“Sean mis primeras palabras -deben serlo- de gratitud. Cordialmente os agradezco a todos vuestros favorables sufragios. Representáis la tradición literaria española; modestamente he procurado yo servir esa tradición”.
Así comenzaba Azorín su discurso de ingreso en la Real Academia Española en 1924, es decir, hace cien años. Un comienzo convencional y al uso: agradeciendo el favor de los Académicos y, lógicamente, resaltando la figura de su antecesor: Juan Navarro Reverter. Tras unos párrafos describiendo la actividad de su antecesor como político (ocupó varias carteras ministeriales), profesor en la Escuela de Ingenieros, gran conversador… De pronto, el discurso se abstrae y de un pasado inmediato la voz de Azorín nos aleja a un pasado bastante mediato, al siglo XVI, para iniciar una descripción de personajes, palacios, ambientes, paisajes y vida cotidiana de los últimos decenios del reinado de Felipe II.
Y Termina con un “Epílogo ante el mar”: “El ensueño ha terminado. Estamos en el mismo salón mundano donde comenzamos a soñar. Ante nosotros se extiende el mar inmenso. (…) La realidad circundante no existía para nosotros. Volvemos ahora al mundo presente. Las estrellas brillan en la bóveda negra. Hemos puesto en nuestro ensueño un poco de efusión y de amor”.
Efectivamente, el discurso fue un sueño. Y el discurso continúa haciendo soñar al que lo lee completo pues su título es “Una hora española”. Uno de los mejores títulos de Azorín, escrito expresamente para la circunstancia académica y del que extrajo varios capítulos para su lectura en tal evento.
Cien años después se puede aún saborear esta obra, pues no ha cesado de reeditarse, para el buen recreo de la mente y expansión del corazón.
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