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Etiquetas | La linterna de diógenes | Fernando Sánchez Dragó | Escritor | fallecimiento
“El gato Nano me da los buenos días. Él sabe que en la cabeza está el secreto de casi todo”, (Fernando Sánchez Dragó, dos horas antes de traspasar el umbral mágico)

Dragó, al otro lado del espejo

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Dragó y su gato Nano 10.04.23


Busco la definición de “bon vivant” y encuentro que a la personalidad de Fernando Sánchez Dragó le va así se decía antes- “como guante a la mano”. Se ajusta a la perfección. Había en él un cierto epicureísmo contagioso y una agilidad expresiva que podrían hacer pasar por superficiales muchas de sus opiniones, aunque nada se encontrara más lejos de la realidad. 


Dragó era un empedernido lector, minucioso y concienzudo, que extraía de los textos hasta la última gota de su esencia; lo que, unido a una extraordinaria memoria y a la capacidad de sintetizar y relacionar conceptos con gran rapidez, contribuía a crear esa ilusión de ligereza, cuando en realidad estaba expresando ideas y opiniones profundas, aunque carentes de esa pesada armazón académica que puede inducir al bostezo. He ahí su mérito (entre otros): ser capaz de referirse a Kant, al nirvana, al Bhagavad Gita, al pensamiento sufi, a Eleusis o a los universos paralelos con la misma facilidad que Paganini mostraba al interpretar sus dificilísimos Caprichos o Tartini al tocar El trino del Diablo. Todo parecía “fácil”, aunque fuera justo lo contrario.


Su inesperado salto al otro lado (eso de “muerte” suena en exceso solemne para un epicúreo) nos deja a muchos de los que lo conocimos, lo leímos y lo escuchamos, con un cierto estupor que la usura del tiempo irá mitigando, como ocurre con cualquier placer o cualquier dolor, pero que no cubrirá su ausencia ni eso que los cursis llaman “voz crítica”, que no es sino jugar a ser la mosca cojonera de los biempensantes, de los que viven en el lugar común de los prejuicios (un edificio de mil estancias) y de lo (¡Dios mío, qué habremos hecho nosotros para merecer esto!) “políticamente correcto”.


Sánchez Dragó se mofaba de los integristas del pensamiento y de los que no le perdonaban que, habiendo partido de una izquierda intelectual que nada tiene que ver con la izquierda rancia e ignorante que padecemos en la actualidad, se proclamara independiente, liberal… ¡Libre! Libre para opinar sobre la situación política, el adocenamiento de la población, los toros, la ayahuasca, la vacuna del Covid y el sexo, incluido el de los ángeles. Son apasionantes sus mano a mano con Antonio Escohotado, gran amigo suyo, otra roca en el zapato para nuestra izquierda ultramontana, muchas de cuyas memorables charlas pueden encontrarse en YouTube.


Del Dragó literario puedo hablar menos; lo dejo a sus exégetas e incondicionales. Los tiene y con sobradas razones, avaladas por importantes premios y reconocimientos. Confieso que no he leído su magnum opus, Gárgoris y Habidis, aunque lo haré algún día. Se lo debo y me lo debo. “El camino del corazón”, es obra que requiere una segunda y acaso una tercera lectura… Como también “El sendero de la mano izquierda”.  Muy interesantes son sus libros de memorias, que no llegó a concluir, y especialmente “Muertes paralelas”, título que hace referencia al asesinato de su propio padre, Fernando Sánchez Monreal, y al del fundador de Falange, José Antonio Primo de Rivera. Sin embargo, entre las obras que he leído del autor destacaré una que quizá, no lo sé, sea considerada entre las menos importantes: “Soseki”. En ella Dragó vuelca una parte de su sensibilidad hacia otro ser libre, independiente como él: su gato. Y la convierte en una conmovedora elegía.


Lo conocí hace muchos años de la mano de un amigo común, Javier Esteban, director de la revista universitaria Generación XXI, en la que colaboré asiduamente y a la que Dragó apoyó con entusiasmo. Javier fue invitado muchas veces a dar charlas en los Encuentros Eleusinos, un foro itinerante de cultura e ideas del que Fernando fue artífice e impulsor, contando siempre con la ayuda inestimable, entre bambalinas, de Javier Redondo y Clara Boluda, siempre al pie del cañón.


De Grecia a Benarés, pasando por Castilfrío, Ávila, El Escorial, Segovia, Poio, Almagro, Salamanca… A esos Encuentros acudieron las mentes más libres y preclaras de España; de esa España que mantiene su pulso a través de una lengua que Fernando Sánchez Dragó utilizaba como un verdadero maestro. Las voces de Antonio Piñero, Juan Manuel de Prada, Ramiro Calle, Antonio Escohotado, Teresa Viejo, Enrique de Vicente, Juan Luis Arsuaga, Javier Sierra, Luis Eduardo Aute, Ayanta Barilli, Javier Sádaba, Elvira Roca Barea, Pepa Roma, Luis Racionero y muchos otros, quedarán como testimonio de lo mucho que puede aún aportar el intelecto humano a hacer la realidad inteligible, a interpretarla desde muchos puntos de vista diferentes. Los “misterios de Eleusis”, que eran misterios de iniciación, dieron nombre a los treinta y siete Encuentros que, hasta hace escasamente dos meses, nos congregaron a muchos intrigados, como el mismo Dragó y su gato Nano, por lo que hay tras el “velo de Maia”.

