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Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | Transición | Nación | Estado | Constitución | Nacionalismos
El país necesita una meta, un sentido para su superación. Cuanto mayor y más generosa sea esta, más cohesionará a todos

¿Llegará el día en el que no se pueda defender a la nación, al estado?

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Si el franquismo no permitía la crítica, la necesidad de prudencia en la Transición no la potenció (lo que hacía Guerra era otra cosa). Una necesidad que quedó demostrada con la dimisión de Suarez y con las oscuridades que después culminaron con el 23 F. Una de las frases más sintomáticas de su discurso de dimisión fue la de que no deseaba que la democracia fuera “una vez más un paréntesis en la historia de España”. No aclaró los motivos de tal temor. Su referencia al paréntesis es importante, sobre todo viniendo de un exsecretario general del Movimiento. Reconoce explícitamente uno de los males del país.


La cuestión es que la transición sufrió varios espasmos que desdibujaron la esperanza de muchos, es decir, convertirse en un puente de tránsito entre una dictadura (estado autoritario, dicen algunos historiadores de verbo suave) y una democracia consolidada y que muchos proyectaban (no impacientemente) avanzada.


Lo de una democracia avanzada no era un capricho, sino la necesidad de recuperar siglos deficitarios en paréntesis. Antecedentes como los del caciquismo, la Restauración (recuérdese a Alberto Bosch y Fustegueras, opuesto a la regulación de la jornada laboral de niños y mujeres propuesta por la Comisión de Reformas Sociales); la dictadura de Primo de Rivera; la involución en el Bienio de derecha, con ocho gobiernos y tres presidentes; la dictadura franquista, etc. , apremiaban cambios sustanciales. El modelo escandinavo de entonces estaba muy presente.


Para algunos, los avatares que produjeron la dimisión de Suarez y el asalto al Congreso terminaron con la Transición. Para otros, representó su enquistamiento, la renuncia a su transitoriedad. Después vino un referéndum muy condicionado sobre la permanencia en la OTAN. Otra clave importante. Se dirá que hubo un referéndum, es decir un acto que generalmente se supone (hay diatriba razonada sobre ello) potencia la democracia. Pero no fue tan así cuando el jefe del Gobierno de entonces, Felipe González, advirtió sobre el peligro que entrañaría un no: “Un paso atrás de dimensiones incalculables” o "El que quiera votar que no, que piense antes qué fuerza política gestionará ese voto". Estas palabras y lo acontecido en 1982 pesaron mucho en el resultado. Por qué nunca se han cumplido las condiciones del sí es otro asunto olvidado aunque imaginable.


Se podrá contraargumentar que tenemos una democracia, pero no se trata de un sí o de un no, sino de contrastar matices frente a modelos únicos y formalistas. Cabe reconocer que se desarrollaron los pilares fundamentales, pero la realidad no siempre es lo que dicen los papeles. Una serie de fuerzas que se autodefinen como constitucionalistas parece que no se plantean que la Constitución no ha desarrollado todas sus potencialidades. Recuérdese que el peso de España (cuarto lugar en la UE según PIB) no se corresponde con el que ocupa en aspectos fundamentales como la igualdad o la justicia social. En 2022 ocupábamos el quinto puesto en la clasificación de países más desiguales de la UE, solo por detrás de Bulgaria, Lituania, Letonia y Rumanía, a la cabeza del mal dato. Si hablamos del PIB per cápìta ocupamos el noveno lugar; en sanidad, decimoterceros; en educación, quintos por la cola; paro, segundo lugar; temporalidad, también segundo lugar; salario medio bruto, duodécimos; salario mínimo, séptimos. Estamos a la cabeza de la UE con más graduados universitarios empleados en trabajos de baja cualificación. Habrá que convenir que ese no es el tenor de la Constitución. Datos que quedarán ahí no para ser resueltos, sino para ser utilizados con oportunismo.


Y hay que subrayar que es una situación de larga data. No estamos hablando de las futuras elecciones, en cuanto son males crónicos que nadie ha resuelto. Frente a esos malos datos hay que reconocer que los presupuestos de 2023 recogen un gasto social récord, lo que no quita su insuficiencia desde la perspectiva de un Estado que se proclama social y democrático. No hablaremos de la corrupción porque se está descubriendo que en la UE hay mucho cadáver oculto.

