El verano en general, pero sobretodo Agosto en particular, aporta pocas noticias con sustancia sobre las que cimentar una crónica medianamente decente y con las mínimas condiciones de despertar el interés del lector empedernido de tabloides sesudos y tremendamente recalcitrantes. Por eso este mes las páginas de los periódicos se llenan de relatos escritos ad hoc que, consustanciales con el período estival en el que han sido escritos, insisten en convencernos en que cualquier tiempo pasado es mejor que aquel en el que nos encontramos.
Lo que no saben los directores de esos mismos periódicos es que, quienes esperan noticias nuevas y frescas siguen denostando en gran medida la creatividad. De hecho, están tan pagados de realidad que infravaloran cualquier manifestación, artística o no, que trascienda el espacio común en el que se encuentran triste e irremediablemente atrapados.
Lo más parecido a un relato de ficción no aumentada, aquel que ronda los límites de lo real pero que se encuentra tan alejado de serlo como el día de la noche, es este panegírico que dedico a la maltrecha fecundidad literaria. Nada como eso para ajustar cuentas con todos y cada uno de los artículos de opinión que he venido confeccionando religiosamente cada semana para este rotativo desde hace ya más de dos años. En ese tiempo, nunca como ahora me había permitido darme el lujo de boicotear el escenario sobre el que se desarrolla la obra de nuestra vida en común todos los martes, la de los sucesos, diatribas y constantes quejas de quienes temen resbalar por la pendiente que encaramos juntos; y eso es porque, en realidad, tampoco estamos tan hundidos como para asegurar que no hemos vuelto locos. Así no es raro que, noche y día, presenten la afinidad con la que a menudo nos sorprenden.