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El ascenso que estamos viviendo de los diversos populismos –con su rostro mesiánico - entre otras razones, deriva del cansancio ante las injerencias de lo público en lo privado, tan continuas como poco eficientes. Ni la mano invisible de Adam Smith ni los planes quinquenales de Iosif Stalin lograron la felicidad plena del hombre nuevo.
Qué les voy a contar que ya no sepan del último escándalo protagonizado por miembros relevantes del PSOE en este país nuestro tan manso, tan de poner la otra mejilla, sobre todo, si, de que me partan la cara los “míos”, se trata. No diré que se trata de un caso mayúsculo de corrupción inesperada.
El hombre no soporta un ritmo de cambio exponencial. Por sentido común, no abracemos algo que se nos diluya entre los dedos. La velocidad exponencial, el hombre light, las enfermedades mentales y la fragmentación sin fin, son cosas nada modernas. Desde —digamos— la Ilustración a la revolución cultural de 1968, estaba relativamente claro qué era el mundo moderno, una realidad estable y discernible, nada líquida.
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