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Extracto del coloquio celebrado el 18 de octubre de 2023 en “Crazy Mary”, librería en el barrio de las Letras de Madrid

Autor - lector: ¿drama o estrategia?

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La escritura de ficción o de no ficción; de ensayo, doctrina, cuento, relato, de novela, crónica o poema es un sempiterno acto en soledad. Cada autor tiene, así, sus propios fantasmas. Pero ¿acaso la verdad no tiene siempre también una estructura de ficción? El periodista, el juez, el científico, todo profesional posee lecturas aseguradas por el contexto que lo valida.                 

 

Crazymary


El fantasma del escritor de ficción es, en cambio, más intenso y no se reduce a la página en blanco, tampoco a que sus musas se tomen vacaciones por abreviado tiempo. El drama personal de quienes narran es la existencia misma de lector - un anónimo incierto, presuntamente interesado que elegirá el título o el poema, en su caso, a puro golpe de suerte -. Y este azar ronda en la cabeza del autor como si fuera el zumbido de una mosca molesta: ignora cuando escribe si van a leerle. Por ello, esquiva la mosca y trata de hacerse de algún lector cómplice para poder continuar el texto. De lo contrario, la mosca le vence y no nacerá ninguno.    

       

¿Qué lector interesa al autor antes y después de publicar su ficción? ¿Hay diferencias? ¿El obsesivo, el exigente, el escéptico? En la primera fase de la escritura, cuando el inconsciente, el alter ego del narrador van tejiendo y destejiendo la trama y sus personajes, este solo dialoga con lo que sería un lector in fabula, el de Umberto Eco: aquel sabelotodo emotivo pero cómplice al fin con aquél. Este lector interno idealiza cada expresión, cada perfil de personaje, aplaude cada recurso. Casi narratario oculto, comparte las elecciones provisorias del escritor, lo deja hacer y no lo boicotea, estimula a seguir…                            

                                                     

Luego, en la última revisión del cuento, del poema o de la novela aparecen recién los objetivados cuestionamientos al texto, y va llegando el final: la etapa de las “pruebas de galera”, útiles para polemizar hasta con el corrector de la editorial - detective que busca en lo escrito el error y la incongruencia, la falacia posible y hasta el fallido punto y coma.       

            

El lector modelo in fabula de Eco, aquel prácticamente alma gemela del autor de ficción en la primera faz, se transforma entonces en el escéptico, insoportable que critica y desnuda la trama con rigor. Pero como el inconsciente no permite negociación alguna y el superyó le será fatal en la autocrítica, el narrador, si es experimentado, lo encerrará bajo siete llaves y solo lo sacará a pasear, a hurtadillas, cuando publique, diciéndole “ya verás, no molestes”.                                                                                                                    

Todo autor pone el cuerpo al servicio simbólico de su experiencia: el conocimiento sobra e incluso pervierte al texto literario. (No hay peor cosa que un narrador pretencioso o sabelotodo, el lector debe ir descubriendo por sí mismo, interpretando y reescribiendo.) La escritura literaria se encara con pudor, literatura y detallada percepción van por la vida de la mano. La trama, el poema, la idea adquieren el tono y la voz definitiva a mitad del camino, que sustituyen a quien escribe (escritor y autor textual no son la misma cosa). Se trata el proceso escritural, en definitiva, de una lenta y trabajosa, casi mágica creación.             

                                                                             

Sobre fantasmas y lectores, Walter Benjamín consideraba que las metáforas de Charles Baudelaire no se reducían a meras figuras retóricas (tampoco, a la operación lingüística propia del lenguaje) sino que constituían el loable punto de vista singular del poeta: ver salvajadas entre catedrales habla de un moderno melancólico, decía, acerca de la poética del francés.                                                                                                                         

Nosotros hoy, los no modernos, ni siquiera “posmos”, fragmentados y con el enfrentamiento a un mundo cada vez más cruel e incierto que prefiere no saber y zambullirse en las adicciones, desoyendo la riqueza humana que habita como un tesoro en cada uno y que solo en la escucha interna o con otro dispuesto a oírnos, es develado; nosotros hoy vamos por la vida con la ilusión de la imago y sosteniendo una empobrecida ilusión entre frustración y deseo.                                                                                                   

“(…) narrar historias – escribe Benjamín - siempre ha sido el arte de seguir contándolas, y este arte se pierde si ya no hay capacidad de retenerlas. Y se pierde porque ya no se teje ni se hila mientras se les presta oído. Cuando el arte está poseído por el ritmo de su trabajo, registra las historias de tal manera, que es sin más agraciado con el don de narrarlas. Así se constituye, por tanto, la red que sostiene al don de narrar”.           

                       

En resumidas cuentas, el investigador, el crítico, el semiólogo, un especialista; el abogado, cronista o juez, el hermeneuta, todos ellos no escriben como el autor de ficción o el poeta. Ellos vinculan su mundo posible al de los otros desde el cuerpo y la emoción, tienden puentes sobre la base de una realidad que no solamente desean describir, sino resistir, modificar. Y esos textos son reescritos por los lectores. Sin ellos, los narradores, los poetas no existen… El lector para un buen escritor es por imprescindible, pues, más drama incierto a desafiar mediante su obra que pensada estrategia.


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*Resumen de su participación en el coloquio del 18 de octubre de 2023 en “Crazy Mary”, librería en el barrio de las Letras de Madrid, con Amalia Rodríguez Monroy, crítica y traductora, Matías Escalera Cordero, filólogo, poeta y novelista y José Manuel Lucía Megías, profesor de la Universidad Complutense, filólogo cervantista, escritor y académico. 

Autor - lector: ¿drama o estrategia?

