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El problema son los nuevos actores políticos

El Senado en "modo fraude"

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Cuatro décadas lleva la denominada cámara alta sin servir para otra cosa que para malgastar el erario público. Fácilmente puede transcurrir otro medio siglo o siglo y medio… Es otra perspectiva más del eterno retorno peninsular. Un permanente "Continuará" sin desenlace, propio de un país sin resolver. El Partido Socialista podría haber hecho suya la propuesta de una candidatura conjunta al Senado desde una voluntad política concreta, capaz de apelar a grandes consensos en reformas estructurales [reforma del Senado, procedimientos de reforma constitucional, ley electoral, etc.] pudiendo mostrar, al mismo tiempo, su firme oposición respecto a cualquier otra propuesta de ordenación territorial ajena a sus pretensiones [Derecho a decidir, por ejemplo].

¿Dónde radica entonces el problema? Acaso en una determinada concepción de la política. Sabido es que el compromiso no sale a cuenta. Lo platónico en cambio resulta siempre rentable; no cabe mojarse. Basta enunciar buenos propósitos sine die. Los hombres pasan; son los problemas los que persisten y se trasmiten de generación en generación. En el fondo evitar que la política se traduzca en posibilidad es también una profesión. De modo que para demostrar su compromiso real por transformar el país, los socialistas arrancan la nueva precampaña evidenciando que prefieren conservar el mapa territorial del Senado bañado en azul a cualquier posibilidad de cambio.

El problema son los nuevos actores políticos. Estorban porque comunican; ilustran, arrojan luz y lo que es peor, develan la contradicción del oponente. De la noche a la mañana parte de la sociedad comprende que no es cierto que el Senado no valga para nada; sus señorías sí parecen abrigar una función concreta: encarnarse en el cordón sanitario de cualquier reforma estructural. El electorado descubre que al despertar, los dinosaurios siguen ahí: una sólida guarnición de egregios peones derivada de aquella estructura inmovilista diseñada hace cuarenta años. Como en el Gatopardo nuestros políticos apelan una y otra vez al cambio para que nada cambie. Cambio de caras, de gabinetes; no de políticas.

Sin duda una idea truculenta la de una cámara territorial que se corresponda con su país. ¿Es que acaso interesa construir España? Algunos no parecen albergar mucha pasión. Quizá quienes echan de menos un país de verdad deberían aprender a sentirse más orgullosos del espectáculo al que asisten día tras día. ¿Para qué aspirar a más? Ninguna verdad otorgada precisa justificarse.

El Senado en "modo fraude"

El problema son los nuevos actores políticos
Alex Vidal
lunes, 16 de mayo de 2016, 00:58 h (CET)
Cuatro décadas lleva la denominada cámara alta sin servir para otra cosa que para malgastar el erario público. Fácilmente puede transcurrir otro medio siglo o siglo y medio… Es otra perspectiva más del eterno retorno peninsular. Un permanente "Continuará" sin desenlace, propio de un país sin resolver. El Partido Socialista podría haber hecho suya la propuesta de una candidatura conjunta al Senado desde una voluntad política concreta, capaz de apelar a grandes consensos en reformas estructurales [reforma del Senado, procedimientos de reforma constitucional, ley electoral, etc.] pudiendo mostrar, al mismo tiempo, su firme oposición respecto a cualquier otra propuesta de ordenación territorial ajena a sus pretensiones [Derecho a decidir, por ejemplo].

¿Dónde radica entonces el problema? Acaso en una determinada concepción de la política. Sabido es que el compromiso no sale a cuenta. Lo platónico en cambio resulta siempre rentable; no cabe mojarse. Basta enunciar buenos propósitos sine die. Los hombres pasan; son los problemas los que persisten y se trasmiten de generación en generación. En el fondo evitar que la política se traduzca en posibilidad es también una profesión. De modo que para demostrar su compromiso real por transformar el país, los socialistas arrancan la nueva precampaña evidenciando que prefieren conservar el mapa territorial del Senado bañado en azul a cualquier posibilidad de cambio.

El problema son los nuevos actores políticos. Estorban porque comunican; ilustran, arrojan luz y lo que es peor, develan la contradicción del oponente. De la noche a la mañana parte de la sociedad comprende que no es cierto que el Senado no valga para nada; sus señorías sí parecen abrigar una función concreta: encarnarse en el cordón sanitario de cualquier reforma estructural. El electorado descubre que al despertar, los dinosaurios siguen ahí: una sólida guarnición de egregios peones derivada de aquella estructura inmovilista diseñada hace cuarenta años. Como en el Gatopardo nuestros políticos apelan una y otra vez al cambio para que nada cambie. Cambio de caras, de gabinetes; no de políticas.

Sin duda una idea truculenta la de una cámara territorial que se corresponda con su país. ¿Es que acaso interesa construir España? Algunos no parecen albergar mucha pasión. Quizá quienes echan de menos un país de verdad deberían aprender a sentirse más orgullosos del espectáculo al que asisten día tras día. ¿Para qué aspirar a más? Ninguna verdad otorgada precisa justificarse.

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