Si hace 20 años me hubieran dicho que yo escribiría lo que a continuación van a leer, no me lo hubiera creído. Si hace 20 años me hubieran asegurado que el crecimiento del antisemitismo me forzaría a encararme contra toda España por amor a ella, no me lo hubiese creído. Pero ya ve, aquí estoy escribiendo, encarándome, lamentando tener que reconocer que el antisemitismo sigue vivo aquí. Sigue con vida aunque las comunidades judías y los judíos europeos llevan más de dos milenios contribuyendo al desarrollo social, político, económico, científico y cultural de Europa y constituyen un elemento inextricable de la identidad europea. Desde Gustav Mahler hasta Sigmund Freud, desde Hannah Arent hasta Simone Veil, los judíos los judíos han enriquecido el patrimonio cultural, intelectual y religioso de Europa. Al mismo tiempo, el antisemitismo ha estado presente durante siglos en Europa, donde se ha manifestado en forma de expulsiones , persecuciones y progromos que culminaron en el Holocausto, una mancha indeleble en la historia europea, y borraron la vida y el legado judíos de numerosos lugares del continente. La Unión Europea hunde sus raíces históricas en la Segunda Guerra Mundial y en el compromiso inequívoco de los europeos por garantizar que tales atrocidades nunca vuelvan a producirse. Sin embargo, el antisemitismo no se agotó tras el Holocausto. Solo quedó oculto en un cajón de la menoría y bastó un 7 de octubre de 2023 para resucitarlo. ¿No es esto una irresistible paradoja?
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