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El último libro de Tomás Ibáñez es dechado de condensada elocuencia

Anarquismo no fundacional

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Anarquismo no fundacional (Gedisa, 2024), de Tomás Ibáñez, se me antojó, nada más acabar de leerlo del tirón (pues su autor propicia que sea susceptible de ser transitado su luminoso escrito de tal modo), un libro llamado a ser de referencia cuando de acudir a lo que conocemos como anarquismo se trate, pues, no en vano, en poco más de cien páginas Ibáñez logra un tratado que a la vez lo es de teoría y crítica política, de historiografía, de filosofía… a fuer de constituir un manifiesto que vendría a aportar fórmulas de remozamiento de la resistencia antiautoritaria en tiempos tan mudables e intrincados como los que hoy rigen el día a día colectivo.


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Parte el autor del reconocimiento de que el fenómeno del que trata siempre ha de estar en tránsito aduciendo que es precisamente su imperfección el motivo por el “que el anarquismo se sitúa a la altura de lo que pretende ser” (p. 11). Imperfecto y aquejado de un polimorfismo que al entender del teórico es positivo, dado el campo de juego en que se ve en esta hora abocado a entrar en liza.


Además, como se apunta en el libro, se trata de un ideal sujeto a constante problematización en aras de no incurrir en contradicciones o, si se acaba incurriendo, tratar de resarcir tales posibles incoherencias en el marco de lo que vendría a ser, a decir de Ibáñez, el anarquismo en términos históricos: “su tiempo comprendido en luchas contra la dominación” (p. 16), dado que cada etapa histórica cuenta con sus propias fórmulas de opresión, por lo que la susodicha dominación, así como las luchas que la confrontan, quedarían predestinadas a transcurrir acompasadas.


Alude asimismo Ibáñez a la lógica retroalimentativa que se da en el anarquismo entre la teoría y la praxis, influenciándose ambas en su avanzar por la inevitable senda de la lucha contra la dominación. Y la génesis de dicho itinerario la sitúa el autor en la Revolución Francesa, de la que se desprendió el armazón teórico de la Ilustración, algunos de cuyos principios extremó la deriva anarquista, apuntalados por teóricos como Godwin o Proudhon en el tránsito del XVIII al XIX, quienes otorgaron un asidero teórico al movimiento obrero cuando de denunciar el beneficio obtenido por unos pocos a costa de la explotación del trabajo asalariado de los más se trató.


Mas, posteriormente, el movimiento obrero y con él especialmente la contestación de tintura anarquista cayó en un ostracismo que lo abocó a más soterrados emplazamientos en tanto que el capitalismo se sofisticaba pergeñando instancias de mediación y estados de bienestar, a lo que habría que sumar la claudicación del legado de la Ilustración ante una ausencia clara de paradigma a lomos del posestructuralismo, que implicaba un horizonte revolucionario sin sujeto revolucionario toda vez que el concepto de proletario quedaba diseminado en múltiples y variopintos sujetos, cosa que impide la elaboración de proyectos globales, habiéndose de reconducir la acción hacia lo multifocal.


Ante tales circunstancias señaladas por Ibáñez, este aseveraba que “allí donde hay resistencia es porque hay poder” (p. 43), e indicaba cómo habitúan a surgir de súbito acciones de tenor libertario de modo impremeditado y sin asidero o filiación en tradición anarquista alguna, de lo que, más adelante, colegirá que, dadas las actuales circunstancias… “Al reconocerse en la ausencia de arkhé, la anarquía no puede sino suscribir el a priori práctico y afirmar que es la práctica la que, a partir de ella misma, elabora su propia justificación y construye sus propios principios, sin delegar esa tarea al cielo donde habita la teoría” (p. 56).


Así las cosas, Ibáñez aboga por que sea la acción la que dirija y construya la teoría siempre con el horizonte de lucha contra la dominación en una cierta lógica de neostirneriana acracia: “la insurgencia es su propio programa y constituye un performativo político que orienta y toma sus energías en su propio caminar” (p. 62).


Es el aquí glosado un interesante volumen sea cual fuere el ímpetu con el que se acuda al mismo, pues a todos los designios ofrecerá, seguro, cumplida satisfacción, pues es a la vez una y muchas fórmulas este libro, como anunciábamos al principio de esta crítica.

