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Estas líneas recogen impresiones y opiniones el clima de queja que nos rodea. Quien desee ser un quejicas, es mejor que no las lea. Si se encuentra bien y cómodo, en esa situación, que siga en ella. Sin embargo, para quien quiera encontrar estímulos para complicarse un poco la vida, aportar, participar, y dejar de ser un quejica, pienso que puede encontrar razones para implicarse en la vida, en la familia, en la sociedad.
“Quejarse es el pasatiempo de los incapaces”, leí hace un tiempo, y me pareció que refleja parte de la realidad. Ojalá sea una percepción o impresión mía, y que los lectores tengan otra impresión: vivimos en una sociedad de quejicas convulsivos, constantes.
Basta recordar las últimas conversaciones o las noticias que se reflejan en los medios de comunicación: todo genera un sinfín de quejas. La Sanidad, la educación, la situación económica, el paro, la Iglesia y la actitud de los católicos, la juventud, los patinetes y ciclistas que circulan por nuestras calles: cada uno puede completar esta lista.
Quejarse es el remedio de quien es incapaz, pero sobre todo de la persona cómoda. Quejarse, lamentarse por todo, es muy cómodo: es la técnica de trasladar siempre a los demás la responsabilidad, situándonos a nosotros mismos en un trono de juez, en vez de plantearnos qué podemos hacer para mejorar eso que nos molesta tanto. Es cierto que no está en nuestra mano cambiar ciudades o países. Lo que sí está en nuestra mano es hacer algo, o empezar por reconocer que parte del problema somos nosotros mismos.
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".
Algo ocurre con la salud de las democracias en el mundo. Hasta hace pocas décadas, el prestigio de las democracias establecía límites políticos y éticos y articulaba las formas de convivencia entre estados y entre los propios sujetos. Reglas comunes que adquirían vigencia por imperio de lo consuetudinario y de los grandes edificios jurídicos y filosófico político y que se valoraban positivamente en todo el mundo, al que denominábamos presuntuosamente “libre”.
Pienso que habrá cada vez más Cat Cafés y no solamente cafeterías, cualquier ciudadano que tenga un negocio podría colaborar. Sólo le hace falta una habitación dedicada a los gatos. Es horrible en muchos países del planeta, el caso de los abandonos de animales, el trato hacia los toros, galgos… las que pasan algunos de ellos… Y sin embargo encuentro gente que se vuelca en ayudarles y llegan a tener un número grande de perros y gatos.
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