La degeneración de todo grupo pasa por un distanciamiento entre la base militante y los primeros fundadores del mismo. Con el tiempo, no necesariamente demasiado, los primeros visionarios ven desaparecer el carácter original de su mensaje y debilitarse éste en beneficio de la naturaleza del hombre común.

Los grandes profetas seguramente no estarían de acuerdo con el desarrollo de la doctrina que, algunos sin proponérselo, acabaron por crear. Hay que tener en cuenta que el seguidor del iluminado es alguien encandilado por la luz del personaje, mientras que el iluminado obtiene su luz de otra fuente.

Es decir, un mensaje de una persona con una sensibilidad especial es recibido la mayor parte de las veces por hombres y mujeres comunes.

Igualmente pasa con las asociaciones políticas. Unos fundadores finalmente mitificados dan lugar a una asociación ideológicamente potente (independientemente de la dirección de la potencia). Pero sus seguidores ya destilan un mensaje diferente, y el tiempo produce el efecto boca-oreja, en el que el último de la fila entiende poco o nada de lo que el penúltimo ha querido decirle.

Aun así, ese penúltimo y ese último siguen permaneciendo en la fila. Y no sólo ellos, sino que por delante se erige una organización excelentemente planificada desde la racionalidad empresarial, pero con un mensaje debilitado.

No es difícil que en esas situaciones se den desviaciones que repugnan a la opinión pública. Tampoco es difícil que la solidez de las instituciones faciliten el inmovilismo.

En momentos de crisis general de los partidos, es necesario un giro de la política que introduzca nuevas variables en un sistema cansadamente fijo. Hacen falta nuevas maneras, nuevos modos de organizar los elementos desgastados por el mal uso. Hacen falta nuevos partidos con propuestas nuevas y que los seguidores ciegos de los dos partidos mayoritarios estén dispuestos a escucharlas.