El Amor de Dios hecho Hombre, Nuestro Señor Jesucristo, no nos quiso dejar solos al despedirse el Día de la Ascensión, y se quedó con nosotros en presencia real eucarística. Esta presencia real y eucarística, la celebramos en dos fechas muy señaladas: el Jueves Santo y el Corpus Christi.
Las profanaciones al Santo Sacramento de la Eucaristía punzan los corazones de los creyentes, que responden con actos masivos de desagravio. Otra cosa: se ven interminables colas para comulgar y escasas o ninguna para confesarse. Una mística del siglo XX contaba que sufría mucho los domingos en Misa porque veía a fieles que comulgaban en pecado ( Dios le había concedido la gracia de percibir el estado de las almas). Ahora, muchos han perdido la veneración por el misterio eucarístico, y pasan frente al Tabernáculo sin hacer la genuflexión o, al menos, una reverencia si la artrosis no permite hincar la rodilla. Más: la mayoría de las iglesias se cierran apenas terminada la eucaristía, pese a que el Papa Francisco pide que estén abiertas; impiden, así, la adoración recogida del comulgante mientras duran las especies sacramentales.
“Cristo no nos ha dejado sin su presencia corpórea en este nuestro peregrinaje, sino que nos une a él en este sacramento en la realidad de su cuerpo y su sangre” ( Santo Tomás de Aquino. Summa Theologiae, III).
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