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Jim Hoagland

Es hora de un nafta mayor

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OTTAWA - El Barack Obama candidato convirtió en objetivo fácil el Tratado de Libre Comercio de las Américas. Prometió a los líderes sindicales forzar una renegociación del NAFTA dentro de sus términos. Allá por entonces, yo creía que Obama iba demasiado lejos. Ahora creo que no se alejó lo suficiente.

Canadá, Estados Unidos y México deben constituir una unión económica más perfecta para plantar cara a una tenaz crisis económica internacional que resta valor y credibilidad de manera constante al dólar estadounidense y alimenta un creciente desempleo. La integración regional constituye una respuesta muy poco eficaz a la vacilante globalización, el peligrosamente volátil mercado del crudo y la excesiva tensión económica y militar estadounidense.

De manera que adelante, señor Presidente, renegocie el NAFTA. Pero impulse sus éxitos de liberalización comercial a través de un amplio pacto regional que vincule más estrechamente los recursos energéticos, las divisas, las políticas de seguridad y los demás activos económicos y políticos de Norteamérica. No haga retroceder a las tres naciones -- hacia el proteccionismo -- como se había propuesto originalmente.

A principios de este mes visité Canadá con el fin de explorar esta consigna tras escuchar muchas cosas acerca de la creciente importancia de la integración regional a los funcionarios de Rusia y Europa Occidental. Había oído al Primer Ministro Vladimir Putin expresar su esperanza en que el rublo ruso se convierta pronto en una de las cinco o seis divisas regionales de reserva que reemplazarán en una cesta al dólar estadounidense como medio de cambio internacional de referencia.

Putin también elogiaba la decisión del gobierno alemán adoptada en septiembre de obligar a la General Motors a aceptar la oferta por su filial Opel que contaba con el respaldo ruso. Se trataba de una maniobra "estratégica" encaminada a la creación de un mercado regional orientado hacia Oriente, sugería Putin en sus declaraciones en el Valdai Club.

Los ministros de los gobiernos francés y británico me decían en sus capitales que sólo una Unión Europea rejuvenecida puede impedir que Estados Unidos y China consoliden un G-2 desde el que dominar la política económica internacional. Y el nuevo gobierno japonés está impulsando la idea de una Comunidad Asiática Oriental.

Norteamérica se queda rezagada conceptualmente en el abordaje de la regionalización como próximo ciclo económico global relevante, incluso si el NAFTA ha llevado a cambios importantes sobre el terreno. Era de esperar: Tanto Canadá como México hacen hincapié en sus diferencias y su independencia de manera rutinaria con respecto al mastodonte a sus fronteras, y la ciudadanía estadounidense se ha enorgullecido siempre de su derecho inherente a mostrarse indiferente a sus vecinos próximos.

Pero eso está cambiando, por razones buenas y algunas no tan buenas, como he aprendido en la reunión anual del Foro Norteamericano celebrado aquí. Este colectivo de empresarios, políticos y expertos académicos canadienses, estadounidenses y mexicanos viene trabajando discretamente desde hace cinco años para identificar e impulsar el acuerdo regional, con el ex Secretario de Estado George P. Shultz al frente de la contribución estadounidense.

En sus primeras reuniones, los representantes de México evitaban ser identificados como "norteamericanos". Ciertamente ese no fue el caso este año. Y los funcionarios canadienses que en tiempos expresaban sus reservas a diluir sus vínculos especiales con Estados Unidos por incorporar a México a los debates de economía y seguridad ahora celebran el diálogo a tres bandas.

¿Cómo se explica este cambio psicológico, que también ha afectado a los representantes estadounidenses? "Los acontecimientos" es una respuesta tan buena como cualquier otra. Por supuesto, la candente guerra de las mafias de la droga en México alimentada por el dinero y las armas estadounidenses, la amenaza del terrorismo internacional y la adicción estadounidense al endeudamiento y el petróleo exteriores, que están devolviendo al coste del transporte su protagonismo como factor significativo del comercio internacional, han subrayado de manera clara la necesidad de buscar respuestas más cercanas.

Tras 20 años, el toma y daca de bienes, capitales, tecnología, personas e ideas de la globalización a través de las fronteras ha sido obligado a detenerse, y dista mucho de estar claro que vuelva a reanudarse alguna vez a aquel ritmo frenético y extendido.

"Si México sufre la gripe A, sabemos seguro que Estados Unidos y Canadá también se van a ver expuestos a ella," decía un funcionario canadiense. "Si Estados Unidos está en el punto de mira de terroristas, Canadá está en el punto de mira de los terroristas".

Opiniones tan generalizadas se apoyaban en profusión de estadísticas acerca de las significativas reservas de crudo bituminoso de Canadá, en el tráfico comercial que atraviesa Ambassador Bridge (el puente que une Detroit y Windsor, Ontario) equivalente a todas las exportaciones estadounidenses a Japón, y los 400 millones de accesos, el millón de detenidos y las 500 muertes anuales que tienen lugar a lo largo de la frontera mexicano-estadounidense.

Fue incuestionablemente revelador para este corresponsal extranjero que ha pasado más tiempo en, y estudiando a, Guinea-Bisseau o la República Checa que a Canadá o a México. Sin embargo, un leopardo envejecido sabe mudar de manchas cuando los tiempos lo exigen.

También saben hacerlo los presidentes jóvenes, supongo. Una vez investido, Obama dijo rápidamente que no era momento de abordar el NAFTA. Eche otro vistazo Sr. Presidente. Es hora de ir pensando en un súper -NAFTA.

