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Pascual Falces

Algunos “concetos” al día

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Los llamados sindicatos de “clase” tienen una connotación decimonónica del mismo apolillado cajón que Marx, Engels y el “Capital”;, cuando trabajar currando con pico y pala colocaba al individuo en distinta “clase” que hacerlo con una bata blanca o con los codos encima de una mesa afilando la punta de un lápiz, o sacando adelante unas tierras heredadas, de secano, que si llovía daban una cosecha para ir tirando, y si no llovía para pasar más hambre que un “maestro de escuela”. El caso es que la violencia se instaló entre las “clases” y las unas se miraba a las otras, injustamente recelosas y de distinta manera, por encima o por debajo de hombro. Tan injusto era mirar por debajo al de “abajo” como mirar por encima al de “ arriba”. La categoría del hombre, no se debe al lugar donde estuviera trabajando, sino a su entidad moral. Ni por lo que tuviera ni por lo que dejara de tener.

El “tanto tienes, tanto vales”, suena bien para una copla jaleada con palmas y copas de manzanilla, y resulta acertada medida de la miseria humana, que, desde que el pueblo judío salió de Egipto conducido por Moisés, decidió adorar al becerro de oro y a todo ídolo hecho del mismo o parecido metal, en lugar de al Dios verdadero. De ahí que fuera menospreciado todo trabajador de modesta condición, y “respetado” hasta la babosa reverencia todo poseedor de bienes, fuera denodado currante o el señorito más vago que la “chaqueta de un guardia”. Así que las “ clases” se desvirtuaron en “tener o no tener” y se introdujo la cizaña, no entre el género de ocupaciones, sino entre los que nada tenían, y los que retenían todo lo que podían. Los sindicatos “de clase” se convirtieron en un corte social sesgado y confundido del mundo del trabajo cuya inoperancia se está viviendo de modo palpable en nuestros días. Es una confusión histórica que se arrastra y confunde; algo así como la idea de “proletariado”. Levantar el puño en favor del mismo, era hacerlo en defensa de los pobres, que eran los que malamente vivían cargados de hijos -la “prole”- y, generalmente, medio muertos de hambre, pasando frío, viviendo depauperados y hacinados en insalubres viviendas. Ahora, no es así, las familias numerosas siguen pasando apuros a fin de mes, pero han desarrollado la solidaridad interna, comparten el espacio familiar, las ropas suelen estrenarlas los mayores que luego pasan a los más pequeños hasta que algún padrino se luce y rompe la cadena. Pero ya no son terreno para el malestar social, sino un alegato en contra del aborto y un respiro el día que ven casado al más pequeño (Epifanio).

Tampoco los sindicatos representan a los currantes, porque hace tiempo que han sido “sobornados” por el poder el Estado para que permanezcan a su servicio con la mayor docilidad, ni las grandes familias, escasas, reciben la menor atención del Poder, que ni siquiera hacen pisos donde quepan más de tres o cuatro hijos. Esa es la realidad. El resto es engañarse o vivir en otro mundo. La UGT,o CCOO, puede que representen al partido Socialista o a los residuos que queden del Partido Comunista de infeliz memoria, pero ninguno de los dos representan al “currantismo” español. Sus cuadro dirigentes son una zángana pirámide burocrática, más o menos liberada que “no trabaja”, que disfruta de prebendas y que está muy lejos de aquellos honestos trabajadores de alpargata y fiambrera que dieron su vida en tantas ocasiones por los que, como ellos, en efecto, no tenían nada, y no como estos “gandules”, de despacho y secretaria, rodeados de símbolos usurpados, para los que Sacco y Vanzetti significan tanto como para Leire Pajín un poster del Ché Guevara, y la jornada de ocho horas con un compresor significaría la baja laboral al día siguiente, y, obviamente, un desempleado les resulta un ser lejano y extraño que hace cola para comer donde Cáritas.

