Todos los días paso por allí. Al cruzar el lugar, siempre siento una voz que, insistentemente, me increpa diciendo: “¡Que me descuelguen de este madero!”. Entonces miro a la izquierda y veo el palacio de Larrinaga. Miro hacia arriba, y constantemente contemplo el mismo cielo. Miro para abajo y veo que alguien escribió un grafiti de color negro que, desde hace semanas, avergüenza a la ciudad. Dice así: “Que pare el genocidio y otras cosas oscuras”. Entonces miro hacia el pabellón Príncipe Felipe y observo que, dentro del jardín, encima de un capitel, han subido al insigne D. Ángel Sanz Briz. Aturdido y nervioso, le pregunto a la voz por qué quiere que lo descolguemos. Y la voz me responde: “Sabiendo que Zaragoza es tan grande, el hecho de escribir este grafiti a mis pies tiene un sentido que me ofende. Por eso quiero que me descuelguen; de este madero no quiero molestar a nadie. Por otra parte, la fuerza con la que se ha despertado el antisemitismo en España me hace recordar la ebullición del odio a los judíos en Alemania. Estoy harto de tanta miseria. Eso ya lo he vivido y no quiero repetirlo. Estoy hastiado, triste e indignado. Por favor, di a quien corresponda que me descuelguen de esta cruz. Ah, y si no es mucha molestia, que cambien el nombre de la plaza”...
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