Cuenta una antigua leyenda, que los titanes Tozal (2077m) y el Cabezo de Guara (1868m) tenían dos hijos. El mayor se llamaba Gabardiella (1694m) y el menor Gratal (1563m). Un día, el coloso Gabardiella les pidió a sus padres la parte de la herencia que le correspondía porque quería vivir su vida en libertad. Entonces, con todo el dolor de su corazón, el padre le dio un cuerpo provisto de piernas y pies para caminar, brazos con manos en los extremos con las que asir y un cerebro para diferenciar entre el bien y el mal. Pero antes de marcharse el hijo, Tozal de Guara le dijo que, si algún día se cansaba de luchar por la supervivencia, que volviera a casa. Y para que encontrase el camino de regreso, éste le regaló seis sentidos: vista, oído olfato, gusto, tacto y luz. Entonces, con lágrimas en los ojos se fundieron en un estrecho abrazo. Gabardiella salió de la casa de sus padres con dos sentimientos encontrados: tristeza por alejarse de la casa en donde fue tan feliz y alegría por la excitación que le producía pensar en las aventuras que le esperaban. Pronto comprobó que el mundo era muy peligroso. Que todos los seres vivos tenían que luchar para procurarse la comida, el hogar, el abrigo, etc. Por el camino conoció el amor y la indiferencia, la fidelidad y la traición, la amistad y el odio y tantas otras cosas. En muchas ocasiones en las que tenía el corazón dolorido y le costaba respirar, se vio tentado a regresar con sus padres. En los momentos en los que le temblaban las rodillas, descubrió que la responsabilidad es el precio que hay que pagar por la libertad. Y cuentan que Gabardiella nunca tornó a la casa de sus progenitores. Mas, no le hizo falta porque, aunque estaba muy lejos, jamás estuvo tan cerca de su familia...
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