Recuerdo aquellos tiempos de mi juventud, cuando el nombrar las ciudades de Sodoma y Gomorra era mencionar el summum del vicio, la depravación, la brutalidad y la degradación de la especie humana. Hace ya muchos años de aquellos tiempos y algunos continuamos pensando que la humanidad corre, a pasos agigantados, hacia su propia autodestrucción. Es cierto que, especialmente en los últimos años, el sentimiento religioso de algunas personas se ha resentido a causa, por una parte, del poco edificante, ejemplo de los encargados de predicar la palabra del Señor; de algunas desviaciones doctrinales que, algunos clérigos, han pretendido expandir saliéndose de las normas vaticanas y de la necesidad de dar explicaciones que permitieran compaginar las enseñanzas de la Biblia y los Evangelios con los más recientes descubrimientos y adelantos científicos que pudieran dar lugar a serias dudas en materia de fe; y, por otra parte, debido a la influencia de las doctrinas libertarias, la filosofía relativista, la amoralidad de algunos colectivos, la destrucción planificada de la unidad familiar, el feminismo exacerbado y el derrumbe de todas aquellas trabas religiosas, costumbristas, morales y rechazo social, que las nuevas generaciones se han pasado por el arco del triunfo, que controlaban la sexualidad de las personas dentro de unos estrictos cauces que no podían ser superados sin que comportase el escándalo, la condena y el repudio social.
Hoy, sin embargo, la sociedad discurre por otros derroteros, la homosexualidad se ha convertido en algo, no solo reconocido como una práctica normal, sino que, incluso, organismo oficiales, como es el caso de la ONU, dispensan la protección, el amparo, la comprensión y podríamos decir que impulsan la propaganda a favor de estos colectivos tal como lo hacen los gobiernos, las instituciones y las legislaciones de la mayoría de naciones que no dudan de considerarlos a la misma altura y con los mismos derechos que los heterosexuales. No intentemos buscar explicaciones ni justificaciones al porqué se ha llegado a darle carta de naturaleza a algo que, precisamente, durante siglos, tanto por los estados como por la mayoría de instituciones religiosas, se ha considerado como proscrito, excepcional y contrario a las leyes de la naturaleza.
Lo que sucede es que, como suele ocurrir cuando la sociedad decide adoptar una posición, cuando se implanta una moda o cuando lo rarillo, lo morboso o lo prohibido resulta ser más atractivo, a los ojos de algunos, que lo corriente, lo natural o lo admitido como la normal relación entre miembros de distinto sexo; se produce el fenómeno, especialmente frecuente entre la juventud, amiga de buscar justificaciones a todo que represente enfrentarse a lo que, para ellos, son solamente prejuicios, frenos morales o escrúpulos absurdos de sus mayores; consistente en aceptar como lógico lo que a nosotros, los de otras generaciones, nos parece como una simple perversión.
Sin buscarle más pies al gato lo cierto es que, como es habitual que suceda cuando se abre una pequeña vía para que pase el agua, a medida que la sociedad va admitiendo determinados comportamientos se va dando cuenta de que lo que, en el principio, parecía que se iba a limitar a aceptar que, aquellos que padecían la desviación sexual del lesbianismo o la homosexualidad, no fuesen excluidos por la sociedad, se les reconocieran su derecho a formar pareja o se pudieran inscribir en el Registro Civil como “pareja de hecho”; a medida que han ido adquiriendo influencia, que han sabido agruparse, que se han introducido en el mundo de la política o han entrado en las instituciones, su poder ha ido aumentado y así han conseguido que la unión de gente del mismo sexo tenga la consideración de “matrimonio”; que se les permita adoptar hijos o la inseminación artificial en el caso de lesbianas; que se consideren como “familia” equiparándola a lo que hasta hora era la familia tradicional, formada por padres, madres y la prole. Hoy en día ya forman un poderoso lobby, con influencia en todos los estados, poseedores de poderosos recursos económicos e infiltrados en todos los organismos, desde la policía al gobierno, senado, parlamento, judicatura y partidos políticos de todos los colores que fueren.
Pero, como el camino a la perversión se ha abierto, ya no basta con regularizar las relaciones homosexuales porque, a medida que se hace corriente en la sociedad esta nueva modalidad de familia, puede que deje de tener aquel morbo que se le atribuía al principio. Ahora ya se buscan otras relaciones más extremas. Ya se habla de las relaciones incestuosas, intentando darles un significado de una forma más de libertad sexual; ya se ha puesto, por un miembro de la CUP la posibilidad de quedar preñada en una comuna, de modo que los hijos ya no pertenezcan a los padres sino que sean hijos de todos los miembros a los que les corresponderá la misión de educarlos. La mente humana es capaz, como ocurrió en la Edad Media con los tribunales de la Inquisición, de pergeñar los más absurdos modos de torturar a la gente que era declarada impía o de castigar a los delincuentes con los más atroces procedimientos de causar el máximo sufrimiento.