La cuestión es que nuestra democracia se convirtió en un cristal esmerilado que amenazaba fragilidad y no ofrecía transparencia. Nuestra derecha, incongruentemente, sólo era capaz de hacer una crítica respecto a las dictaduras de fuera; y la izquierda más poderosa creyó que la movilización ciudadana era innecesaria en cuanto se preparaban para una política institucional y un pacto social del cual no puede enorgullecerse en cuanto privilegios ancestrales han quedado intocados e incluso aumentados.


Se habla de memoria histórica; pero la realidad es que no se producirá un análisis verdaderamente crítico mientras los protagonistas de lo memorizable y sus herederos puedan verse afectados negativamente. Se comprometería a demasiados actores nacionales e incluso extranjeros. Curioso, porque otras fuerzas muy criticadas, si han sido capaces de hacer su autocrítica histórica. Cuando hablamos de movilización nos referimos a la intelectual, que mueve a las demás cuando son necesarias. Poco a poco han ido llevándonos a un individualismo desorganizador y a un mundo hedonista contra el cual no tenemos nada siempre que no sirva de ideología narcotizante.

Situándonos en el presente, no vemos que España goce de buena salud, sobre todo política. Ante esta afirmación sobreviene una duda: ¿vemos la realidad? No es fácil en cuanto que la prensa oficializada ofrece versiones extremadamente opuestas, si bien sin salir del círculo de tiza. Sin una crítica contrastada, sin un debate con perspectivas contrapuestas ¿cómo razonar lo mejor para nuestro país?


Muchos expertos internacionalistas predicen que el futuro de Europa (una década) va a ser complicado. Incluso rebajan su nivel de vida en un 30 por ciento. En España hemos sido siempre reacios a interesarnos por la política internacional. Sin embargo, la realidad es que las políticas nacionales están inmersas, desgraciadamente, en las internacionales. Muchas veces nuestros políticos han respondido con un “la UE dice…”. Pero la UE es una entidad compuesta por unidades diferenciadas que anteponen, --sobre todo las más fuertes--, sus intereses a los de los demás. Este exceso de confianza en los otros debería acabar en vista de los preocupantes augurios. No se olvide la Ley de Reducción de la Inflación estadounidense (IRA, por sus siglas en inglés) y la posible respuesta de la UE, que puede provocar tensiones internas. Macron ha advertido sobre que “la IRA puede fragmentar Occidente”; es decir, que se produzcan enfrentamientos desestabilizadores.

Ante tal panorama, ¿estamos preparados como nación? ¿Las estructuras de nuestro estado son lo suficientemente fuertes? Veamos algunos asuntos.


1. Comenzábamos este trabajo con la Transición porque creó un estado de cosas artificial. Al ser la nuestra una democracia “contenida”, basada principalmente en pactos y olvidos, no requirió que cada grupo político tuviera que seleccionar (hablamos de generalidades, no de individualidades) a los más cualificados, lo que permitió que destacaron los más despiertos, que supieron prever el reparto que venía. Esos más avispados no negociaron las mejores condiciones para el ingreso de nuestro país en la comunidad europea, lo que permitió que esta nos asignara unos papeles no siempre beneficiosos. Turismo en vez de industria, por ejemplo. Integrados en Europa ¿han terminado las reasignaciones? Creemos, que no; al contrario, la UE entra en una etapa en la cual se debilitará su sentido comunitario (si alguna vez lo hubo) y las luchas intestinas cobraran un papel trascendental. La cuestión es que necesitaremos a los mejores en la dirección del país. Sin embargo, el sistema actual segrega, aburre, a los mejores.


2. Entramos en Europa (digámoslo así) con muchos condicionantes, pero este ya no es el caso actual. Por ello no deberíamos permitir que nadie nos diga cuáles son nuestros intereses, nuestras metas, nuestros amigos y enemigos. A veces sus enemigos sólo lo son de ellos, no nuestros. Que por cierto, nadie nos ayuda con nuestros propios enemigos, que los hay. Cuidado con la ficción cordial en la política internacional.