Anarquismo no fundacional

El último libro de Tomás Ibáñez es dechado de condensada elocuencia
Diego Vadillo López
viernes, 10 de mayo de 2024, 08:50 h (CET)

Anarquismo no fundacional (Gedisa, 2024), de Tomás Ibáñez, se me antojó, nada más acabar de leerlo del tirón (pues su autor propicia que sea susceptible de ser transitado su luminoso escrito de tal modo), un libro llamado a ser de referencia cuando de acudir a lo que conocemos como anarquismo se trate, pues, no en vano, en poco más de cien páginas Ibáñez logra un tratado que a la vez lo es de teoría y crítica política, de historiografía, de filosofía… a fuer de constituir un manifiesto que vendría a aportar fórmulas de remozamiento de la resistencia antiautoritaria en tiempos tan mudables e intrincados como los que hoy rigen el día a día colectivo.


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Parte el autor del reconocimiento de que el fenómeno del que trata siempre ha de estar en tránsito aduciendo que es precisamente su imperfección el motivo por el “que el anarquismo se sitúa a la altura de lo que pretende ser” (p. 11). Imperfecto y aquejado de un polimorfismo que al entender del teórico es positivo, dado el campo de juego en que se ve en esta hora abocado a entrar en liza.


Además, como se apunta en el libro, se trata de un ideal sujeto a constante problematización en aras de no incurrir en contradicciones o, si se acaba incurriendo, tratar de resarcir tales posibles incoherencias en el marco de lo que vendría a ser, a decir de Ibáñez, el anarquismo en términos históricos: “su tiempo comprendido en luchas contra la dominación” (p. 16), dado que cada etapa histórica cuenta con sus propias fórmulas de opresión, por lo que la susodicha dominación, así como las luchas que la confrontan, quedarían predestinadas a transcurrir acompasadas.


Alude asimismo Ibáñez a la lógica retroalimentativa que se da en el anarquismo entre la teoría y la praxis, influenciándose ambas en su avanzar por la inevitable senda de la lucha contra la dominación. Y la génesis de dicho itinerario la sitúa el autor en la Revolución Francesa, de la que se desprendió el armazón teórico de la Ilustración, algunos de cuyos principios extremó la deriva anarquista, apuntalados por teóricos como Godwin o Proudhon en el tránsito del XVIII al XIX, quienes otorgaron un asidero teórico al movimiento obrero cuando de denunciar el beneficio obtenido por unos pocos a costa de la explotación del trabajo asalariado de los más se trató.


Mas, posteriormente, el movimiento obrero y con él especialmente la contestación de tintura anarquista cayó en un ostracismo que lo abocó a más soterrados emplazamientos en tanto que el capitalismo se sofisticaba pergeñando instancias de mediación y estados de bienestar, a lo que habría que sumar la claudicación del legado de la Ilustración ante una ausencia clara de paradigma a lomos del posestructuralismo, que implicaba un horizonte revolucionario sin sujeto revolucionario toda vez que el concepto de proletario quedaba diseminado en múltiples y variopintos sujetos, cosa que impide la elaboración de proyectos globales, habiéndose de reconducir la acción hacia lo multifocal.


Ante tales circunstancias señaladas por Ibáñez, este aseveraba que “allí donde hay resistencia es porque hay poder” (p. 43), e indicaba cómo habitúan a surgir de súbito acciones de tenor libertario de modo impremeditado y sin asidero o filiación en tradición anarquista alguna, de lo que, más adelante, colegirá que, dadas las actuales circunstancias… “Al reconocerse en la ausencia de arkhé, la anarquía no puede sino suscribir el a priori práctico y afirmar que es la práctica la que, a partir de ella misma, elabora su propia justificación y construye sus propios principios, sin delegar esa tarea al cielo donde habita la teoría” (p. 56).


Así las cosas, Ibáñez aboga por que sea la acción la que dirija y construya la teoría siempre con el horizonte de lucha contra la dominación en una cierta lógica de neostirneriana acracia: “la insurgencia es su propio programa y constituye un performativo político que orienta y toma sus energías en su propio caminar” (p. 62).


Es el aquí glosado un interesante volumen sea cual fuere el ímpetu con el que se acuda al mismo, pues a todos los designios ofrecerá, seguro, cumplida satisfacción, pues es a la vez una y muchas fórmulas este libro, como anunciábamos al principio de esta crítica.

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