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Los ojos de los españoles están puestos en los políticos que proclaman el cambio, pero que no están a la altura del momento

Es la hora del cambio

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Una cosa extraña está pasando en el mundo de la política española. Todos los líderes, excepto los del PP que pasan de puntillas el tema de la corrupción, ponen mucho énfasis en la regeneración política para hacer frente al oleaje de corrupción que sacude a la política. Todos los partidos de alguna manera consideran que debe reformarse la Constitución y algunas leyes porque consideran que el cambio que requiere la situación actual del país debe empezar por la ley. Desgraciadamente ningún político entona un mea culpa en reconocimiento que antes que nada es imprescindible la reforma de las personas que hacen política institucional.

Dos textos bíblicos que pueden aplicarse perfectamente al tema que hoy nos ocupa: “Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión, pero el Señor pesa los espíritus…Hay camino que parece recto al hombre, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 16: 2,25).

La causa del caos político en el que estamos inmersos se debe principalmente a la corrupción que se da en los políticos y que produje el desbarajuste del que somos testigos. Los políticos reclaman cambio porque se dan cuenta de que la situación se hace insostenible, pero cada uno de ellos se sacude de encima la parte de la responsabilidad que tiene por el lío creado y la envía a engordar la responsabilidad de los otros. Si no hay gobierno en Madrid se debe a que los otros no han estado a la altura de la situación y no querer hacer el sacrificio de retirar una parte del ideario para que se pueda llegar a un acuerdo de gobierno.

El dedo siempre señalando al TÚ, pero no una mirada introspectiva para ver la biga que hay en el ojo propio. Los ciudadanos estamos hartos de oír la monótona y aburrida cancioncilla: “Son tiempos de cambio” porque a pesar de tanta repetición de cambio político, nuestros ojos no pueden vislumbrar en el horizonte ninguna señal que indique que el cambio se comienza a producir. Oír el disparo que dé la señal de salida a la carrera por el cambio político no cambiará la situación actual si lo que se persigue es un maquillaje de la Constitución y de las leyes sin tocar la naturaleza corrupta en las personas que deben de propiciar el cambio.

Para regenerar la política se precisa regenerar antes que nada la condición espiritual de los ciudadanos porque es de entre la ciudadanía de donde surgen las personas a las que se les encomienda la tarea de gobernar y de que lo hagan bien. Sin ánimo de lucro excesivo, sino con el espíritu de servicio para trabajar para el bien de la comunidad que los ha escogido. Durante las campañas electorales todos los aspirantes a gobernar se presentan como salvadores de la Patria porque son los mejores. Desconfiemos de estas buenísimas personas porque de bueno solamente hay uno: Jesucristo que a la vez que hombre es Dios. El resto de los mortales todos hemos sido concebidos en pecado y con la posibilidad de pode cometer la barbaridad más perversa si Dios en su misericordia no frena nuestros instintos malvados: “Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, extraviándose de la fe y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Timoteo 6:10).

No podemos fiarnos de nuestra bondad. No debemos hacer como aquellas multitudes que iban a Juan el Bautista para bautizare sin previo arrepentimiento de sus pecados. A esta multitud de buenas personas el Bautista les dice: “¡Oh generación de víboras! ¿Quién os envió a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos de arrepentimiento” (Lucas 8: 7,8).

A punto de finalizar el ministerio del Bautista, Jesús empieza el suyo diciendo a la multitud que se le acercaba para escucharle: “arrepentíos y creed en el evangelio” (Marcos 1:4). Sin arrepentimiento a Dios de los propios pecados y sin el firme propósito de depender de la misericordia de Dios para abandonar el estilo de vida corrupto previo a la conversión a Cristo, el ser humano no puede convertirse en una persona inclinada a hacer las buenas obras que deben caracterizar a los políticos.

El apóstol Pablo explica como la corrupción que todos llevamos dentro por ser descendientes de Adán deje de ser la norma del estilo de vida de ciudadanos y políticos. A partir de la conversión a Cristo el ser humano es recreado en un hombre nuevo “creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24). El apóstol, a aquel hombre nuevo que es en Jesucristo le dice: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (vv. 22-24).

