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Se ha vuelto típico que si alguien comete algo censurable, pida perdón compungidamente y todo quede resuelto

​De la grosería al delito

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La defensa del bienestar –muy relativo en un alto porcentaje-- y el miedo a perderlo puede provocar un descreimiento muy nocivo para la defensa de las ideas, sobre todo si estas son molestas para el poder. Parece que para opinar o tomar decisiones la gente (todos nosotros) no suele mirar hacia adentro, a la propia conciencia, sino hacia afuera, atenta al qué se dice y al ambiente general existente. Mala cosa para la verdad. Otra forma de destruirla es exagerándola.

 

Se ha vuelto típico que si alguien comete algo censurable, pida perdón compungidamente y todo quede resuelto. Este fenómeno ya existía en nuestra cultura católica. La confesión era un mecanismo discreto que permitía –y permite--la absolución con la ventaja del secreto confesional. Hoy ese arrepentimiento es más bien un recurso de relaciones públicas. En el colmo de la inopia muchos confunden el valor y la sinceridad del arrepentido con su necesidad y oportunismo. Es más, la antigua reserva respecto a los actos reprochables se ha transformado en un espectáculo de masas, donde opinan con pasión los informados, los medio informados y los desinformados. Algo lamentable desde la perspectiva penal. No sería la primera vez que un tribunal se dejara impresionar por una opinión pública desatada.

 

Lo que ha sucedido con el asunto Jenni Hermoso y Luis Rubiales está entrando en ese ámbito. Pero no sólo por el acto reprochable en sí, que se va convirtiendo en actos reprochables, sino porque la reacción general ha sido poco analítica y nada mesurada. Incluso ha sido demasiado contradictoria como para que no sintamos vergüenza ajena. Aparte de la vergüenza ajena queda el temor acerca de la veracidad y valentía de nuestras reacciones. Si en esto no hay un criterio firme ¿qué será cuando el problema sea vital –de vida o de riego de vida--para nosotros? ¿Pensamos resolver nuestros problemas más graves tal como se está haciendo?

 

Anticipemos que somos ajenos al mundo del futbol, sobre todo cuando se convierte en fenómeno de masas. Siendo un deporte espléndido, lo que sale sobre él en los medios de comunicación no nos agrada en absoluto. Es más, nos atreveremos a decir que nos parece antideportivo.

 

En esta historia hay cinco sujetos fundamentales: Jenni Hermoso, Luis Rubiales, los medios de comunicación, la opinión pública y los mecanismos estatales. Creemos que ha faltado equilibrio y ha sobrado presión ajena.

 

En un primer momento, Jenni Hermoso afirmó que “Ha sido un gesto mutuo totalmente espontáneo por la alegría inmensa que da ganar un Mundial. El presi y yo tenemos una gran relación, su comportamiento con todas nosotras ha sido de diez y fue un gesto natural de cariño y agradecimiento. No se puede dar más vueltas a un gesto de amistad y gratitud, hemos ganado un Mundial y no vamos a desviarnos de lo importante”.

 

Posteriormente, el giro fue de 180 grados: “Por todo ello, quiero reforzar la posición que tomé desde el principio, considerando que no tengo que apoyar a la persona que ha cometido esta acción en contra de mi voluntad, sin respetarme… Me sentí vulnerable y víctima de una agresión, un acto impulsivo, machista, fuera de lugar y sin ningún tipo de consentimiento por mi parte. Sencillamente, no fui respetada”. La declaración es más amplia, pero esto, a nuestro entender, está en el nudo de la controversia. No entendemos qué quiere decir con: “Por todo ello, quiero reforzar la posición que tomé desde el principio”. ¿Es falsa la primera declaración?

 

Más importante que el cambio, si lo hay, es su causa. ¿Miedo inicial, presiones posteriores?

 

Después vino el esperpento del discurso de Luis Rubiales ante la asamblea extraordinaria de la RFEF, también contradictorio con sus primeras palabras que fueron las siguientes: “…hay un hecho que tengo que lamentar y es todo lo que ha ocurrido entre una jugadora y yo, con una magnífica relación entre ambos, al igual que con otras, y donde, pues seguramente, me he equivocado. Lo tengo que reconocer, porque en un momento de máxima efusividad, sin ninguna mala intención, sin ninguna mala fe, ocurrió lo que ocurrió, de manera muy espontánea, sin mala fe por ninguna de las dos partes”. Primero una sumisa excusa y más tarde inflación en su triple “no dimitiré”, producido quizás por su propio tono y palabras, y mostrando su verdadera esencia. Esencia que no es punible y que también abre interrogantes. ¿Qué le dijeron para que se subiera así? Por cierto, intervención que fue muy aplaudida por los asambleístas y cuyo contenido debería ser leído.