Es hora de un nafta mayor

Jim Hoagland
Jim Hoagland
sábado, 24 de octubre de 2009, 06:59 h (CET)
OTTAWA - El Barack Obama candidato convirtió en objetivo fácil el Tratado de Libre Comercio de las Américas. Prometió a los líderes sindicales forzar una renegociación del NAFTA dentro de sus términos. Allá por entonces, yo creía que Obama iba demasiado lejos. Ahora creo que no se alejó lo suficiente.

Canadá, Estados Unidos y México deben constituir una unión económica más perfecta para plantar cara a una tenaz crisis económica internacional que resta valor y credibilidad de manera constante al dólar estadounidense y alimenta un creciente desempleo. La integración regional constituye una respuesta muy poco eficaz a la vacilante globalización, el peligrosamente volátil mercado del crudo y la excesiva tensión económica y militar estadounidense.

De manera que adelante, señor Presidente, renegocie el NAFTA. Pero impulse sus éxitos de liberalización comercial a través de un amplio pacto regional que vincule más estrechamente los recursos energéticos, las divisas, las políticas de seguridad y los demás activos económicos y políticos de Norteamérica. No haga retroceder a las tres naciones -- hacia el proteccionismo -- como se había propuesto originalmente.

A principios de este mes visité Canadá con el fin de explorar esta consigna tras escuchar muchas cosas acerca de la creciente importancia de la integración regional a los funcionarios de Rusia y Europa Occidental. Había oído al Primer Ministro Vladimir Putin expresar su esperanza en que el rublo ruso se convierta pronto en una de las cinco o seis divisas regionales de reserva que reemplazarán en una cesta al dólar estadounidense como medio de cambio internacional de referencia.

Putin también elogiaba la decisión del gobierno alemán adoptada en septiembre de obligar a la General Motors a aceptar la oferta por su filial Opel que contaba con el respaldo ruso. Se trataba de una maniobra "estratégica" encaminada a la creación de un mercado regional orientado hacia Oriente, sugería Putin en sus declaraciones en el Valdai Club.

Los ministros de los gobiernos francés y británico me decían en sus capitales que sólo una Unión Europea rejuvenecida puede impedir que Estados Unidos y China consoliden un G-2 desde el que dominar la política económica internacional. Y el nuevo gobierno japonés está impulsando la idea de una Comunidad Asiática Oriental.

Norteamérica se queda rezagada conceptualmente en el abordaje de la regionalización como próximo ciclo económico global relevante, incluso si el NAFTA ha llevado a cambios importantes sobre el terreno. Era de esperar: Tanto Canadá como México hacen hincapié en sus diferencias y su independencia de manera rutinaria con respecto al mastodonte a sus fronteras, y la ciudadanía estadounidense se ha enorgullecido siempre de su derecho inherente a mostrarse indiferente a sus vecinos próximos.

Pero eso está cambiando, por razones buenas y algunas no tan buenas, como he aprendido en la reunión anual del Foro Norteamericano celebrado aquí. Este colectivo de empresarios, políticos y expertos académicos canadienses, estadounidenses y mexicanos viene trabajando discretamente desde hace cinco años para identificar e impulsar el acuerdo regional, con el ex Secretario de Estado George P. Shultz al frente de la contribución estadounidense.

En sus primeras reuniones, los representantes de México evitaban ser identificados como "norteamericanos". Ciertamente ese no fue el caso este año. Y los funcionarios canadienses que en tiempos expresaban sus reservas a diluir sus vínculos especiales con Estados Unidos por incorporar a México a los debates de economía y seguridad ahora celebran el diálogo a tres bandas.

¿Cómo se explica este cambio psicológico, que también ha afectado a los representantes estadounidenses? "Los acontecimientos" es una respuesta tan buena como cualquier otra. Por supuesto, la candente guerra de las mafias de la droga en México alimentada por el dinero y las armas estadounidenses, la amenaza del terrorismo internacional y la adicción estadounidense al endeudamiento y el petróleo exteriores, que están devolviendo al coste del transporte su protagonismo como factor significativo del comercio internacional, han subrayado de manera clara la necesidad de buscar respuestas más cercanas.

Tras 20 años, el toma y daca de bienes, capitales, tecnología, personas e ideas de la globalización a través de las fronteras ha sido obligado a detenerse, y dista mucho de estar claro que vuelva a reanudarse alguna vez a aquel ritmo frenético y extendido.

"Si México sufre la gripe A, sabemos seguro que Estados Unidos y Canadá también se van a ver expuestos a ella," decía un funcionario canadiense. "Si Estados Unidos está en el punto de mira de terroristas, Canadá está en el punto de mira de los terroristas".

Opiniones tan generalizadas se apoyaban en profusión de estadísticas acerca de las significativas reservas de crudo bituminoso de Canadá, en el tráfico comercial que atraviesa Ambassador Bridge (el puente que une Detroit y Windsor, Ontario) equivalente a todas las exportaciones estadounidenses a Japón, y los 400 millones de accesos, el millón de detenidos y las 500 muertes anuales que tienen lugar a lo largo de la frontera mexicano-estadounidense.

Fue incuestionablemente revelador para este corresponsal extranjero que ha pasado más tiempo en, y estudiando a, Guinea-Bisseau o la República Checa que a Canadá o a México. Sin embargo, un leopardo envejecido sabe mudar de manchas cuando los tiempos lo exigen.

También saben hacerlo los presidentes jóvenes, supongo. Una vez investido, Obama dijo rápidamente que no era momento de abordar el NAFTA. Eche otro vistazo Sr. Presidente. Es hora de ir pensando en un súper -NAFTA.

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