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El arte de andar en bici, de moverse de esa extraña forma, 1, 2, 3, moviendo las caderas, manchándose bien los pantalones, con el bolso de cintura en la cesta y los guantes en las manos para protegerlas, sabiendo que aunque llueva seguiré haciendo ejercicio, chis chas chus… pasear con la cabeza alta porque no tengo porqué bajarla, rueda que te rueda, avanza que te avanza, deseando escapar del presente, pero es difícil. La cosa va lenta, todavía me queda por coger el tren, el metro, el helicóptero, el coche de caballos, los patines, el burro Marqués y el autobús.
A Mercedes Isabel: A mi edad, me pregunto, sin pretender escribir los versos mas triste esta tarde. Como olvidarte, flor de mi vida. Desventurado sería, no haberte tenido.
El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
Resulta admirable encontrarse con un libro que guarda sus raíces en la investigación académica y en la fusión de las pasiones por la tradición oral y la ilustración. La cantidad de datos, citas, reflexiones minuciosas, relatos, trazos y nombres aparecen de una manera tan acertada, que en conjunto configuran ese terreno seguro donde entregarnos confiadamente a la lectura.
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