  

Los medios de comunicación. Demasiada unanimidad para que el pensamiento sea auténtico. Es impensable semejante sincronía en tantas mentes. No hay ponderación del asunto. No hay variedad. No hay contraposición. No se analiza el tipo delictivo con el cual se juega, que es, nada menos, que penal. No se lo aísla, tal como debe ser en Derecho. No hay juristas opinando cuando es la fiscalía la que pretende abrir una causa. No se analiza en sí el beso, sino todo lo que lo rodea, incluido el padre del presunto delincuente. En este momento se está diciendo en una de las cadenas que se le podría encausar por exhibicionismo ante una menor, la Infanta. El exhibicionismo consistió en coger sus partes que él traduce en un vulgar “¡olé tus huevos!” dirigido a un tal Vilar. La verdad es que habría que castigar la impresentabilidad y tipificarla en los inexistentes libros de urbanidad que los niños ya no estudian.

 

Por su parte la Fiscalía de la Audiencia Nacional ha acordado abrir diligencias contra Luis Rubiales por un posible delito de agresión sexual, dirigiéndose a su vez a la futbolista dándole la posibilidad de que se ponga en contacto con la Fiscalía de la Audiencia Nacional, “a fin de informarle de sus derechos como víctima de un presunto delito de agresión sexual”. Es decir, para que se sume (no para que decida si se incoa o no) al procedimiento. Muy interesante la comparación entre la antigua regulación y la actual. Nada como la realidad para aprender Derecho.

 

Finalmente, la opinión pública. ¿No piensa esta que desata sus iras apresuradamente para después olvidarse de ellas repentinamente dejando el entuerto tal como estaba? ¿No piensa que la ira es el peor de los estados anímicos para juzgar, evaluar, resolver? ¿No sería interesante poner todas las cosas en su sitio y pensar autónomamente sin que nos lleven de la mano? ¿No aprendimos nada del caso Wanninkhof --Dolores Vázquez? ¿No puede haber confusión entre la grosería y el delito? Si una verdad pierde su causa y se convierte en instrumento de lo que sea, ¿no puede perjudicarse a la verdadera causa?

 

La noticia se ha hecho internacional. Culpa suya si seleccionan así las noticias. Después de todo están imitándonos, aparte de que todos ellos tienen sus propios enjambres. La diferencia es que no cometen la torpeza, tal como nosotros, de airearlos lo máximo posible.

 

Pero el país lo aguanta todo.

 

Luis Méndez

​De la grosería al delito

Se ha vuelto típico que si alguien comete algo censurable, pida perdón compungidamente y todo quede resuelto
Luis Méndez Viñolas
miércoles, 30 de agosto de 2023, 09:17 h (CET)

La defensa del bienestar –muy relativo en un alto porcentaje-- y el miedo a perderlo puede provocar un descreimiento muy nocivo para la defensa de las ideas, sobre todo si estas son molestas para el poder. Parece que para opinar o tomar decisiones la gente (todos nosotros) no suele mirar hacia adentro, a la propia conciencia, sino hacia afuera, atenta al qué se dice y al ambiente general existente. Mala cosa para la verdad. Otra forma de destruirla es exagerándola.

 

Se ha vuelto típico que si alguien comete algo censurable, pida perdón compungidamente y todo quede resuelto. Este fenómeno ya existía en nuestra cultura católica. La confesión era un mecanismo discreto que permitía –y permite--la absolución con la ventaja del secreto confesional. Hoy ese arrepentimiento es más bien un recurso de relaciones públicas. En el colmo de la inopia muchos confunden el valor y la sinceridad del arrepentido con su necesidad y oportunismo. Es más, la antigua reserva respecto a los actos reprochables se ha transformado en un espectáculo de masas, donde opinan con pasión los informados, los medio informados y los desinformados. Algo lamentable desde la perspectiva penal. No sería la primera vez que un tribunal se dejara impresionar por una opinión pública desatada.

 

Lo que ha sucedido con el asunto Jenni Hermoso y Luis Rubiales está entrando en ese ámbito. Pero no sólo por el acto reprochable en sí, que se va convirtiendo en actos reprochables, sino porque la reacción general ha sido poco analítica y nada mesurada. Incluso ha sido demasiado contradictoria como para que no sintamos vergüenza ajena. Aparte de la vergüenza ajena queda el temor acerca de la veracidad y valentía de nuestras reacciones. Si en esto no hay un criterio firme ¿qué será cuando el problema sea vital –de vida o de riego de vida--para nosotros? ¿Pensamos resolver nuestros problemas más graves tal como se está haciendo?

 

Anticipemos que somos ajenos al mundo del futbol, sobre todo cuando se convierte en fenómeno de masas. Siendo un deporte espléndido, lo que sale sobre él en los medios de comunicación no nos agrada en absoluto. Es más, nos atreveremos a decir que nos parece antideportivo.

 

En esta historia hay cinco sujetos fundamentales: Jenni Hermoso, Luis Rubiales, los medios de comunicación, la opinión pública y los mecanismos estatales. Creemos que ha faltado equilibrio y ha sobrado presión ajena.