3. La falta de agresividad real en la política de la Transición (consenso) relajó las costumbres. La ejemplaridad se convirtió en una cualidad no esencial. Cuando a Alejandro Magno sus leales soldados le ofrecieron en pleno desierto un único casco lleno de agua, aquel lo vertió sobre la tierra. Con ese gesto podía pedirles cualquier sacrificio. Hoy, por el contrario, una alcaldesa de pueblo se ha subido el sueldo de forma que gana más que el jefe del Gobierno. Otro se lo ha subido un 30 por ciento. Los concejales de una gran localidad han gratificado su dura vida con un siete por ciento. ¿No podían realizar subidas simbólicas y esperar al nuevo año, como el resto de los españoles, y con una subida menos provocativa? Aparte de que demuestran una gran insolidaridad hacia sus compañeros en campaña electoral (a no ser que todos hayan de callar). Por otra parte, si el agua de la crisis nos llega a la mayoría a la nariz y a ellos a los zapatos ¿cómo nos convencerán para más pactos sociales y sacrificios?


4. Naturalmente, una cosecha semejante requiere unas condiciones previas de carácter general. Si el país entero cultiva el desinterés, la pasividad, la tolerancia injustificada (voto inagotable y desmemoriado), es difícil que la cosecha mejore y se seleccione progresivamente. España, convencida erróneamente de que preocuparse no sirve para nada, se escora hacia una banalidad alentada por televisiones lúdicas preocupadas sólo en su negocio privado. Incluso un buenismo de pantalla que parece inofensivo (e hipócrita: en la comunidad de vecinos no hay tanto amor y abrazos) dificulta determinadas críticas que a sus ojos parecen ácidas. El espíritu de crítica incomoda, saca a la gente, --observemos la expresión--, de “su zona de confort” y los sitúa ante una realidad por la cual no vamos a amargarnos. Extraordinarias premisas para fortalecer una nación con graves problemas. Lessing decía que no es libre el que se ríe de sus cadenas.


5. La nación no es un exquisito caballero subido en un pobre burro. Por el contario, hay que sujetar el destino de los menos afortunados al de los más afortunados. Ejemplaridad en todos los estratos. Es la única forma de no perder potencia en desconfianzas e inhibiciones justificadas. El otro domingo hablaban en la radio –que buen programa-- de María Victoria del Pozo, esposa de Amadeo de Saboya. Llegando a Madrid le apenó tanto la visión de las lavanderas que destinó la partida del príncipe de Asturias para beneficio de estas pobres mujeres, que nunca la olvidaron. Pero venció la España de las damas de las mantillas y de las peinetas. Qué necesidad de historia tenemos.


6. Esta historia lleva al cantonalismo, fenómeno entonces de la pequeña burguesía, con gran influencia sobre el movimiento obrero y sobre el anarquismo. Mientras Alemania e Italia habían luchado con denuedo por su unificación, nosotros lo hacíamos por nuestra disgregación hasta extremos ridículos (el cantón de Jumilla amenazando invadir Murcia). La cuestión es que mientras unos miraban al futuro, nosotros no escapábamos de la inercia del encogimiento. La enemistad entre Borbones y Austrias no permitió que se defendiera a España contra las exageraciones de la Leyenda Negra. Que cuidado, no defendemos todas las acciones de España, sino su utilización por unos extranjeros que se comportaban mucho peor que nosotros. Gibraltar fue una buena prueba de que nadie, Borbones o Austrias, tenía –ni tiene-- amigos verdaderos. Pues bien, este tipo de males se han visto en nuestra política, incluso en foros supranacionales como el Parlamento Europeo. Qué mala es la pequeñez de miras, alentada por el egoísmo.


7. Aunque en nuestra Constitución figuran ambas palabras, el término nacionalidades se puede mencionar con más desenvoltura que el de nación, lo cual es sintomático; significa que no se tiene noción del poder de las palabras y su capacidad para generar realidades. ¿Somos conscientes de que España ha bajado hasta la posición decimoquinta en la escala mundial y de que este descenso no se detiene? ¿Que empequeñecerla agudizará los problemas de todos sin exclusión? Los dramas que ocurren en el mundo por causa de su empequeñecimiento ¿no nos abren los ojos suficientemente?


