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Romance

Un respeto para los jubilados

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Voy a romper una lanza,

por los hombres jubilados,

que no saben lo que hacer

cuando llegan a ese estado.

Y se encuentran en sus casas,

sin tener que ir al trabajo,

rellenando crucigramas

o leyendo los diarios.


Yo, desde el primer momento,

me he sentido solidario,

y ahora voy a confesar

cómo me encuentro en el tajo.

Advirtiendo sin reservas,

que estoy muy bien tratado,

porque todas las tareas

las realizo con agrado.


Eso sí, no cobro nada,

pues no existe el auto pago,

y si existiera sería

la ley de un trastornado.

Me limitaré tan solo,

a referir los trabajos,

en los que ocupo mi tiempo

en lugar de hacer el vago.


Soy recadero completo,

obediente y buen mandado,

y acarreo entre otras cosas

el pan recién horneado.

También suelo proveerme

de hortalizas y pescados

y otros muchos alimentos

en diferentes mercados.


Perolo hago en mi coche,

con aire acondicionado,

haciendo frío o calor

en invierno y en verano.

En el interior de casa,

estoy especializado,

en pequeñas averías

con regular resultado.


Pero se me dan muy mal,

los distintos aparatos

que funcionan con corriente

y no me atrevo a tocarlos.

Es obvio que he de avisar,

a un técnico preparado,

lo que hace que mi esposa

haga un guiño intencionado.


Yo le recuerdo que soy,

en Derecho licenciado

y en la Mercantil carrera

obtuve el Profesorado.

Pero no llegué a estudiar,

ni siquiera un primer grado,

para ser el buen “manitas”

que a ella le hubiera gustado.


Me estoy saliendo del tema,

y ahora vuelvo sin desmayo,

para cumplir con lo dicho

al comienzo del relato.

Me muevo con eficacia,

entre cubiertos y platos,

y frente al lavavajillas

me siento gratificado.


Soy tenaz con los residuos,

y con el plumero un mago;

y para rizar el rizo

unpodólogo apañado.

Pero he de decir también,

que tengo bastantes fallos,

pues me muevo en la cocina

como un pato mareado.


Y, para finalizar,

muy convencido proclamo,

que donde haya mujeres

el sombrero hay que quitarlo.

Pues son la sal de la tierra,

de la familia el amparo,

de los nietos referente

y, del marido, cayado.

Un respeto para los jubilados

Romance
Gabriel Muñoz Cascos
lunes, 30 de enero de 2023, 10:28 h (CET)

Voy a romper una lanza,

por los hombres jubilados,

que no saben lo que hacer

cuando llegan a ese estado.

Y se encuentran en sus casas,

sin tener que ir al trabajo,

rellenando crucigramas

o leyendo los diarios.


Yo, desde el primer momento,

me he sentido solidario,

y ahora voy a confesar

cómo me encuentro en el tajo.

Advirtiendo sin reservas,

que estoy muy bien tratado,

porque todas las tareas

las realizo con agrado.


Eso sí, no cobro nada,

pues no existe el auto pago,

y si existiera sería

la ley de un trastornado.

Me limitaré tan solo,

a referir los trabajos,

en los que ocupo mi tiempo

en lugar de hacer el vago.


Soy recadero completo,

obediente y buen mandado,

y acarreo entre otras cosas

el pan recién horneado.

También suelo proveerme

de hortalizas y pescados

y otros muchos alimentos

en diferentes mercados.


Perolo hago en mi coche,

con aire acondicionado,

haciendo frío o calor

en invierno y en verano.

En el interior de casa,

estoy especializado,

en pequeñas averías

con regular resultado.


Pero se me dan muy mal,

los distintos aparatos

que funcionan con corriente

y no me atrevo a tocarlos.

Es obvio que he de avisar,

a un técnico preparado,

lo que hace que mi esposa

haga un guiño intencionado.


Yo le recuerdo que soy,

en Derecho licenciado

y en la Mercantil carrera

obtuve el Profesorado.

Pero no llegué a estudiar,

ni siquiera un primer grado,

para ser el buen “manitas”

que a ella le hubiera gustado.


Me estoy saliendo del tema,

y ahora vuelvo sin desmayo,

para cumplir con lo dicho

al comienzo del relato.

Me muevo con eficacia,

entre cubiertos y platos,

y frente al lavavajillas

me siento gratificado.


Soy tenaz con los residuos,

y con el plumero un mago;

y para rizar el rizo

unpodólogo apañado.

Pero he de decir también,

que tengo bastantes fallos,

pues me muevo en la cocina

como un pato mareado.


Y, para finalizar,

muy convencido proclamo,

que donde haya mujeres

el sombrero hay que quitarlo.

Pues son la sal de la tierra,

de la familia el amparo,

de los nietos referente

y, del marido, cayado.

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