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Pascual Falces

La saluda colectiva amenazada de nuevo

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Periódicamente, la Aldea resulta como sometida a chequeos acerca de su vulnerabilidad sobre nuevas y desconocidas causas de graves enfermedades. Sin necesidad de mucha memoria; las “vacas locas”, la gripe aviar, y en este instante, la porcina, constituyen una cadena en el tiempo por completo equivalente. Salta la alarma -incierta en el primer momento-, reacción de sorpresa, alarma generalizada; reacción más o menos tardía de las autoridades nacionales en ansiosa coordinación con la OMS; noticia de primera plana en prensa y TV; algunas víctimas inciertas o no, y progresiva pérdida de interés hasta el completo olvido. Algunas anécdotas intercaladas completan la historia de cada nuevo y desconocido brote epidémico.

En resumen, un temblor, no de la corteza terrestre, sino como un escalofrío en idéntica forma de ondas concéntricas con epicentro perfectamente localizado (Inglaterra en el caso de la vacas, Sudeste asiático en la gripe aviar, y la capital de México en la que ahora nos afecta, por citar las tres más recientes). Traducen, en primer lugar, la inseguridad del hombre en su propia salud a escala colectiva, y, en lo que no haría más que reflejar la misma que siente como individuo cada vez que reconoce que “la salud es lo más importante”. Y, ¿qué se entiende por salud? Es complejo quedarse con una sola definición, pero hace algunos años que se acepta que “el silencio de los órganos” es la más aceptable. Cuando todo va bien, nadie nota que tiene hígado, ni riñones, ni corazón, ni próstata, ni nada, de nada. Eso, sin duda, puede ser una buena definición del “estar sano”. Lo que los mecánicos dicen de un motor que funciona bien, que va “redondo”...

Del mismo modo, la salud, a escala mundial, también tiene quiebros, pocos por fortuna, porque sólo se organiza escándalo con los “agudos”, de los “crónicos”, se habla poco, o la gente y las autoridades responsables ya están acostumbradas. Es lo que ocurre con males como la malaria, el paludismo, el sida, el dengue, la fiebre amarilla, las enfermedades de transmisión sexual o las digestivas por contaminación del agua. En un sentido más amplio todas las enfermedades infectocontagiosas, o las que son consecuencia de la desnutrición, cabrían en este mismo apartado.

Más, volviendo al tema palpitante de hoy, en efecto, el escalofrío está servido. Hasta el mismísimo Obama, estuvo altamente expuesto en su visita de hace unos días a México; el arquéologo Felipe Solís, Director del Museo Nacional de Antropología -orgullo tecnológico del país-, le mostró las instalaciones con todo detenimiento, y tres días después fallecía por un síndrome atribuible a la gripe porcina (si llega a ocurrir lo impensable, ironías del destino...) Toda la comitiva presidencial mexicano-norteamericana estuvo en contacto con el ya -en el instante de esa visita-, contaminado Director. Vulnerabilidad. Entre los innumerables objetos que le mostraría, junto al orgullo de la Historia del México precolombino, el Calendario Azteca, estaría la piedra de los sacrificios del dios Tizoc, donde los sacerdotes arrancaban de modo magistral el corazón palpitante de los prisioneros que ofrecían en sacrificio. ¡Qué argumento actualizado para una incruenta oferta!... ¡el Director del Museo, portador del mortal virus “H1N1 tipo A”, que se contagia por simple contacto físico o respiratorio, se inmola ante tanto dignatario!... incluido Felipe Calderón Hinojosa, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, y Barack Hussein Obama, Presidente de los Estados Unidos de América. La fantasía no tiene límites recordando tantas películas de catástrofes sanitarias como se han proyectado.

La saluda colectiva amenazada de nuevo

Pascual Falces
Pascual Falces
lunes, 27 de abril de 2009, 05:25 h (CET)
Periódicamente, la Aldea resulta como sometida a chequeos acerca de su vulnerabilidad sobre nuevas y desconocidas causas de graves enfermedades. Sin necesidad de mucha memoria; las “vacas locas”, la gripe aviar, y en este instante, la porcina, constituyen una cadena en el tiempo por completo equivalente. Salta la alarma -incierta en el primer momento-, reacción de sorpresa, alarma generalizada; reacción más o menos tardía de las autoridades nacionales en ansiosa coordinación con la OMS; noticia de primera plana en prensa y TV; algunas víctimas inciertas o no, y progresiva pérdida de interés hasta el completo olvido. Algunas anécdotas intercaladas completan la historia de cada nuevo y desconocido brote epidémico.

En resumen, un temblor, no de la corteza terrestre, sino como un escalofrío en idéntica forma de ondas concéntricas con epicentro perfectamente localizado (Inglaterra en el caso de la vacas, Sudeste asiático en la gripe aviar, y la capital de México en la que ahora nos afecta, por citar las tres más recientes). Traducen, en primer lugar, la inseguridad del hombre en su propia salud a escala colectiva, y, en lo que no haría más que reflejar la misma que siente como individuo cada vez que reconoce que “la salud es lo más importante”. Y, ¿qué se entiende por salud? Es complejo quedarse con una sola definición, pero hace algunos años que se acepta que “el silencio de los órganos” es la más aceptable. Cuando todo va bien, nadie nota que tiene hígado, ni riñones, ni corazón, ni próstata, ni nada, de nada. Eso, sin duda, puede ser una buena definición del “estar sano”. Lo que los mecánicos dicen de un motor que funciona bien, que va “redondo”...

Del mismo modo, la salud, a escala mundial, también tiene quiebros, pocos por fortuna, porque sólo se organiza escándalo con los “agudos”, de los “crónicos”, se habla poco, o la gente y las autoridades responsables ya están acostumbradas. Es lo que ocurre con males como la malaria, el paludismo, el sida, el dengue, la fiebre amarilla, las enfermedades de transmisión sexual o las digestivas por contaminación del agua. En un sentido más amplio todas las enfermedades infectocontagiosas, o las que son consecuencia de la desnutrición, cabrían en este mismo apartado.

Más, volviendo al tema palpitante de hoy, en efecto, el escalofrío está servido. Hasta el mismísimo Obama, estuvo altamente expuesto en su visita de hace unos días a México; el arquéologo Felipe Solís, Director del Museo Nacional de Antropología -orgullo tecnológico del país-, le mostró las instalaciones con todo detenimiento, y tres días después fallecía por un síndrome atribuible a la gripe porcina (si llega a ocurrir lo impensable, ironías del destino...) Toda la comitiva presidencial mexicano-norteamericana estuvo en contacto con el ya -en el instante de esa visita-, contaminado Director. Vulnerabilidad. Entre los innumerables objetos que le mostraría, junto al orgullo de la Historia del México precolombino, el Calendario Azteca, estaría la piedra de los sacrificios del dios Tizoc, donde los sacerdotes arrancaban de modo magistral el corazón palpitante de los prisioneros que ofrecían en sacrificio. ¡Qué argumento actualizado para una incruenta oferta!... ¡el Director del Museo, portador del mortal virus “H1N1 tipo A”, que se contagia por simple contacto físico o respiratorio, se inmola ante tanto dignatario!... incluido Felipe Calderón Hinojosa, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, y Barack Hussein Obama, Presidente de los Estados Unidos de América. La fantasía no tiene límites recordando tantas películas de catástrofes sanitarias como se han proyectado.

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