Démeter, diosa de la Agricultura, no deseaba que su pequeña y dulce Core pudiera ser seducida por los pillines dioses olímpicos, que menudos eran; pero como Hermes, Apolo y otros ligones no dejaban de insinuarse, y como en el Olimpo no había órdenes de alejamiento por acoso, la apartó de todos ellos y se la llevó lejos, donde pudiera conservar su inocencia. En el campo su nena era feliz, y, aunque no había dibujos animados, las florecillas silvestres, los pajaritos y todas esas ñoñeces entretenían la eternidad de su chiquilina. Sin embargo, su tío, Hades, viéndola desde las simas infernales (ya se pueden imaginar qué), salió al exterior por una grieta del suelo, tomó a Core y se la llevó a su reino, donde la convirtió en Perséfone, la reina de los infiernos. Cuando se enteró Démeter de que su nena había sido raptada, y a falta de un 911 como el dios único que no existía todavía mandaría, lió una de padre y muy señor mío y comenzó a buscarla por todas partes, presa de una horrible desesperación. A los dioses olímpicos les puso la cabeza como un tambor y a los hombres en la ribera del hambre, porque impidió que la tierra diera fruto, hasta que harto, Helios, el sol, le dijo que dejara ya esa tracamundana y que fuera con su hermano Hades, porque él se la había llevado al huerto. Como Démeter no podía ir y volver del inframundo como si tal cosa, le fue con su tabarra a su otro hermano, Zeus —que además era el papuchi de Core, y, en consecuencia, el que se trajinó a su hermana Démeter, que estaba muy mollar—, y éste, porque le dejara tranquilo flipar con sus ambrosías, envió a Hermes a que la rescatara, no sin antes amenazar a su hermano Hades, el cual aceptó devolverla a condición de que no comiera Core nada por el camino. Porque todo había quedado en familia (¡y qué familia!), Core fue entregada a Hermes cuando éste se presentó en el inframundo, y ambos comenzaron el regreso; pero ello es que la inocente nena, que ya no era ni tan nena ni tan inocente (¡a saber qué pillerías le hizo su tío Hades, que era un demonio!), comió unas semillas de granada y, ¡zas!, por cada una de esas semillas se vio obligada a tener que volver un mes por año al cálido Infierno. Debían ser las semillas algo así como los préstamos del FMI. Comoquiera que Core había comido seis semillas, durante seis meses era la dulce y ñoña Core, y los otros seis, Perséfone, una diablesa de toma pan y moja, esposa de su tío Hades y, por ello mismo, reina del inframundo, vulgo Infierno. Bueno en realidad era sobrina de su esposo, de su padre y de su madre. Pedigrí que tenía la criatura, vaya.
Después de éste tostón de alto contenido erótico-hermético, usted se preguntará que a santo de qué viene, y hará muy bien porque es usted muy dueño de preguntarse lo que le dé la gana. Pues viene a cuenta de que esta angelita medio diablesa es la que corona la cúpula (que no cópula) del Capitolio de Washington, una de las ciudades trazadas mediante geometría masónica más importantes del mundo, sede de la democracia moderna y corazón (Core) del Imperio. Perséfone (La que lleva la muerte), diosa de los Infiernos, diablesa titulada y devoradora de granadas (incluida la famosa isla que se comieron entre pan los EEUU no hace tanto tiempo), preside la modernidad democrática que extiende su manto freaky por casi todo Occidente. Que quien tenga ojos para ver que vea, y quien entendimiento para entender que haga con él lo que quiera.
Estas cosas de los dioses dobles eran muy propias de los griegos (cuestión de ahorro), y les ponía a cien que quien podía ser dulce como Heidi pudiera transformarse en una vampiresa sexual con un genio de los mil y un diablos, nunca mejor dicho. Era el incestuoso manga de la antigüedad —con perdón hacia los masones, a quienes aún les va el rollo—, y no quiere uno imaginarse qué harían en su soledad los devotos cuando echaran sus rezos a la pillina diosa. Durante el día era la inocencia en calcetines cortos y vestida de escolar, y durante la noche una lagartona con vestido escotado y liguero..., además de látigo y todo eso en plan BDSM. Toda una joya.
No es preocupante que cada cual crea lo que le dé la gana, que es muy dueño, sino las consecuencias que puede tener para los demás, y el mito de Perséfone y su ubicación privilegiada sin duda tiene su miga. Si uno ve a Core, pues como que todo está de perlas, y ve a Obama, a la american way of life y puede darle a base de bien a los yines, el Winston y los todoterrenos que chupan recursos fósiles a tutiplén; pero si ve a Perséfone, pues lo mismo repara en los sarpullidos guantanameros que hay por todo el globo, en cómo se agitan las sociedades de los desobedientes en plan iraní, en cómo se asola al interfecto en plan Tora-Bora o Pakistán y hasta puede ser que vea cómo miles de vuelos cargados de angelitos torturadores (interrogadores, les llaman ellos), se llevan gentecillas como si tal cosa a Diego García o lugares tan dulces que el Hades es una risión a su lado. ¡Ojito, que Core y Perséfone nos vigilan!
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