Mientras las nacionalidades han sabido crear la ilusión de una misión, la nación no ha sabido (y no ha querido) diseñar un modelo que entusiasme. Al revés, en estos asuntos ha sido huidiza. ¿Por prudencia? Recordemos que el exceso de prudencia es una imprudencia.


Que tenga más fuerza el hecho diferencial que el diseño de unos proyectos que nos engrandezcan, que nos vuelvan ejemplares; que antepongamos las pequeñas diferencias a la posibilidad de ser un centro de pensamiento innovador, científico, abierto, incorporante de lo distinto; clásico y vanguardista a la vez; que aúne el estudio de los errores pasados con fórmulas que superen antagonismos y divisiones inútiles y posiblemente destructivas a largo plazo; que por un verdadero patriotismo prefiera una España con derechos aumentados a su restricción, es incomprensible. Curiosamente, ese hecho diferenciador cambiaría en pocas cosas: seguiría en las mismas instituciones, absorbería los mismos intentos de pensamiento único y en nada sería original, sino un remedo de lo de antes.


8. El español tiene capacidad crítica, no se debe dudar. Nuestro problema es que, por el contrario, carecemos de capacidad autocrítica. Le pedimos al prójimo que cambie, sin cambiar nosotros un ápice porque tenemos razón en todo.


9. La libertad de expresión y de pensamiento son fundamentales. Si no ¿cómo desarrollar ideas, correcciones en defensa del mejor plan para el país? Si el pensamiento único propio es malo, peor lo es cuando es de otros. Los periodistas tienen una labor fundamental. A su conciencia queda que la desarrollen.


10. ¿Qué país que debilita su soberanía puede desarrollar los proyectos que le convienen? ¿Y si esos proyectos no interesan a los otros? ¿Cómo subsumirse en sus intereses? Tener aliados no significa que haya que anteponer sus intereses a los nuestros. Estamos rodeados de países que hoy pueden ser amigos y mañana no tanto. El fortalecimiento de esa soberanía depende también de aliados idóneos ¿y cuáles más idóneos que aquellos que comparten idioma, historia, naturaleza? Cada día esos aliados crecen, por lo que algunos quieren utilizarnos como intermediarios. Pero, no. No somos intermediarios de nadie sino co-sujetos con los propios pueblos hispanoamericanos, y mejor todavía si latinoamericanos.


El otro día, en un programa de radio, nocturno, se hablaba de Julio Verne. Según los locutores, junto a Agatha Christie, el autor más vendido. ¿El Quijote? Tenían dudas sobre que los españoles lo hubieran leído. ¿Qué ocurre en nuestro país? Por cierto, uno de los dubitativos se irritaba en otro programa porque decimos wifi, en vez waifai, que es como se pronuncia, decía. Ignoraba que el término wifi ya ha sido incluido en nuestro diccionario, por lo que no cabe distorsión fonética. Este es el espíritu incomprensible que se da en muchos lugares. Un menosprecio narcisista. El defecto español está en los demás, no en el sujeto que así opina. Problemático para levantar a una nación. Si no valoramos a nuestro idioma, que es mundial y elemento singular que se puede medir con cualquier otro idioma, ¿qué diremos sobre lo deficitario? Afortunadamente hay quinientos millones de hispanoparlantes.


Lo citado es un botón de muestra mínimo pero sintomático. El país necesita una meta, un sentido para su superación. Cuanto mayor y más generosa sea esta, más cohesionará a todos; más desearán todos ceder sus cascos de agua no al Alejandro del momento, sino a la causa que representa. Sólo ese tipo de metas son capaces de sacar a los pueblos de su individualismo, de su apatía, de su enclaustramiento, de su tendencia hacia lo menor. E insistimos, no por patrioterismo, sino por necesidad. Quizás habría que crear unas nuevas sociedades amigas del país, potenciadoras de un pensamiento crítico, original, autónomo, desembarazado.