Extracto del coloquio celebrado el 18 de octubre de 2023 en “Crazy Mary”, librería en el barrio de las Letras de Madrid
Paula Winkler
jueves, 28 de diciembre de 2023, 08:42 h (CET)

La escritura de ficción o de no ficción; de ensayo, doctrina, cuento, relato, de novela, crónica o poema es un sempiterno acto en soledad. Cada autor tiene, así, sus propios fantasmas. Pero ¿acaso la verdad no tiene siempre también una estructura de ficción? El periodista, el juez, el científico, todo profesional posee lecturas aseguradas por el contexto que lo valida.                 

 

Crazymary


El fantasma del escritor de ficción es, en cambio, más intenso y no se reduce a la página en blanco, tampoco a que sus musas se tomen vacaciones por abreviado tiempo. El drama personal de quienes narran es la existencia misma de lector - un anónimo incierto, presuntamente interesado que elegirá el título o el poema, en su caso, a puro golpe de suerte -. Y este azar ronda en la cabeza del autor como si fuera el zumbido de una mosca molesta: ignora cuando escribe si van a leerle. Por ello, esquiva la mosca y trata de hacerse de algún lector cómplice para poder continuar el texto. De lo contrario, la mosca le vence y no nacerá ninguno.    

       

¿Qué lector interesa al autor antes y después de publicar su ficción? ¿Hay diferencias? ¿El obsesivo, el exigente, el escéptico? En la primera fase de la escritura, cuando el inconsciente, el alter ego del narrador van tejiendo y destejiendo la trama y sus personajes, este solo dialoga con lo que sería un lector in fabula, el de Umberto Eco: aquel sabelotodo emotivo pero cómplice al fin con aquél. Este lector interno idealiza cada expresión, cada perfil de personaje, aplaude cada recurso. Casi narratario oculto, comparte las elecciones provisorias del escritor, lo deja hacer y no lo boicotea, estimula a seguir…                            

                                                     

Luego, en la última revisión del cuento, del poema o de la novela aparecen recién los objetivados cuestionamientos al texto, y va llegando el final: la etapa de las “pruebas de galera”, útiles para polemizar hasta con el corrector de la editorial - detective que busca en lo escrito el error y la incongruencia, la falacia posible y hasta el fallido punto y coma.       

            

El lector modelo in fabula de Eco, aquel prácticamente alma gemela del autor de ficción en la primera faz, se transforma entonces en el escéptico, insoportable que critica y desnuda la trama con rigor. Pero como el inconsciente no permite negociación alguna y el superyó le será fatal en la autocrítica, el narrador, si es experimentado, lo encerrará bajo siete llaves y solo lo sacará a pasear, a hurtadillas, cuando publique, diciéndole “ya verás, no molestes”.                                                                                                                    

Todo autor pone el cuerpo al servicio simbólico de su experiencia: el conocimiento sobra e incluso pervierte al texto literario. (No hay peor cosa que un narrador pretencioso o sabelotodo, el lector debe ir descubriendo por sí mismo, interpretando y reescribiendo.) La escritura literaria se encara con pudor, literatura y detallada percepción van por la vida de la mano. La trama, el poema, la idea adquieren el tono y la voz definitiva a mitad del camino, que sustituyen a quien escribe (escritor y autor textual no son la misma cosa). Se trata el proceso escritural, en definitiva, de una lenta y trabajosa, casi mágica creación.             

                                                                             

Sobre fantasmas y lectores, Walter Benjamín consideraba que las metáforas de Charles Baudelaire no se reducían a meras figuras retóricas (tampoco, a la operación lingüística propia del lenguaje) sino que constituían el loable punto de vista singular del poeta: ver salvajadas entre catedrales habla de un moderno melancólico, decía, acerca de la poética del francés.                                                                                                                         

Nosotros hoy, los no modernos, ni siquiera “posmos”, fragmentados y con el enfrentamiento a un mundo cada vez más cruel e incierto que prefiere no saber y zambullirse en las adicciones, desoyendo la riqueza humana que habita como un tesoro en cada uno y que solo en la escucha interna o con otro dispuesto a oírnos, es develado; nosotros hoy vamos por la vida con la ilusión de la imago y sosteniendo una empobrecida ilusión entre frustración y deseo.                                                                                                   

“(…) narrar historias – escribe Benjamín - siempre ha sido el arte de seguir contándolas, y este arte se pierde si ya no hay capacidad de retenerlas. Y se pierde porque ya no se teje ni se hila mientras se les presta oído. Cuando el arte está poseído por el ritmo de su trabajo, registra las historias de tal manera, que es sin más agraciado con el don de narrarlas. Así se constituye, por tanto, la red que sostiene al don de narrar”.           

                       

En resumidas cuentas, el investigador, el crítico, el semiólogo, un especialista; el abogado, cronista o juez, el hermeneuta, todos ellos no escriben como el autor de ficción o el poeta. Ellos vinculan su mundo posible al de los otros desde el cuerpo y la emoción, tienden puentes sobre la base de una realidad que no solamente desean describir, sino resistir, modificar. Y esos textos son reescritos por los lectores. Sin ellos, los narradores, los poetas no existen… El lector para un buen escritor es por imprescindible, pues, más drama incierto a desafiar mediante su obra que pensada estrategia.


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*Resumen de su participación en el coloquio del 18 de octubre de 2023 en “Crazy Mary”, librería en el barrio de las Letras de Madrid, con Amalia Rodríguez Monroy, crítica y traductora, Matías Escalera Cordero, filólogo, poeta y novelista y José Manuel Lucía Megías, profesor de la Universidad Complutense, filólogo cervantista, escritor y académico. 

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