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Merenguicidio

Confesiones de una directora de campaña poco antes de hacer el ridículo
Ángel Pontones Moreno
martes, 7 de junio de 2016, 01:02 h (CET)
No recuerdo un momento de aquel día que no me resultara desconcertante. La sensación general de llegar tarde a todas partes y en particular, las inquietudes respecto a las reacciones que provocaría en nuestra gente darle un ritmo de merengue a la campaña. Confiábamos en los electores tan fieles a nuestras ideas como al oxígeno de la atmósfera, y esperábamos rascar algún voto transatlántico. ¿Por qué me sentía tan mal entonces?.

No dejaba de pensar en Jorge haciendo el papelón ante los medios, esperando a que sonara aquello, y a los de agencias congelados en el rictus como estatuas de sal, buscando a tientas la cámara oculta. Habría pagado por quedarme enterrada sin cobertura en un atasco en la Latina, o por sufrir una amnesia temporal que solo me dejara en el cerebro la idea de recoger de la guardería a Tina. O estar bien lejos de allí recorriéndome en una vespa toda la zona del Lazio, o participando en una regata de vela Latina, o contemplando un atardecer detrás de una bola de helado de leche merengada mientras de fondo sonaban las primeras notas de “Latino”. Pero no.

Por más que quisiera y aún antes de escucharla, no me podía quitar este maldito sonsonete de la cabeza.

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Hay noticias que rayan el insulto y el desprecio hacia quienes se dirigen. Que son asumidas como una verdad irrefutable y que en ese globo sonda enviado no tiene la menor respuesta indignada de quienes las reciben. El problema, por tanto, no es la noticia en sí, sino la palpable realidad de que han convertido al ciudadano en un tipo pusilánime. En un mendigo de migajas a quien los grandes poderes han decidido convertirle, toda su vida, en un esclavo del trabajo.

La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.

Frente a las amenazas del poder, siempre funcionaron los contrapesos. Hacen posible la libertad individual, que es la única real, aunque veces no seamos conscientes de la misma, pues se trata de una condición, como la salud, que solo se valora cuando se pierde. Los tiranos, o aspirantes a serlo, persiguen siempre el objetivo de concentrar todos los poderes. Para evitar que lo logren, están los contrapesos.

 
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