¿Llegará el día en el que no se pueda defender a la nación, al estado?

El país necesita una meta, un sentido para su superación. Cuanto mayor y más generosa sea esta, más cohesionará a todos
Luis Méndez Viñolas
jueves, 6 de julio de 2023, 10:55 h (CET)

Si el franquismo no permitía la crítica, la necesidad de prudencia en la Transición no la potenció (lo que hacía Guerra era otra cosa). Una necesidad que quedó demostrada con la dimisión de Suarez y con las oscuridades que después culminaron con el 23 F. Una de las frases más sintomáticas de su discurso de dimisión fue la de que no deseaba que la democracia fuera “una vez más un paréntesis en la historia de España”. No aclaró los motivos de tal temor. Su referencia al paréntesis es importante, sobre todo viniendo de un exsecretario general del Movimiento. Reconoce explícitamente uno de los males del país.


La cuestión es que la transición sufrió varios espasmos que desdibujaron la esperanza de muchos, es decir, convertirse en un puente de tránsito entre una dictadura (estado autoritario, dicen algunos historiadores de verbo suave) y una democracia consolidada y que muchos proyectaban (no impacientemente) avanzada.


Lo de una democracia avanzada no era un capricho, sino la necesidad de recuperar siglos deficitarios en paréntesis. Antecedentes como los del caciquismo, la Restauración (recuérdese a Alberto Bosch y Fustegueras, opuesto a la regulación de la jornada laboral de niños y mujeres propuesta por la Comisión de Reformas Sociales); la dictadura de Primo de Rivera; la involución en el Bienio de derecha, con ocho gobiernos y tres presidentes; la dictadura franquista, etc. , apremiaban cambios sustanciales. El modelo escandinavo de entonces estaba muy presente.


Para algunos, los avatares que produjeron la dimisión de Suarez y el asalto al Congreso terminaron con la Transición. Para otros, representó su enquistamiento, la renuncia a su transitoriedad. Después vino un referéndum muy condicionado sobre la permanencia en la OTAN. Otra clave importante. Se dirá que hubo un referéndum, es decir un acto que generalmente se supone (hay diatriba razonada sobre ello) potencia la democracia. Pero no fue tan así cuando el jefe del Gobierno de entonces, Felipe González, advirtió sobre el peligro que entrañaría un no: “Un paso atrás de dimensiones incalculables” o "El que quiera votar que no, que piense antes qué fuerza política gestionará ese voto". Estas palabras y lo acontecido en 1982 pesaron mucho en el resultado. Por qué nunca se han cumplido las condiciones del sí es otro asunto olvidado aunque imaginable.


Se podrá contraargumentar que tenemos una democracia, pero no se trata de un sí o de un no, sino de contrastar matices frente a modelos únicos y formalistas. Cabe reconocer que se desarrollaron los pilares fundamentales, pero la realidad no siempre es lo que dicen los papeles. Una serie de fuerzas que se autodefinen como constitucionalistas parece que no se plantean que la Constitución no ha desarrollado todas sus potencialidades. Recuérdese que el peso de España (cuarto lugar en la UE según PIB) no se corresponde con el que ocupa en aspectos fundamentales como la igualdad o la justicia social. En 2022 ocupábamos el quinto puesto en la clasificación de países más desiguales de la UE, solo por detrás de Bulgaria, Lituania, Letonia y Rumanía, a la cabeza del mal dato. Si hablamos del PIB per cápìta ocupamos el noveno lugar; en sanidad, decimoterceros; en educación, quintos por la cola; paro, segundo lugar; temporalidad, también segundo lugar; salario medio bruto, duodécimos; salario mínimo, séptimos. Estamos a la cabeza de la UE con más graduados universitarios empleados en trabajos de baja cualificación. Habrá que convenir que ese no es el tenor de la Constitución. Datos que quedarán ahí no para ser resueltos, sino para ser utilizados con oportunismo.


Y hay que subrayar que es una situación de larga data. No estamos hablando de las futuras elecciones, en cuanto son males crónicos que nadie ha resuelto. Frente a esos malos datos hay que reconocer que los presupuestos de 2023 recogen un gasto social récord, lo que no quita su insuficiencia desde la perspectiva de un Estado que se proclama social y democrático. No hablaremos de la corrupción porque se está descubriendo que en la UE hay mucho cadáver oculto.

