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Si Miguel Ángel retrataba la sublime conexión entre la divinidad y su creación, los creados ya preferimos eludir ciertos contactos

Bailando en la Grand Place

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Recientemente en la Plaza Mayor de Madrid, los aficionados del PSV Eindhoven protagonizaban una grotesca escena lanzando sus monedas a un grupo de mujeres rumanas sin recursos. Sin duda, un singular ejercicio de caridad. Si Miguel Ángel retrataba la sublime conexión entre la divinidad y su creación mediante los dedos de Dios y Adán, los creados ya preferimos eludir ciertos contactos.

Los medios no dudaron en mostrar su indignación. Ciertamente lo ocurrido resultaba penoso. El factor humano llevado al paroxismo de su divinidad. ¿Lo que allí pasa es antropología o acaso etología? El escándalo parece residir en lo híbrido de las formas. Por un momento nos sentimos desorientados. La naturaleza fluye en una suerte de irracional vanguardismo aún por clasificar: como si de un zoo se tratase, los aficionados lanzan sus caritativos cacahuetes a esas monadas sin enjaular. La situación conforma una suerte de comportamiento aún no contemplado que desafía los parámetros de nuestra razón.

Es importante convivir bajo una cierta jerarquía de legitimidades y valores. Ello nos permite administrar nuestro sentido del escándalo. Se trata acaso de controlar cuál es el escenario concreto que puede activar o no los resortes de nuestra indignación. ¿Nos resultaría escandaloso el hecho de ver a cuatro amigos repartiéndose las principales empresas estratégicas de un país o codiciando la gestión de sus servicios esenciales? Ello es más discutible. Es entonces cuando comprendemos que no sólo albergamos distintos baremos de indignación sino que éstos parecen discurrir por raíles paralelos de nuestro inconsciente.

Flamencos en Madrid
Hace cinco siglos, a los neerlandeses que tomaron la Plaza Mayor les hicimos emperadores con nuestro dinero. Cosas del patrimonio dinástico. Contrariamente a lo que pensamos, son ellos los que vienen aquí conscientes de que un día esto fue suyo. Ahora se han convertido en nuestros socios y nuestro papel, igual que entonces, sigue siendo el de pagar. El economista Irving Fischer resumió el juego con su frase: “cuanto más pagan los deudores más deben”. Y sin embargo todo discurre en páginas salmón. No hay escenas grotescas u obscenidades de clase; nada parece desafiar nuestro buen gusto o sentido común. La deuda alcanza el 100% del PIB y como helenos hace diez años –bajo esos mismos índices– seguimos conservando la fe.

Diríase que nuestra soberanía reside ahora en integrar las reuniones; en bailar al son de sus dictados, en no perder nuestro crédito. Bailar como rumanas en la Grand Place hasta la extenuación. Esa parece ser nuestra porción y nuestra suerte. Ya nos lo dice Voltaire: “Hoy todo es como es debido; he ahí nuestra ilusión. El mañana será mejor; he ahí nuestra esperanza”.

Bailando en la Grand Place

Si Miguel Ángel retrataba la sublime conexión entre la divinidad y su creación, los creados ya preferimos eludir ciertos contactos
Alex Vidal
lunes, 28 de marzo de 2016, 10:57 h (CET)
Recientemente en la Plaza Mayor de Madrid, los aficionados del PSV Eindhoven protagonizaban una grotesca escena lanzando sus monedas a un grupo de mujeres rumanas sin recursos. Sin duda, un singular ejercicio de caridad. Si Miguel Ángel retrataba la sublime conexión entre la divinidad y su creación mediante los dedos de Dios y Adán, los creados ya preferimos eludir ciertos contactos.

Los medios no dudaron en mostrar su indignación. Ciertamente lo ocurrido resultaba penoso. El factor humano llevado al paroxismo de su divinidad. ¿Lo que allí pasa es antropología o acaso etología? El escándalo parece residir en lo híbrido de las formas. Por un momento nos sentimos desorientados. La naturaleza fluye en una suerte de irracional vanguardismo aún por clasificar: como si de un zoo se tratase, los aficionados lanzan sus caritativos cacahuetes a esas monadas sin enjaular. La situación conforma una suerte de comportamiento aún no contemplado que desafía los parámetros de nuestra razón.

Es importante convivir bajo una cierta jerarquía de legitimidades y valores. Ello nos permite administrar nuestro sentido del escándalo. Se trata acaso de controlar cuál es el escenario concreto que puede activar o no los resortes de nuestra indignación. ¿Nos resultaría escandaloso el hecho de ver a cuatro amigos repartiéndose las principales empresas estratégicas de un país o codiciando la gestión de sus servicios esenciales? Ello es más discutible. Es entonces cuando comprendemos que no sólo albergamos distintos baremos de indignación sino que éstos parecen discurrir por raíles paralelos de nuestro inconsciente.

Flamencos en Madrid
Hace cinco siglos, a los neerlandeses que tomaron la Plaza Mayor les hicimos emperadores con nuestro dinero. Cosas del patrimonio dinástico. Contrariamente a lo que pensamos, son ellos los que vienen aquí conscientes de que un día esto fue suyo. Ahora se han convertido en nuestros socios y nuestro papel, igual que entonces, sigue siendo el de pagar. El economista Irving Fischer resumió el juego con su frase: “cuanto más pagan los deudores más deben”. Y sin embargo todo discurre en páginas salmón. No hay escenas grotescas u obscenidades de clase; nada parece desafiar nuestro buen gusto o sentido común. La deuda alcanza el 100% del PIB y como helenos hace diez años –bajo esos mismos índices– seguimos conservando la fe.

Diríase que nuestra soberanía reside ahora en integrar las reuniones; en bailar al son de sus dictados, en no perder nuestro crédito. Bailar como rumanas en la Grand Place hasta la extenuación. Esa parece ser nuestra porción y nuestra suerte. Ya nos lo dice Voltaire: “Hoy todo es como es debido; he ahí nuestra ilusión. El mañana será mejor; he ahí nuestra esperanza”.

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