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Durante años, las plataformas de streaming y los canales de televisión nos vendieron la promesa de un catálogo inagotable, siempre fresco y lleno de estrenos. Hoy, la realidad es otra, películas repetidas hasta la saciedad, que se pasan de una cadena a otra, series con más de dos décadas a sus espaldas y una parrilla que parece haberse detenido en el tiempo. Y lo peor, seguimos pagando como si nada hubiera cambiado.
Hay un momento en el que se confunden ambas. El paso de los años va disminuyendo tu círculo de amistades y lugares de esparcimiento. Sin apenas darte cuenta te encuentras totalmente solo. Para mi la soledad se produce cuando tan solo te quedas con lo cotidiano, la rutina, lo que se realiza así “desde siempre”.
España, en agosto, se viste de fiesta. Sumida en el calor de la canícula, el aire nos trae el olor a pólvora quemada, albahaca fresca, espetos asados o la inconfundible fragancia verde y jugosa de los tomates de Buñol. Es el olor de la fiesta; el olor de la vida que aflora y que, en este mes, se extiende de norte a sur, de este a oeste, en un mosaico vibrante de celebraciones patronales.
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