Al PP en la actualidad parece le sucediera como antiguamente pasaba con los coches ya muy usados, que, a fuerza de reparaciones, era como si al cabo de los años de se volvieran a pagar a plazos. Hasta que un día el propietario, cansado, decidía ver cuánto le daban por él, y se compraba uno nuevo. El viejo se desguazaba, se “fundia”, y poco más se podía sacar de él. Sus piezas, sucesivamente ya reemplazadas, casi todas resultaban ya inservibles.
Llama la atención la feroz oposición que desde siempre ha tenido “este” partido. Unas veces vertebrada desde las columnas del buque insignia matutino del grupo Prisa, y otras, desde cualquiera portavocía del partido socialista. Defenderse de sus acometidas le ha supuesto presentar ahora un historial de múltiples cicatrices, o lucir un cuerpo casi como el que orgullosamente llegó a ofrecer Blas de Lezo a consecuencia de su leal servir a España allende los mares (falto de una pierna, un brazo, diversas heridas y de un ojo). El PP ha hecho siempre la oposición con “oposición”, y cuando ha gobernado, “todo” ha sido oposición. Algún fino talento que haya por ahí, y sepa leer entre líneas -intelectual, se llama a ese modo de proceder-, entenderá que salvo sus votantes, que son muchos millones, el resto (“toda” España) están en contra de este partido.
Para defenderse ha reaccionado evolucionando de diversas formas, “camaleónicamente” se dice. De entre las últimas está la de autodenominarse de “centro-derecha”; da igual. La silueta continuará siendo la misma, y seguirán tirando a dar. ¿Quiénes? Pues, los mismos, y que no son, por cierto, los que se mencionan en la Internacional, “la famélica legión”, sino quienes permanecen “en lo oscurito”, como se dice en México. Siempre y cuando la evolución no sea sustancial y conforme a los principios que preconicen aquellos que le vienen ladrando detrás de sus tobillos, y que lo seguirán haciendo mientras camine.
El modo con el que puede desorientarlos, es hacer una fundición por la que se crean que hasta los principios han sido fundidos; que no queda nada de la vieja y repulsa España. Lo cual sería lo mismo que seguir los consejos de columnistas como Fernando Jáuregui –que al día siguiente de perder las elecciones se preguntaba ingenuamente por qué tenía que dimitir Rajoy-, o de Carnicero, o encumbrar a Gallardón –capaz de mantener encendido Madrid en Navidad sin un solo angelito-, o hacer jefe de “protocolo” del Reino a quien diseñó la Cabalgata de Reyes en Madrid de este año que igual podía representar la “Consagración de la Primavera” de Alejo Carpentier. Manipula, manipula... que algo queda, como enseñaba el maestro de Rubalcaba en la Facultad. Del enemigo el consejo. Los millones de votos del PP tienen un claro sentido que hasta ahora sólo José María Aznar ha sabido desaprovechar a conciencia. Si el “prototipo” que salga de entre el material fundido contiene ese mismo sentido, con la forma que sea, sólo así el pueblo español se librará de los maleficios del brindis de Garzón para los próximos veinte años.