 

En un primer momento, Jenni Hermoso afirmó que “Ha sido un gesto mutuo totalmente espontáneo por la alegría inmensa que da ganar un Mundial. El presi y yo tenemos una gran relación, su comportamiento con todas nosotras ha sido de diez y fue un gesto natural de cariño y agradecimiento. No se puede dar más vueltas a un gesto de amistad y gratitud, hemos ganado un Mundial y no vamos a desviarnos de lo importante”.

 

Posteriormente, el giro fue de 180 grados: “Por todo ello, quiero reforzar la posición que tomé desde el principio, considerando que no tengo que apoyar a la persona que ha cometido esta acción en contra de mi voluntad, sin respetarme… Me sentí vulnerable y víctima de una agresión, un acto impulsivo, machista, fuera de lugar y sin ningún tipo de consentimiento por mi parte. Sencillamente, no fui respetada”. La declaración es más amplia, pero esto, a nuestro entender, está en el nudo de la controversia. No entendemos qué quiere decir con: “Por todo ello, quiero reforzar la posición que tomé desde el principio”. ¿Es falsa la primera declaración?

 

Más importante que el cambio, si lo hay, es su causa. ¿Miedo inicial, presiones posteriores?

 

Después vino el esperpento del discurso de Luis Rubiales ante la asamblea extraordinaria de la RFEF, también contradictorio con sus primeras palabras que fueron las siguientes: “…hay un hecho que tengo que lamentar y es todo lo que ha ocurrido entre una jugadora y yo, con una magnífica relación entre ambos, al igual que con otras, y donde, pues seguramente, me he equivocado. Lo tengo que reconocer, porque en un momento de máxima efusividad, sin ninguna mala intención, sin ninguna mala fe, ocurrió lo que ocurrió, de manera muy espontánea, sin mala fe por ninguna de las dos partes”. Primero una sumisa excusa y más tarde inflación en su triple “no dimitiré”, producido quizás por su propio tono y palabras, y mostrando su verdadera esencia. Esencia que no es punible y que también abre interrogantes. ¿Qué le dijeron para que se subiera así? Por cierto, intervención que fue muy aplaudida por los asambleístas y cuyo contenido debería ser leído.

  

Los medios de comunicación. Demasiada unanimidad para que el pensamiento sea auténtico. Es impensable semejante sincronía en tantas mentes. No hay ponderación del asunto. No hay variedad. No hay contraposición. No se analiza el tipo delictivo con el cual se juega, que es, nada menos, que penal. No se lo aísla, tal como debe ser en Derecho. No hay juristas opinando cuando es la fiscalía la que pretende abrir una causa. No se analiza en sí el beso, sino todo lo que lo rodea, incluido el padre del presunto delincuente. En este momento se está diciendo en una de las cadenas que se le podría encausar por exhibicionismo ante una menor, la Infanta. El exhibicionismo consistió en coger sus partes que él traduce en un vulgar “¡olé tus huevos!” dirigido a un tal Vilar. La verdad es que habría que castigar la impresentabilidad y tipificarla en los inexistentes libros de urbanidad que los niños ya no estudian.

 

Por su parte la Fiscalía de la Audiencia Nacional ha acordado abrir diligencias contra Luis Rubiales por un posible delito de agresión sexual, dirigiéndose a su vez a la futbolista dándole la posibilidad de que se ponga en contacto con la Fiscalía de la Audiencia Nacional, “a fin de informarle de sus derechos como víctima de un presunto delito de agresión sexual”. Es decir, para que se sume (no para que decida si se incoa o no) al procedimiento. Muy interesante la comparación entre la antigua regulación y la actual. Nada como la realidad para aprender Derecho.

 

Finalmente, la opinión pública. ¿No piensa esta que desata sus iras apresuradamente para después olvidarse de ellas repentinamente dejando el entuerto tal como estaba? ¿No piensa que la ira es el peor de los estados anímicos para juzgar, evaluar, resolver? ¿No sería interesante poner todas las cosas en su sitio y pensar autónomamente sin que nos lleven de la mano? ¿No aprendimos nada del caso Wanninkhof --Dolores Vázquez? ¿No puede haber confusión entre la grosería y el delito? Si una verdad pierde su causa y se convierte en instrumento de lo que sea, ¿no puede perjudicarse a la verdadera causa?

 

La noticia se ha hecho internacional. Culpa suya si seleccionan así las noticias. Después de todo están imitándonos, aparte de que todos ellos tienen sus propios enjambres. La diferencia es que no cometen la torpeza, tal como nosotros, de airearlos lo máximo posible.

 

Pero el país lo aguanta todo.

 

Luis Méndez

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Utilizar al Rey como actor forzado en la escena final de su opereta y ni siquiera anunciar una moción de confianza prueban que este hombre buscaba - sin mucho éxito - provocar a los malos, al enemigo, a los periodistas y tertulianos que forman parte de ese imaginario contubernio fascista que le quiere desalojar del poder.

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