Acabamos de conocer una sentencia dictada por el Tribunal Supremo del Canadá, no precisamente una nación salvaje o incivilizada, en la que se autoriza la sexualidad entre personas y animales. Eso sí, en un ramalazo de cordura, no se permite la penetración (no sabemos si por parte de las personas a las bestias o al revés) pero sí que se puede someter a las infelices bestias a ser sometidas a toda clase de tocamientos, manipulaciones, extravíos y fantasías sexuales sin que se puedan rebelar contra ello. ¿Es este el destino de la humanidad?, ¿será la locura de los hombres, presuntamente la especie más civilizada de la Tierra, la que finalmente conduzca a la humanidad a ser la raza más degradada, más degenerada, más brutal e insensata de todas las especies de seres vivientes que habitan en ella? , ¿volverá la humanidad a la vida primitiva o a la época romana en la que el Circo se nutría de las ideas perversas de los césares o de aquellos que buscaban complacerlos con la sangre de los esclavos, cautivos, cristianos y bestias importadas de África o de Asia para satisfacer el morbo de un público ávido de crueldad y de muerte?
España tiene la triste fama de ser el país de Europa donde más abortos se practican
(más de 100.000 al año); de tener la política más permisiva en cuestiones sexuales o de permitir el tipo más denigrante de orgías callejeras (caso de Magaluf, en Mallorca) con borracheras y escenas sexuales en las calles, que son capaces de atraer a nuestro país a la peor chusma del continente, a cientos de miles de salidos de todos los países que vienen para encontrar aquello que, en su propia tierra, no se permitiría en ningún caso. Aquí se insulta a la religión católica por el simple motivo de que a los ateos, agnósticos, comunistas o vándalos antisistema, les molesta que desde los púlpitos se enseñe a los católicos que el aborto es una forma de asesinar a un nonato o que, el convertir la sexualidad en un espectáculo callejero, no es más que atentar contra de la libertad de aquellos ciudadanos que se sienten molestos y perjudicados por estar obligados a presenciar semejantes espectáculos.
Por mucho que nos cueste aceptarlo, estamos volviendo al anticlericalismo de los años 1931 y siguientes, en tiempos de la II República; que empezó, como ahora, con pintadas en las paredes, siguió con incendios de iglesias, con agresiones a los curas y acabó con el asesinato de más de 6000 religiosos, por el simple hecho de su catolicidad. Estos días, en una publicidad electoral de una asociación de extrema izquierda, anticapitalista, en la que tomaron como referencia a la CUP y Endevant, firmes apoyos de estas horteras, provocativas, irreverentes y tumultuosas marchas por el llamado “Orgullo gay” ( es incomprensibles que los homosexuales sensatos, que también los hay, no hayan protestado contra semejante feria de desnudismo, pornografía, descoco y barriobajera provocación), en una de las pancartas exhibidas se representaban las imágenes de la Virgen de los Desamparados y la de Montserrat ( la Moreneta) en actitud de darse un beso lésbico.
Esta “gracia” tenía por objeto reclamar la libertad ¡cómo si no la tuvieran! sexual para que las mujeres puedan hacer de sus cuerpos lo que les venga en gana y donde les venga en gana. Con ello han conseguido ofender a los católicos y a todas las personas que, aún no siendo de esta religión o incluso siendo agnósticos o ateos sean partidarios de que cada religión pueda tener la libertad de seguir sus propias normas, de que España es un país donde se puede hacer lo que a uno le venga en gana, salvo infringir las leyes o excederse en el ejercicio de sus libertades individuales, impidiendo las de los demás.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, debemos denunciar algo que no es compatible con un Estado de Derecho: el que se respeten los derechos de todos los ciudadanos y, para ello se impidan por las autoridades pertinentes las provocaciones innecesarias, como son estas manifestaciones gay que ya no tienen ninguna justificación si ya disponen de todas las libertades que reclamaban; se repriman estos actos de anticlericalismo innecesarios y sectarios y se ponga coto a esta deriva que se sabe como empieza pero nunca como finaliza. El respeto por las ideas de los demás es una de las normas básicas de toda democracia.
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