Pretender eliminar de la esfera política la corrupción sin que el político se haya convertido en un hombre o mujer nuevos es como perseguir el viento: “Vanidad y aflicción de espíritu”

Es la hora del cambio

Los ojos de los españoles están puestos en los políticos que proclaman el cambio, pero que no están a la altura del momento
Octavi Pereña
martes, 3 de mayo de 2016, 08:05 h (CET)
Una cosa extraña está pasando en el mundo de la política española. Todos los líderes, excepto los del PP que pasan de puntillas el tema de la corrupción, ponen mucho énfasis en la regeneración política para hacer frente al oleaje de corrupción que sacude a la política. Todos los partidos de alguna manera consideran que debe reformarse la Constitución y algunas leyes porque consideran que el cambio que requiere la situación actual del país debe empezar por la ley. Desgraciadamente ningún político entona un mea culpa en reconocimiento que antes que nada es imprescindible la reforma de las personas que hacen política institucional.

Dos textos bíblicos que pueden aplicarse perfectamente al tema que hoy nos ocupa: “Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión, pero el Señor pesa los espíritus…Hay camino que parece recto al hombre, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 16: 2,25).

La causa del caos político en el que estamos inmersos se debe principalmente a la corrupción que se da en los políticos y que produje el desbarajuste del que somos testigos. Los políticos reclaman cambio porque se dan cuenta de que la situación se hace insostenible, pero cada uno de ellos se sacude de encima la parte de la responsabilidad que tiene por el lío creado y la envía a engordar la responsabilidad de los otros. Si no hay gobierno en Madrid se debe a que los otros no han estado a la altura de la situación y no querer hacer el sacrificio de retirar una parte del ideario para que se pueda llegar a un acuerdo de gobierno.

El dedo siempre señalando al TÚ, pero no una mirada introspectiva para ver la biga que hay en el ojo propio. Los ciudadanos estamos hartos de oír la monótona y aburrida cancioncilla: “Son tiempos de cambio” porque a pesar de tanta repetición de cambio político, nuestros ojos no pueden vislumbrar en el horizonte ninguna señal que indique que el cambio se comienza a producir. Oír el disparo que dé la señal de salida a la carrera por el cambio político no cambiará la situación actual si lo que se persigue es un maquillaje de la Constitución y de las leyes sin tocar la naturaleza corrupta en las personas que deben de propiciar el cambio.

Para regenerar la política se precisa regenerar antes que nada la condición espiritual de los ciudadanos porque es de entre la ciudadanía de donde surgen las personas a las que se les encomienda la tarea de gobernar y de que lo hagan bien. Sin ánimo de lucro excesivo, sino con el espíritu de servicio para trabajar para el bien de la comunidad que los ha escogido. Durante las campañas electorales todos los aspirantes a gobernar se presentan como salvadores de la Patria porque son los mejores. Desconfiemos de estas buenísimas personas porque de bueno solamente hay uno: Jesucristo que a la vez que hombre es Dios. El resto de los mortales todos hemos sido concebidos en pecado y con la posibilidad de pode cometer la barbaridad más perversa si Dios en su misericordia no frena nuestros instintos malvados: “Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, extraviándose de la fe y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Timoteo 6:10).

No podemos fiarnos de nuestra bondad. No debemos hacer como aquellas multitudes que iban a Juan el Bautista para bautizare sin previo arrepentimiento de sus pecados. A esta multitud de buenas personas el Bautista les dice: “¡Oh generación de víboras! ¿Quién os envió a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos de arrepentimiento” (Lucas 8: 7,8).

A punto de finalizar el ministerio del Bautista, Jesús empieza el suyo diciendo a la multitud que se le acercaba para escucharle: “arrepentíos y creed en el evangelio” (Marcos 1:4). Sin arrepentimiento a Dios de los propios pecados y sin el firme propósito de depender de la misericordia de Dios para abandonar el estilo de vida corrupto previo a la conversión a Cristo, el ser humano no puede convertirse en una persona inclinada a hacer las buenas obras que deben caracterizar a los políticos.

El apóstol Pablo explica como la corrupción que todos llevamos dentro por ser descendientes de Adán deje de ser la norma del estilo de vida de ciudadanos y políticos. A partir de la conversión a Cristo el ser humano es recreado en un hombre nuevo “creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24). El apóstol, a aquel hombre nuevo que es en Jesucristo le dice: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (vv. 22-24).

Pretender eliminar de la esfera política la corrupción sin que el político se haya convertido en un hombre o mujer nuevos es como perseguir el viento: “Vanidad y aflicción de espíritu”

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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