La cuestión es que nuestra democracia se convirtió en un cristal esmerilado que amenazaba fragilidad y no ofrecía transparencia. Nuestra derecha, incongruentemente, sólo era capaz de hacer una crítica respecto a las dictaduras de fuera; y la izquierda más poderosa creyó que la movilización ciudadana era innecesaria en cuanto se preparaban para una política institucional y un pacto social del cual no puede enorgullecerse en cuanto privilegios ancestrales han quedado intocados e incluso aumentados.


Se habla de memoria histórica; pero la realidad es que no se producirá un análisis verdaderamente crítico mientras los protagonistas de lo memorizable y sus herederos puedan verse afectados negativamente. Se comprometería a demasiados actores nacionales e incluso extranjeros. Curioso, porque otras fuerzas muy criticadas, si han sido capaces de hacer su autocrítica histórica. Cuando hablamos de movilización nos referimos a la intelectual, que mueve a las demás cuando son necesarias. Poco a poco han ido llevándonos a un individualismo desorganizador y a un mundo hedonista contra el cual no tenemos nada siempre que no sirva de ideología narcotizante.

Situándonos en el presente, no vemos que España goce de buena salud, sobre todo política. Ante esta afirmación sobreviene una duda: ¿vemos la realidad? No es fácil en cuanto que la prensa oficializada ofrece versiones extremadamente opuestas, si bien sin salir del círculo de tiza. Sin una crítica contrastada, sin un debate con perspectivas contrapuestas ¿cómo razonar lo mejor para nuestro país?


Muchos expertos internacionalistas predicen que el futuro de Europa (una década) va a ser complicado. Incluso rebajan su nivel de vida en un 30 por ciento. En España hemos sido siempre reacios a interesarnos por la política internacional. Sin embargo, la realidad es que las políticas nacionales están inmersas, desgraciadamente, en las internacionales. Muchas veces nuestros políticos han respondido con un “la UE dice…”. Pero la UE es una entidad compuesta por unidades diferenciadas que anteponen, --sobre todo las más fuertes--, sus intereses a los de los demás. Este exceso de confianza en los otros debería acabar en vista de los preocupantes augurios. No se olvide la Ley de Reducción de la Inflación estadounidense (IRA, por sus siglas en inglés) y la posible respuesta de la UE, que puede provocar tensiones internas. Macron ha advertido sobre que “la IRA puede fragmentar Occidente”; es decir, que se produzcan enfrentamientos desestabilizadores.

Ante tal panorama, ¿estamos preparados como nación? ¿Las estructuras de nuestro estado son lo suficientemente fuertes? Veamos algunos asuntos.


1. Comenzábamos este trabajo con la Transición porque creó un estado de cosas artificial. Al ser la nuestra una democracia “contenida”, basada principalmente en pactos y olvidos, no requirió que cada grupo político tuviera que seleccionar (hablamos de generalidades, no de individualidades) a los más cualificados, lo que permitió que destacaron los más despiertos, que supieron prever el reparto que venía. Esos más avispados no negociaron las mejores condiciones para el ingreso de nuestro país en la comunidad europea, lo que permitió que esta nos asignara unos papeles no siempre beneficiosos. Turismo en vez de industria, por ejemplo. Integrados en Europa ¿han terminado las reasignaciones? Creemos, que no; al contrario, la UE entra en una etapa en la cual se debilitará su sentido comunitario (si alguna vez lo hubo) y las luchas intestinas cobraran un papel trascendental. La cuestión es que necesitaremos a los mejores en la dirección del país. Sin embargo, el sistema actual segrega, aburre, a los mejores.


2. Entramos en Europa (digámoslo así) con muchos condicionantes, pero este ya no es el caso actual. Por ello no deberíamos permitir que nadie nos diga cuáles son nuestros intereses, nuestras metas, nuestros amigos y enemigos. A veces sus enemigos sólo lo son de ellos, no nuestros. Que por cierto, nadie nos ayuda con nuestros propios enemigos, que los hay. Cuidado con la ficción cordial en la política internacional.