Algunos “concetos” al día

Pascual Falces
Pascual Falces
martes, 21 de abril de 2009, 05:18 h (CET)
Los llamados sindicatos de “clase” tienen una connotación decimonónica del mismo apolillado cajón que Marx, Engels y el “Capital”;, cuando trabajar currando con pico y pala colocaba al individuo en distinta “clase” que hacerlo con una bata blanca o con los codos encima de una mesa afilando la punta de un lápiz, o sacando adelante unas tierras heredadas, de secano, que si llovía daban una cosecha para ir tirando, y si no llovía para pasar más hambre que un “maestro de escuela”. El caso es que la violencia se instaló entre las “clases” y las unas se miraba a las otras, injustamente recelosas y de distinta manera, por encima o por debajo de hombro. Tan injusto era mirar por debajo al de “abajo” como mirar por encima al de “ arriba”. La categoría del hombre, no se debe al lugar donde estuviera trabajando, sino a su entidad moral. Ni por lo que tuviera ni por lo que dejara de tener.

El “tanto tienes, tanto vales”, suena bien para una copla jaleada con palmas y copas de manzanilla, y resulta acertada medida de la miseria humana, que, desde que el pueblo judío salió de Egipto conducido por Moisés, decidió adorar al becerro de oro y a todo ídolo hecho del mismo o parecido metal, en lugar de al Dios verdadero. De ahí que fuera menospreciado todo trabajador de modesta condición, y “respetado” hasta la babosa reverencia todo poseedor de bienes, fuera denodado currante o el señorito más vago que la “chaqueta de un guardia”. Así que las “ clases” se desvirtuaron en “tener o no tener” y se introdujo la cizaña, no entre el género de ocupaciones, sino entre los que nada tenían, y los que retenían todo lo que podían. Los sindicatos “de clase” se convirtieron en un corte social sesgado y confundido del mundo del trabajo cuya inoperancia se está viviendo de modo palpable en nuestros días. Es una confusión histórica que se arrastra y confunde; algo así como la idea de “proletariado”. Levantar el puño en favor del mismo, era hacerlo en defensa de los pobres, que eran los que malamente vivían cargados de hijos -la “prole”- y, generalmente, medio muertos de hambre, pasando frío, viviendo depauperados y hacinados en insalubres viviendas. Ahora, no es así, las familias numerosas siguen pasando apuros a fin de mes, pero han desarrollado la solidaridad interna, comparten el espacio familiar, las ropas suelen estrenarlas los mayores que luego pasan a los más pequeños hasta que algún padrino se luce y rompe la cadena. Pero ya no son terreno para el malestar social, sino un alegato en contra del aborto y un respiro el día que ven casado al más pequeño (Epifanio).

Tampoco los sindicatos representan a los currantes, porque hace tiempo que han sido “sobornados” por el poder el Estado para que permanezcan a su servicio con la mayor docilidad, ni las grandes familias, escasas, reciben la menor atención del Poder, que ni siquiera hacen pisos donde quepan más de tres o cuatro hijos. Esa es la realidad. El resto es engañarse o vivir en otro mundo. La UGT,o CCOO, puede que representen al partido Socialista o a los residuos que queden del Partido Comunista de infeliz memoria, pero ninguno de los dos representan al “currantismo” español. Sus cuadro dirigentes son una zángana pirámide burocrática, más o menos liberada que “no trabaja”, que disfruta de prebendas y que está muy lejos de aquellos honestos trabajadores de alpargata y fiambrera que dieron su vida en tantas ocasiones por los que, como ellos, en efecto, no tenían nada, y no como estos “gandules”, de despacho y secretaria, rodeados de símbolos usurpados, para los que Sacco y Vanzetti significan tanto como para Leire Pajín un poster del Ché Guevara, y la jornada de ocho horas con un compresor significaría la baja laboral al día siguiente, y, obviamente, un desempleado les resulta un ser lejano y extraño que hace cola para comer donde Cáritas.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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