Me parece que no hay frase que más daño haga para la comprensión de lo que realmente es amar, y es una frase repetida con mucha frecuencia y en muchos ambientes de nuestra sociedad. Con esas palabras se manifiesta, habitualmente, todo lo contrario a lo que es el verdadero amor: el de los esposos, de los padres con los hijos y los hijos con los padres, de los amigos, de los demás en general, porque el planteamiento cristiano de la vida es, antes que nada, aprender a amar, que es entrega, generosidad, darse.
Los esposos, cuando se aman de verdad, manifiestan su amor, entre otras muchas maneras, pero de modo esencial, en la unión sexual abierta a la vida. Pero no hacen el amor. Porque hay amor, la relación sexual dentro del matrimonio es manifestación íntima, es entrega, es pensar en el otro. Por desgracia esto solo lo entiende hoy en día una parte pequeña de nuestra sociedad. Esa manera de hablar, “hacer el amor”, es manifestación nítida de lo poco que se sabe sobre lo que es amar: generosidad, pisotear el yo, detalles de delicadeza constantes, y un deseo sincero en el matrimonio de que lleguen los hijos.
Lo que surge de ese modo de hablar, hacer el amor, es egoísmo, es hedonismo, es pasar un rato. Se puede hacer con quien se ponga por delante, aunque sea más frecuente hacerlo con la “pareja”, y no abierto a la vida. Este planteamiento lleva consigo no entender el matrimonio, lo que significa la fidelidad y, habitualmente, ningún deseo de descendencia. Si ha disminuido en gran medida la natalidad es porque hay pocos que entiendan lo que es el amor.
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