Difundir imágenes de compañeras trucadas para simular que están desnudas, entre otras muchas han naturalizado una serie de procesos perversos, como perversa es la concepción de la masculinidad que traslada: el hombre utiliza a la mujer, la somete para dominarla. Si antes un chaval acudía a la puerta del instituto a ver a la chica que le gustaba, ahora quiere su foto sin ropa. Y es que el porno encadena en la prisión del egoísmo, en la tiranía de la no contención y eso perjudica a cualquiera, más aún en edades tan tempranas, digan lo que digan los ideólogos del sexo libre y a la carta.
Con todo, no hace falta llegar a la pornografía. La banalización de la sexualidad ha empobrecido la relación entre los chicos y las chicas, la mutua mirada. “Y te amo como amo al baile que te distingue de la multitud en la que vienes y vas”, escribió Wendell Berry. El granjero y novelista estadounidense estaría espantado si viese que tantos jóvenes han cambiado los bailes tradicionales por el reggaeton o el trap.
En los primeros, los pasos son gráciles, comedidos; no se oculta la pasión, pero se contiene, se subordina para dejar libres los volteos del compañero. Se marcan límites. Y por eso son estéticos. En los segundos, la armonía ha sido arrancada por la violencia, la irresponsabilidad, el materialismo, la discriminación de sus letras y coreografías.
Así pues, el debate público, caso de Extremadura ¿Recuerdan? no debe girar sólo en torno a la pena que se va a aplicar a los responsables (evidentemente, deben ser sancionados) y en qué se puede hacer para preservar e instruir a los jóvenes en el uso de las tecnologías. Estaría bien plantear cómo ayudarlos a recuperar esta forma de relacionarse, la que llevaba a un hombre a deleitarse en la imagen de una mujer, no a reducirla a un cuerpo, y a una mujer a respetarle igualmente, entre otras formas, desde el pudor, dejándole libre, sin forzarle a retirar la mirada de su rostro.
¿Los adolescentes tienen que saber manejarse en el mundo digital? Por supuesto. Pero, sobre todo, necesitan descubrir el arte de relacionarse, aprender a reconocerse como personas, a defenderse mutuamente de la cosificación.
|