Dragó, al otro lado del espejo

“El gato Nano me da los buenos días. Él sabe que en la cabeza está el secreto de casi todo”, (Fernando Sánchez Dragó, dos horas antes de traspasar el umbral mágico)
Luis del Palacio
jueves, 13 de abril de 2023, 09:26 h (CET)

Dragó y su gato Nano 10.04.23


Busco la definición de “bon vivant” y encuentro que a la personalidad de Fernando Sánchez Dragó le va así se decía antes- “como guante a la mano”. Se ajusta a la perfección. Había en él un cierto epicureísmo contagioso y una agilidad expresiva que podrían hacer pasar por superficiales muchas de sus opiniones, aunque nada se encontrara más lejos de la realidad. 


Dragó era un empedernido lector, minucioso y concienzudo, que extraía de los textos hasta la última gota de su esencia; lo que, unido a una extraordinaria memoria y a la capacidad de sintetizar y relacionar conceptos con gran rapidez, contribuía a crear esa ilusión de ligereza, cuando en realidad estaba expresando ideas y opiniones profundas, aunque carentes de esa pesada armazón académica que puede inducir al bostezo. He ahí su mérito (entre otros): ser capaz de referirse a Kant, al nirvana, al Bhagavad Gita, al pensamiento sufi, a Eleusis o a los universos paralelos con la misma facilidad que Paganini mostraba al interpretar sus dificilísimos Caprichos o Tartini al tocar El trino del Diablo. Todo parecía “fácil”, aunque fuera justo lo contrario.


Su inesperado salto al otro lado (eso de “muerte” suena en exceso solemne para un epicúreo) nos deja a muchos de los que lo conocimos, lo leímos y lo escuchamos, con un cierto estupor que la usura del tiempo irá mitigando, como ocurre con cualquier placer o cualquier dolor, pero que no cubrirá su ausencia ni eso que los cursis llaman “voz crítica”, que no es sino jugar a ser la mosca cojonera de los biempensantes, de los que viven en el lugar común de los prejuicios (un edificio de mil estancias) y de lo (¡Dios mío, qué habremos hecho nosotros para merecer esto!) “políticamente correcto”.


Sánchez Dragó se mofaba de los integristas del pensamiento y de los que no le perdonaban que, habiendo partido de una izquierda intelectual que nada tiene que ver con la izquierda rancia e ignorante que padecemos en la actualidad, se proclamara independiente, liberal… ¡Libre! Libre para opinar sobre la situación política, el adocenamiento de la población, los toros, la ayahuasca, la vacuna del Covid y el sexo, incluido el de los ángeles. Son apasionantes sus mano a mano con Antonio Escohotado, gran amigo suyo, otra roca en el zapato para nuestra izquierda ultramontana, muchas de cuyas memorables charlas pueden encontrarse en YouTube.


Del Dragó literario puedo hablar menos; lo dejo a sus exégetas e incondicionales. Los tiene y con sobradas razones, avaladas por importantes premios y reconocimientos. Confieso que no he leído su magnum opus, Gárgoris y Habidis, aunque lo haré algún día. Se lo debo y me lo debo. “El camino del corazón”, es obra que requiere una segunda y acaso una tercera lectura… Como también “El sendero de la mano izquierda”.  Muy interesantes son sus libros de memorias, que no llegó a concluir, y especialmente “Muertes paralelas”, título que hace referencia al asesinato de su propio padre, Fernando Sánchez Monreal, y al del fundador de Falange, José Antonio Primo de Rivera. Sin embargo, entre las obras que he leído del autor destacaré una que quizá, no lo sé, sea considerada entre las menos importantes: “Soseki”. En ella Dragó vuelca una parte de su sensibilidad hacia otro ser libre, independiente como él: su gato. Y la convierte en una conmovedora elegía.


Lo conocí hace muchos años de la mano de un amigo común, Javier Esteban, director de la revista universitaria Generación XXI, en la que colaboré asiduamente y a la que Dragó apoyó con entusiasmo. Javier fue invitado muchas veces a dar charlas en los Encuentros Eleusinos, un foro itinerante de cultura e ideas del que Fernando fue artífice e impulsor, contando siempre con la ayuda inestimable, entre bambalinas, de Javier Redondo y Clara Boluda, siempre al pie del cañón.


De Grecia a Benarés, pasando por Castilfrío, Ávila, El Escorial, Segovia, Poio, Almagro, Salamanca… A esos Encuentros acudieron las mentes más libres y preclaras de España; de esa España que mantiene su pulso a través de una lengua que Fernando Sánchez Dragó utilizaba como un verdadero maestro. Las voces de Antonio Piñero, Juan Manuel de Prada, Ramiro Calle, Antonio Escohotado, Teresa Viejo, Enrique de Vicente, Juan Luis Arsuaga, Javier Sierra, Luis Eduardo Aute, Ayanta Barilli, Javier Sádaba, Elvira Roca Barea, Pepa Roma, Luis Racionero y muchos otros, quedarán como testimonio de lo mucho que puede aún aportar el intelecto humano a hacer la realidad inteligible, a interpretarla desde muchos puntos de vista diferentes. Los “misterios de Eleusis”, que eran misterios de iniciación, dieron nombre a los treinta y siete Encuentros que, hasta hace escasamente dos meses, nos congregaron a muchos intrigados, como el mismo Dragó y su gato Nano, por lo que hay tras el “velo de Maia”.

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