3. La falta de agresividad real en la política de la Transición (consenso) relajó las costumbres. La ejemplaridad se convirtió en una cualidad no esencial. Cuando a Alejandro Magno sus leales soldados le ofrecieron en pleno desierto un único casco lleno de agua, aquel lo vertió sobre la tierra. Con ese gesto podía pedirles cualquier sacrificio. Hoy, por el contrario, una alcaldesa de pueblo se ha subido el sueldo de forma que gana más que el jefe del Gobierno. Otro se lo ha subido un 30 por ciento. Los concejales de una gran localidad han gratificado su dura vida con un siete por ciento. ¿No podían realizar subidas simbólicas y esperar al nuevo año, como el resto de los españoles, y con una subida menos provocativa? Aparte de que demuestran una gran insolidaridad hacia sus compañeros en campaña electoral (a no ser que todos hayan de callar). Por otra parte, si el agua de la crisis nos llega a la mayoría a la nariz y a ellos a los zapatos ¿cómo nos convencerán para más pactos sociales y sacrificios?


4. Naturalmente, una cosecha semejante requiere unas condiciones previas de carácter general. Si el país entero cultiva el desinterés, la pasividad, la tolerancia injustificada (voto inagotable y desmemoriado), es difícil que la cosecha mejore y se seleccione progresivamente. España, convencida erróneamente de que preocuparse no sirve para nada, se escora hacia una banalidad alentada por televisiones lúdicas preocupadas sólo en su negocio privado. Incluso un buenismo de pantalla que parece inofensivo (e hipócrita: en la comunidad de vecinos no hay tanto amor y abrazos) dificulta determinadas críticas que a sus ojos parecen ácidas. El espíritu de crítica incomoda, saca a la gente, --observemos la expresión--, de “su zona de confort” y los sitúa ante una realidad por la cual no vamos a amargarnos. Extraordinarias premisas para fortalecer una nación con graves problemas. Lessing decía que no es libre el que se ríe de sus cadenas.


5. La nación no es un exquisito caballero subido en un pobre burro. Por el contario, hay que sujetar el destino de los menos afortunados al de los más afortunados. Ejemplaridad en todos los estratos. Es la única forma de no perder potencia en desconfianzas e inhibiciones justificadas. El otro domingo hablaban en la radio –que buen programa-- de María Victoria del Pozo, esposa de Amadeo de Saboya. Llegando a Madrid le apenó tanto la visión de las lavanderas que destinó la partida del príncipe de Asturias para beneficio de estas pobres mujeres, que nunca la olvidaron. Pero venció la España de las damas de las mantillas y de las peinetas. Qué necesidad de historia tenemos.


6. Esta historia lleva al cantonalismo, fenómeno entonces de la pequeña burguesía, con gran influencia sobre el movimiento obrero y sobre el anarquismo. Mientras Alemania e Italia habían luchado con denuedo por su unificación, nosotros lo hacíamos por nuestra disgregación hasta extremos ridículos (el cantón de Jumilla amenazando invadir Murcia). La cuestión es que mientras unos miraban al futuro, nosotros no escapábamos de la inercia del encogimiento. La enemistad entre Borbones y Austrias no permitió que se defendiera a España contra las exageraciones de la Leyenda Negra. Que cuidado, no defendemos todas las acciones de España, sino su utilización por unos extranjeros que se comportaban mucho peor que nosotros. Gibraltar fue una buena prueba de que nadie, Borbones o Austrias, tenía –ni tiene-- amigos verdaderos. Pues bien, este tipo de males se han visto en nuestra política, incluso en foros supranacionales como el Parlamento Europeo. Qué mala es la pequeñez de miras, alentada por el egoísmo.


7. Aunque en nuestra Constitución figuran ambas palabras, el término nacionalidades se puede mencionar con más desenvoltura que el de nación, lo cual es sintomático; significa que no se tiene noción del poder de las palabras y su capacidad para generar realidades. ¿Somos conscientes de que España ha bajado hasta la posición decimoquinta en la escala mundial y de que este descenso no se detiene? ¿Que empequeñecerla agudizará los problemas de todos sin exclusión? Los dramas que ocurren en el mundo por causa de su empequeñecimiento ¿no nos abren los ojos suficientemente?


