha nacido de la percepción del cuerpo como fuente de belleza (se suele decir elemento estético, pero resulta impreciso y cosificante; si apela a la belleza es a la del ser humano completo) y su plasmación clásica ha transmitido armonía y equilibrio. Para tal fin, el modelo ha posado con pudor (hay una línea fina entre posar y exhibir, pero la hay) y el artista lo ha retratado desde la misma actitud.
Sin embargo, el desnudo pornográfico no refleja a la persona íntegra, sino sesgada, y apela a una sexualidad aislada, compulsiva, falsa.
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