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Ayer, recién aterrizado de uno de sus muchísimos viajes en Falcon (¡que nos está costando un huevo!) y sin avisos previos del feísimo Puente -el enfadado-, apareció (ridículamente vestido de ayudante de forense) en el Valle de los Caídos, un desmejorado Sánchez para demostrar a “todo el mundo” el gran interés por los muertos del bando republicano de nuestra guerra civil.
Creía el pobre que con esa comparecencia engañaría a sus cada día más escasos seguidores, pero ya está tan visto (y tan desacreditado) que todo el mundo se lo ha tomado a broma. Pienso que su excesiva arrogancia ya “no cuela” ni entre los suyos, máxime después de las noticias sobre las andanzas de “su” Begoña, la intercesora de negocios imposibles. Que sumadas a sus continuas mentiras, al incumplimiento de promesas, a la ilegal amnistía, a su gobernar dando bandazos y en contra de las comunidades gobernadas por otras opciones, le dejan en la indigencia moral para seguir al frente del gobierno de España.
Sobre la visita de ayer, según dicen, tuvo la mala suerte de que las calaveras, tibias, peronés, cúbitos, radios, etc. que había en el laboratorio y con los que quiso posar para la “histórica foto”, pertenecían a los muertos del bando nacional. Craso error, creo yo, porque es muy posible que esa metedura de pata le acarree tantos problemas en un próximo futuro que suponga el principio del fin de este retorcido político.
Utilizar al Rey como actor forzado en la escena final de su opereta y ni siquiera anunciar una moción de confianza prueban que este hombre buscaba - sin mucho éxito - provocar a los malos, al enemigo, a los periodistas y tertulianos que forman parte de ese imaginario contubernio fascista que le quiere desalojar del poder.
En bastantes ocasiones he escrito sobre este pobre hombre que preside, para desgracia de todos, el gobierno de España. Y otras tantas le he tachado de cateto (solo hay que ver cómo se contonea, para exhibir su supuesta guapura), también de plagiador (porque ha plagiado más de una vez) y de embustero (porque ha mentido en innumerables ocasiones).
El 30 de abril de 1935 el embajador mexicano en Río de Janeiro, el conocido escritor Alonso Reyes Ochoa, informaba al gobierno de Lázaro Cárdenas del súbito interés brasileño en la resolución del conflicto entre Paraguay y Bolivia. El gobierno brasileño, invitado en Washington para participar con Argentina y Chile en la conferencia de Buenos Aires para pacificar el Chaco, declinó al principio este ofrecimiento.
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