Mientras las nacionalidades han sabido crear la ilusión de una misión, la nación no ha sabido (y no ha querido) diseñar un modelo que entusiasme. Al revés, en estos asuntos ha sido huidiza. ¿Por prudencia? Recordemos que el exceso de prudencia es una imprudencia.


Que tenga más fuerza el hecho diferencial que el diseño de unos proyectos que nos engrandezcan, que nos vuelvan ejemplares; que antepongamos las pequeñas diferencias a la posibilidad de ser un centro de pensamiento innovador, científico, abierto, incorporante de lo distinto; clásico y vanguardista a la vez; que aúne el estudio de los errores pasados con fórmulas que superen antagonismos y divisiones inútiles y posiblemente destructivas a largo plazo; que por un verdadero patriotismo prefiera una España con derechos aumentados a su restricción, es incomprensible. Curiosamente, ese hecho diferenciador cambiaría en pocas cosas: seguiría en las mismas instituciones, absorbería los mismos intentos de pensamiento único y en nada sería original, sino un remedo de lo de antes.


8. El español tiene capacidad crítica, no se debe dudar. Nuestro problema es que, por el contrario, carecemos de capacidad autocrítica. Le pedimos al prójimo que cambie, sin cambiar nosotros un ápice porque tenemos razón en todo.


9. La libertad de expresión y de pensamiento son fundamentales. Si no ¿cómo desarrollar ideas, correcciones en defensa del mejor plan para el país? Si el pensamiento único propio es malo, peor lo es cuando es de otros. Los periodistas tienen una labor fundamental. A su conciencia queda que la desarrollen.


10. ¿Qué país que debilita su soberanía puede desarrollar los proyectos que le convienen? ¿Y si esos proyectos no interesan a los otros? ¿Cómo subsumirse en sus intereses? Tener aliados no significa que haya que anteponer sus intereses a los nuestros. Estamos rodeados de países que hoy pueden ser amigos y mañana no tanto. El fortalecimiento de esa soberanía depende también de aliados idóneos ¿y cuáles más idóneos que aquellos que comparten idioma, historia, naturaleza? Cada día esos aliados crecen, por lo que algunos quieren utilizarnos como intermediarios. Pero, no. No somos intermediarios de nadie sino co-sujetos con los propios pueblos hispanoamericanos, y mejor todavía si latinoamericanos.


El otro día, en un programa de radio, nocturno, se hablaba de Julio Verne. Según los locutores, junto a Agatha Christie, el autor más vendido. ¿El Quijote? Tenían dudas sobre que los españoles lo hubieran leído. ¿Qué ocurre en nuestro país? Por cierto, uno de los dubitativos se irritaba en otro programa porque decimos wifi, en vez waifai, que es como se pronuncia, decía. Ignoraba que el término wifi ya ha sido incluido en nuestro diccionario, por lo que no cabe distorsión fonética. Este es el espíritu incomprensible que se da en muchos lugares. Un menosprecio narcisista. El defecto español está en los demás, no en el sujeto que así opina. Problemático para levantar a una nación. Si no valoramos a nuestro idioma, que es mundial y elemento singular que se puede medir con cualquier otro idioma, ¿qué diremos sobre lo deficitario? Afortunadamente hay quinientos millones de hispanoparlantes.


Lo citado es un botón de muestra mínimo pero sintomático. El país necesita una meta, un sentido para su superación. Cuanto mayor y más generosa sea esta, más cohesionará a todos; más desearán todos ceder sus cascos de agua no al Alejandro del momento, sino a la causa que representa. Sólo ese tipo de metas son capaces de sacar a los pueblos de su individualismo, de su apatía, de su enclaustramiento, de su tendencia hacia lo menor. E insistimos, no por patrioterismo, sino por necesidad. Quizás habría que crear unas nuevas sociedades amigas del país, potenciadoras de un pensamiento crítico, original, autónomo, desembarazado.

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